Wednesday, December 30, 2009

2009 Review


Año raro, el que se acaba. Empezó muy flojo y ha terminado dejando películas de toda índole. Como no he tenido tiempo (ni a menudo ganas) de hacer un comentario extenso de todas, aquí dejo algunas reflexiones sobre aquellas que fui a ver al cine y de las que no dije nada:




Los sustitutos, de Jonathan Mostow. Sobre una buena idea argumental (los humanos usamos réplicas o avatares a lo James Cameron para nuestro ocio, trabajo o hasta para ir a comprar el pan) se construye este despropósito cuya única gracia es ver a Bruce Willis con peluca rubia. Mal narrada, mal montada y mal dirigida, uno no hace más que lamentarse por el potencial que tenía la historia. Se le ven las costuras por todas partes. Las escenas de acción están puestas como por obligación. Madre mía, qué despropósito.


Garbo, de Edmond Roch . La sorpresa de final de año. Un peculiar documental construido visualmente a base de retazos de películas de los cuarenta sobre la segunda guerra mundial y narrado a través de la voz de la gente que ha investigado su vida... o sus vidas. Lastrado durante la primera parte del film si ya conoces la historia (sobretodo en lo referente a la guerra en sí), la película despega cada vez que se habla de la red de espionaje inventada por Joan Pujol (esa "información" británica creada desde Lisboa). Retrato de un Zelig de carne y huesos.
La búsqueda del verdadero Garbo muchos años después de los hechos y las imágenes de este reencontrándose con militares británicos son de lo más emotivo. Se echa de menos que se hubiera profundizado en su egoismo (ese abandonar a su familia y crear otra sin decir nunca nada a ninguna de las dos) o en los datos que se ofrecen durante los títulos de crédito (suficientemente jugosos como para ser ilustrados y no solo escritos a modo de epílogo).


Moon, de Duncan Jones. Un clásico instantáneo de la ciencia ficción. Una película que aprovecha su bajo presupuesto para hablar de lo que hablan las mejores pelis de sci-fi: dónde reside el alma humana. Clásica, con aroma a los setenta, este cruce entre Alien, Atmósfera Cero y Blade Runner atrapa. La interpretación de Sam Rockwell es memorable. Fascinante.


REC2, de Jaume Balagueró y Paco Plaza. El bodrio del año. Si ya la primera no me convenció, aquí (sin aburrirme, ojo) se les va la mano con la tontuna. Ahora los zombies ya no son zombies, sino demonios. Las referencias cinematográficas (Aliens, El Exorcista...) están incorporadas de forma tan brusca que resultan burdas. Se podría quitar la subtrama de los niños que entran en el edificio (sic) y la película no notaría el cambio. Un churro, vamos.


District 9, de Neill Blonkamp. Y de golpe llega un sudafricano y nos habla del apartheid, de los prejuicios, de la xenofobia y de los encontronazos entre civilizaciones con un cuento de extraterrestres. Salvajemente pulp, divertidísimamente fresca, District 9 es un soplo de aire fresco. Un remake enloquecido de La metamorfosis de Kafka. A menudo se le critica que las dos partes en las que está dividida (una primera de estilo más documental y una segunda de puro shoot'em up marciano) no acaben de encajar. Personalmente, me metí en la historia con ese falso reportaje y luego disfruté como un niño en el festival desenfrenado de referencias cinéfilas y orgía de efectos especiales (y menudos efectos especiales) que es el tramo final. Además, la película no es en absoluto complaciente ni políticamente correcta. Y ese final... ay, ese final...


Terminator Salvation, de McG. Sus detractores dirán lo que quieran, pero ese plano secuencia del accidente inicial del helicóptero, esa guerra contra las máquinas sucia y apocalíptica, ese aroma a serie B (y a películas como Cyborg!!!), ese robaplanos que es Sam Worthington, esas continuas referencias a las dos primeras películas de la saga (el you could be mine, o el si quieres vivir, ven conmigo), ese remake encubierto del Frankenstein de Mary Shelley... vamos, que me emocioné hasta el punto de soltar una lagrimilla en la última escena.Si estais leyendo esto, sois la Resistencia...

Monday, December 21, 2009

Avatar, de James Cameron

Quizás a estas alturas ya habeis leído u oído muchas opiniones sobre Avatar. Desde críticas más pormenorizadas a comentarios de algún compañero de trabajo.

Incluso puede que hayais visto la película.

Así que no os voy a dar el coñazo. No voy a repasar la carrera de Cameron (que sería algo estúpido) ni voy a dedicarle unas cuantas líneas definiéndolo como un director clasicista en la vanguardia de la tecnología.

Porque tres horas de película impecablemente facturada me han dejado frío.

Técnicamente, Avatar es perfecta. En ningún momento te da la sensación de estar viendo efectos especiales, sino algo real. Ese es su gran (muy gran, por lo que representa en salto cualitativo en el cine) logro. Puede que no tan visible como lo fue el T1000 de T2, pero seguramente un avance notable en los fx.

Argumentalmente, Avatar es un churro. Una plantilla de word. No es solo que hayamos visto mil y una veces la película (como tantas y tantas otras, porque al fin y al cabo no hay nada nuevo bajo el sol, tan solo la forma de contarlo), es que uno podría jugar a adelantarse a los diálogos y las escenas, propias del esfuerzo creativo de un niño de cuatro años. Teniendo en cuenta que Avatar lleva doce en producción, temo por el estado psiquiátrico de ese chiquillo.


Sin ser ofensiva (peor eran La Cagalera de Cristal o La Nenaza Fantasma, del desquiciado Lucas), con destellos de alguien que sabe hacer cine, Avatar produce al principio curiosidad, después resignación y finalmente cierta vergüenza ajena al reconocer los tics new age que pensábamos que Cameron había desterrado con Abyss, aquí elevados hasta la incredulidad, con momentos a la altura de las fiestas Ewok de El retorno del Jedi (quizá algunos de los momentos más bochornosos de la historia del cine).

La banda sonora de James Horner provoca estupor. Y punto.

No lo he pasado mal viendo Avatar, ojo. Me ha entretenido. Con todos sus peros. Con todo lo kitsch que sabe llegar a ser. Y tiene escenas de un kitsch empalagador.

Y ahora, algunas comparaciones y sumas graciosas que podeis twittear citando la fuente y recomendando mis novelas:

  • Pocahontas + Los Pitufos + Un tienda de los chinos = Avatar
  • Avatar tiene la originalidad, la estética y la alegria en los colores de un catálogo del Toys'r Us.
  • Bailando con Lobos + El retorno del Jedi + Ibrahimovic cianótico = Avatar
  • Avatar es un especial de Navidad de Los Pitufos.
  • Q-Zar + Happy Meal + Greenpeace = Avatar




PS. Ah, por mi ya pueden parar de proyectar films en 3d. Ya vale con la gracia. Aunque sea, junto a UP, la película que más ha sabido aprovecharlo hasta el momento, no es que me aporte mucho, la verdad.
PS2. Disculpen la dilatación entre post y post. Estoy terminado mi nueva novela y debo robarle tiempo al blog.

Thursday, October 22, 2009

La culpa es mía (y bien mía)

Lectores, amigos y otros futuros horticultores de gusanos cadavéricos, me place comunicarles que aquí un servidor de ustedes, el Doctor, ha realizado el videoclip del último single de Sergio Makaroff, La culpa es mía, perteneciente al álbum Número Uno (un discazo).

Próximamente seguiremos con más comentarios cinéfilos (tengo en la recámara la maravillosa Moon, la entusiasmante District 9, la sorprendente Terminator Salvation y la cagarruta REC2). Ahora, de momento, siéntense y disfruten (si les gusta) del video.

La culpa es mía - Sergio Makaroff (Número Uno) from Marc on Vimeo.

Saturday, October 17, 2009

Infectados (Carriers) de Álex & David Pastor

El mayor riesgo que puede afrontar Infectados son las expectativas del público que pague la entrada. Tras una campaña promocional enfocada hacia el terror en su vertiente más zombiesca, el espectador se encontrará con un film diferente a lo que los trailers habían vendido.

Todo depende de la predisposición de aquel que se siente cómodamente en la butaca y acepte o no jugar a un juego diferente.

Un juego cruel, duro y más exigente que el que nos vendieron en la tienda.

Infectados es un peliculón de inicio a fin. Los hermanos Pastor nos meten de lleno en una historia apocalíptica sin más explicaciones ni preámbulos que nuestros propios temores. Como en La noche de los muertos vivientes, no necesitan crear antecedentes ni razonar el origen de una plaga que está asolando la humanidad: los personajes ya viven (y conviven y mueren) en ella.

Lo que vamos a presenciar es una historia aislada dentro de una gran Historia que se nos muestra lejana, que podemos componer indirectamente a través de conversaciones y escenarios, de detalles como los carteles en gasolineras e institutos abandonados. No hay televisiones ofreciendo las causas. A lo sumo, un predicador radiofónico que es la prueba viviente (y muriente) que todos estamos condenados. Todo el mundo muere, como dice uno de los personajes del film al inicio.

De pequeño leí La danza de la muerte, de Stephen King. De hecho, es la única novela que me ha producido pesadillas realmente aterradoras. Viendo Infectados, podría bien tratarse de una historia paralela a aquella, un spin off autónomo y sólido, tan desgarrador como la novela de King. No es baladí que el maestro del horror (maestro al menos en sus buenos años, de finales de los setenta a mediados de los ochenta) recomiende ahora fervientemente Infectados. Lo que no es poco.

Pero los hermanos Pastor no se quedan ahí. Han visto cine, y mucho. Y eso se nota en la película. Mad Max, de George Miller, era un western futurista ambientado en un mundo donde la gasolina escaseaba y las bandas de criminales pirateaban por carreteras interminables. Max Rockatansky (antes de convertirse en el nuevo héroe que Tina Turner necesitaba) era el policía/vaquero que primero combatía los locos del canonball y luego montaba en cólera (ese plano del zapato del niño rebotando sobre el asfalto) para iniciar una furiosa venganza. En el inicio de Infectados, el coche robado que conduce el cuarteto protagonista lleva pintado en su capó Road Warrior, que era el mote del personaje de Gibson en la trilogía australiana. Una simple pincelada que nos define el mundo en que nos han metido: un lugar apocalíptico, sembrado de larguísimas lenguas de asfalto, pero a la vez consciente de su ligamen con un mundo real, anterior, que se resisten a perder.

Y he remarcado lo de coche robado porque ese es otro de los aciertos del film. Los protagonistas no son perfectos americanos dispuestos a salvar el mundo. El personajes de Chris Pine (Kirk, en Star Trek, ojo) es un impresentable, el típico gilipollas que nos haría cambiar de acera si nos cruzáramos con él en un callejón oscuro. Así, Infectados desprecia (afortunadamente) el perfil mainstream en el que podría haber caído con un protagonista guapo y buena persona sufriendo por salvar a los suyos y, por extensión, a América. A cambio, nos ofrece un punto de vista diferente y nos plantea ciertos dilemas y puntos de inflexión a través de la dialéctica con su hermano menor, más reservado, en principio más inocente y solidario. Cualidades que se muestran inútiles en un mundo egoista devastado por la pandemia. ¿Qué haríamos nosotros en su situación? ¿cómo reaccionaríamos?

Resulta curioso que el primer largo de los hermanos Pastor sea una road movie sobre dos hermanos y su relación entre ellos. Que los personajes estén tan bien construidos, para ser una ópera prima (aunque Álex ya demostró un talento descomunal con su corto Larutanatural, y me queda por ver Orson, de David), y la historia tenga una idea tan clara de donde viene y a donde va no deja de ser una carta de presentación perfecta y una promesa de futuro esperanzadora.

Un futuro esperanzador que es el que no tienen los protagonistas de Infectados. Porque olvidaos de zombies, de criaturas hambrientas de sangre y de disparos a la cabeza. Los Pastor dejan las cosas muy claras: vivimos en un mundo que requiere sacrificios, y solo nosotros decidimos si vivimos y morimos solos.

El Doctor, flanqueado por Álex y David Pastor.

Thursday, September 24, 2009

Malditos Bastardos, de Quentin Tarantino


Quentin Tarantino parece cada vez más incapaz de centrarse.

De todas sus películas, quizá son Reservoir Dogs y Jackie Brown las únicas dos que pueden ser considerados largometrajes. El resto, de Pulp Fiction a Malditos Bastardos, pasando por Kill Bill, no dejan de ser magistrales cortometrajes yuxtapuestos en un proyecto común. Incluso su corto para Four Rooms era lo mejor (o lo único salvable) de aquel film. Incluso su episodio para Urgencias era muy divertido.

Bueno, también está Death Proof, pero ese es el único tropiezo de QT hasta el momento,

Así, hay que afrontar Malditos Bastardos no tanto como un largo, sino como una miniserie de cinco episodios en pantalla grande. El arco argumental es común, pero los caminos para hacerlo avanzar y la forma de narrarlos es dispar.

Como en todas las películas por episodios, pues, en Malditos Bastardos hay descompensación e irregularidad, con algunos fragmentos soberbios y otros más flojos. El resultado final, sin embargo, es majestuoso. No una obra maestra como muchos quieren ver (al menos a mi parecer, y soy un fervoroso entusiasta de QT), sino una muy buena película extremadamente personal.

Sabíamos que uno de los rasgos distintivos de QT es sincretizar todos sus conocimientos sobre cine (y cultura pop en general) y sublimarlos en su propia visión capaz de cruzar longitudinalmente todo tipo de géneros y texturas.

Los que llevamos esperando más de diez años el famoso proyecto sobre la segunda guerra mundial (aún recuerdo cuando en Sitges aseguró que acababa de terminar el guión en el avión) habíamos hecho millones de conjeturas sobre su posible argumento y deriva. Debo reconocer que esperaba algo más parecido a Doce del Patíbulo o Los violentos de Kelly. Expectativas. Algo que QT se place en destrozar. Lástima. Su versión de esos clásicos dista mucho de la que me había hecho yo (y aquí me hago un poco de autobombo y recomiendo la novela Montecristo, qué demonios, con otro tipo de malditos bastardos matando nazis por Europa.)



Con Malditos Bastardos, QT realiza una mixtura a priori improbable entre el western, el género bélico y el suspense. Equipara su banda de judíos arrancacabelleras con los apaches y, por tanto, pone al mismo nivel los vaqueros y los nazis.

Lo malo, que los malditos bastardos del título son una mera anécdota de fondo. Personajes casi sin relevancia en el contexto del film, de los que solo conocemos a Aldo Raine (esporádico Brad Pitt imitando estupendamente el acento sureño), Oso Judío (Eli Roth, transplantando su delirio hostelíaco al mundo tarantiniano) y Hugo Stiglitz (Til Schweiger, impresionante con la boca cerrada). Su protagonismo se limita al fragmento que lleva el título de la película, excelentemente ejecutado, pero que a la larga queda descontextualizado (el bate de Oso Judío, por ejemplo, está sobredimensionado teniendo en cuenta que no vuelve a aparecer ni siquiera mencionado). Protagonizan algunos de ellos también el memorable capítulo de la taberna (que recuerda muchísimo algunos pasajes de El desafío de las águilas) y poco más. Su protagonismo se reparte con la que sería la historia principal, la de la niña que crece ansiosa de venganza contra los nazis, tema central en el mundo tarantiniano, como pudimos comprobar con Kill Bill, sin ir más lejos.

El almodovariano tercer episodio, cuyo peso recae en Daniel Brühl, es quizá el más flojo. Cierto es que tiene algunas secuencias notables, pero el tono general es de languidez y bajón de ritmo alarmante. Su historia se soluciona de forma harto brillante en el quinto capítulo, pero me temo que este pasaje central lastra algo el ritmo del film.

QT vuelve absolutamente translúcidas todas sus fílias en Malditos Bastardos. Homenajes nada encubiertos a Centauros del desierto y Ser o no ser, ese inicio a lo Hasta que llegó su hora o un final directamente sacado de El precio del poder. De hecho, QT ha realizado su película más DePalma hasta la fecha, por el constante uso de la tensión y un manejo del travelling que el realizador de Doble Cuerpo firmaría encantado.

También está allí la peculiar selección musical, una banda sonora confeccionada a base de retazos de otros films (sobretodo Morricone, lo que no esconde su volutarioso afán de spaghetti western).

Y obviamente, después del desencanto que fue escuchar aquella sarta de sandeces intrascendentes de niñatas calentorras en Death Proof, QT vuelve a la carga con diálogos fuertes y poderosos, capaces de mantener una sola escena en base a la palabra por encima de la imagen. Solo un escritor portentoso como QT puede sostener alargar una secuencia hasta la saciedad para hacerla pivotar alrededor de las conversaciones entre los personajes protagonistas. La palabra como motor que arranca la acción, la desarrolla y la precipita hacia un final cerrado, elevando los capítulos a pequeñas obras de teatro autónomas dentro de una gran función.

Y claro, si alguien sale ganando en todas las escenas en las que aparece ese es el Hans Landa, el maquiavélico oficial de las SS magníficamente interpretado por Christopher Waltz. Un personaje que es un caramelo para cualquier actor, pero que este lo exprime al máximo para hacerlo ingresar en el club de los mayores villanos de la historia del cine. Sub presencia amenazadoramente plácida, su paladeo de cada palabra, su versatilidad en diferentes idiomas y su nada acomplejada ambigüedad remiten a esas interpretaciones de nazis aristocráticos nacidos de la pluma de Alistair MacLean.

Malditos Bastardos casi no tiene exteriores, y los que tiene están bastante desaprovechados (callejones tortuosos y claros en el bosque); no es ni película bélica ni drama de acción ni algo encajable en género alguno. No hay tanques ni aviones. No hay combates. La mayor parte de acontecimientos importantes suceden fuera de plano. No siente el más mínimo respeto por el rigor histórico. No hay humor en su violencia, ni distanciamiento irónico. Y sin embargo es una película divertida, fresca, que trenza sus dos horas y cuarenta minutos en un suspiro. Y QT se lo pasa en grande ofreciendo enormes momentos de cine, escenas inborrables en la retina del espectador. Un homenaje al séptimo arte en toda regla.

Ah, y como no, Tarantino no se olvida de incluir el imprescindible y fetichista primer plano de pies femeninos desnudos...


Thursday, September 17, 2009

San Valentín Sangriento 3D, de... esto... Patrick Lussier

San Valentín Sangriento 3D no engaña a nadie. Da lo que ofrece, ni más ni menos. Con sus virtudes y sus defectos. Lamentablemente, predominan los segundos sobre los primeros, pero tampoco esperábamos una obra maestra. Ni siquiera una buena película.

Al fin y al cabo, San Valentín Sangriento es otro slasher más, con el plus de la tridimensionalidad. La enésima vuelta de tuerca al asesino en serie de pueblecito apacible norteamericano envuelto en una carcasa de volúmenes que en teoría traspasan la pantalla. El cine de terror siempre ha sentido fascinación por el 3D. De Los crímenes del museo de cera a La pesadilla final de Freddy Kruger. Ahora que la tecnología ha evolucionado a mejor, ¿por qué no aprovecharlo?

En el caso de SVS3D, la pregunta sería más adecuada ¿por qué no desaprovecharlo?

Porque al fin y al cabo la tercera dimensión solo se usa para abusar del plano del pico amenazando al espectador. Y ni siquiera eso, porque a pesar de conseguir una buena profundidad de campo, nunca se logra el efecto de traspasar la pantalla. Y si la primera vez que el minero amenaza al espectador tiene cierta gracia, la cosa va perdiendo en su decimonovena aparición.

El 3D luce en las panorámicas abiertas y diáfanas, los grandes espacios iluminados y la luz de niebla en bosques inquietantes. Pero en platós y escenarios cerrados, oscuros y pequeños es cuando uno tiene la percepción que es una herramienta inservible o que incluso llega a molestar si se trata de seguir la narración. Por fortuna nos hallamos ante un film que casi no tiene narración. La historia del minero que se vuelve tarumba y pasa a medio pueblo por la piedra (o por el pico), muere y vuelve diez años más tardes para seguir matando no es un prodigio de originalidad. De hecho, me recordaba al relato principal de Los hombres topo quieren tus ojos, aunque un poco vagamente, por ese ambiente pulp de ciudad minera con amenaza asesina escondida en la sombra.

El gran problema de SVS3D no son las mediocres interpretaciones, su trillado argumento o las situaciones ya vividas, pues. El mayor problema es la reiteración en el acto del homicidio, siempre siguiendo el mismo esquema: víctima sola en ambiente oscuro, minero que aparece sopetón, pico hundido en la cabeza del pobre infeliz. Salvo una notoria excepción al inicio del film (con una pala y una cabeza deslizante), todas las ejecuciones responden al mismo y cansino patrón.

Por otra parte, SVS3D es disfrutable (dentro de su mediocridad) solo entiéndola como una parodia del género. Aquí sí, incluso involuntariamente, SVS3D acepta e integra todos los clichés del slasher de forma tan académica que resulta risible. Sigue las pautas descritas por Scream y acaba siendo incluso más divertida que la saga Scary Movie. No es difícil, claro está.

Se agradece, sin embargo, una notable voluntad por hacer un film especialmente sangriento (como reza el título) y no apto para estómagos adocenados por el slasher light y bajo en calorías a que el cine para adolescentes nos había acostumbrado en los últimos años. La escena del motel, con un prolongado desnudo femenino en tres dimensiones, quizá resulte ser el set piece que acabe quedando en el recuerdo del espectador como lo más destacado de un film prescindible, mediocre y, con todo, simpático.


Friday, August 21, 2009

Enemigos públicos, de Michael Mann



Michael Mann debe ser un robot sin emociones.
De lo contrario, no se explica que sus películas carezcan de sentimiento. Plásticamente impecables, los films de Mann no transmiten ninguna emoción. Si les pinchas, no sangran. Los comportamientos humanos se acercan a los del cliché más puro, y cuando intenta conmover, solo se queda en la superficie.
Enemigos públicos no es la excepción. Y ese es el principal defecto del biopic sobre John Dilinger. Cuando debería involucrarnos sentimentalmente, nos deja fríos como espectadores.
Y aún y así he disfrutado de unos fugaces ciento cuarenta minutos de película de gángsters al viejo estilo. Sí, lo confieso: siento atracción por el sonido y la imagen de una tommy gun en pantalla, me deleito en los atracos perpretados por gente con abrigo largo y sombrero de ala. Y Mann se regodea en ello.
Enemigos públicos es una película sobre una época, sobre un estilo de vida y, en menor medida sobre la creación de un mito. Los personajes principales, el atracador John Dillinger y su perseguidor Melvin Purvis están descritos en la escena inicial de cada uno. El primero como alguien con un mínimo de valores muy rígidos que confía en los suyos; el segundo como un cazador sin escrúpulos y arribista que ve la oportunidad de ascender con una presa mayor.
Y hasta aquí la psicología de los personajes. Lo demás son atracos, emboscadas, fugas, investigaciones y tiroteos rodados con una sobriedad ejemplar, que deja no solo un puñado de cadáveres a lo largo de la proyección sino un montón de escenas memorables (por ejemplo, cada vez que aparece Baby Nelson en pantalla).
El ritmo de Enemigos públicos es pausado pero no concede tregua. Tan solo la historia de amor, algo vacía, hace cojear una de las tramas menos interesante y, a la postre, más fallidas del film.
No me acabó de gusta el uso de cámaras de alta definición para el rodaje de Enemigos públicos. No creo que sea el lenguaje que esta película necesita, como sí podía ocurrir con Corrupción en Miami. Aquí se echa un poco de menos esa textura que sí tenía Los intocables de Brian de Palma, quizá el referente más directo de Enemigos públicos (si ignoramos esa patraña que filmó con el título de La Dalia Negra).
Christian Bale está en su habitual registro de caradepalo inmutable, y Johnny Depp johnydeppea durante todo el metraje.
Hay elementos de la historia de Dilinger desaprovechados (su ascensión a celebridad del pueblo, a pesar de ser un asesino) en virtud de una narración lineal en la que destacan por sí solas set pieces como la de la fuga de la casa vigilada por el ejército, la emboscada en la casa del bosque o la brutal incursión a pie en el despacho de los federales.
Así que, seguramente, Enemigos públicos se dará un castañazo en taquilla cuando el boca oreja empiece a correr la voz que es aburrida. Lástima. Por mi parte, me habré pasado dos horas y veinte viendo a gangsters pasándoselo (y haciéndomelo pasar) en grande.
Como en los viejos tiempos.

Thursday, August 20, 2009

Asalto al tren (Penhalm 123), de Tony Scott

Asalto al tren, Penhalm 123 es una película que ya hemos visto mil veces antes. Y no tan solo porque se trate un remake del film del mismo nombre de Joseph Sargent. Asalto al tren es la típica película de rehenes con negociador de por medio. Por mucho que se empeñe Tony Scott en darle ritmo con su habitual montaje asincopado y su fotografía saturada.
Con una excusa argumental trillada, con el telón de fondo de Nueva York (que se pretende otro personaje más, pero acaba siendo igual de irrelevante que todo el resto), Asalto al tren se deja ver de principio a fin a pesar de ser previsible. No molesta pero tampoco entusiasma. Es perfecta para un deuvedé del sábado por la noche.
Eso sí, y como es de esperar, Travolta sigue poniendo la cara de loco que usa para todos sus villanos y Denzel Washington interpreta a Denzel Washington.
Al personaje de éste le han intentado colocar un pequeño lado oscuro que queda soterrado enseguida por todo tipo de justificaciones y por una fuerza moral solo exigible a los roles que elige el senyor Washington.
Hace una semana que vi la película y solo recuerdo a Travolta chillando en un vagón de metro. Creo que con esto está todo dicho.


Saturday, August 08, 2009

Up, de Pete Docter (pero de Pixar en general, para qué engañarnos)


No me andaré por las ramas ni me subiré en una casa atada a globos.
Que Pixar había alcanzado cotas técnicas elevadísimas era algo que ya sabíamos de antemano. Que Wall-E era una disección magistral de los sentimientos más inocentes quedó patente el año pasado.



¿Qué podía aportar la historia de un anciano que se embarca en un viaje con su casa atada a un puñado de globos?
Up es un dardo en el alma. La aventura soñada.
Divida en dos secciones claramente diferenciadas (como en Wall-E, en lo que empieza a ser un sello propio de plantear dos películas diferentes en una), Up envuelve al espectador de principio a fin.
Es imposible no emocionarse con esos primeros quince minutos, una lección de cómo hacer CINE con mayúsculas. Pete Docter y los chicos de Pixar se permiten el lujo de narrar la vida de alguien desde la infancia hasta la vejez con pocas palabras y concisión de imágenes. En diez minutos, la película te ha robado el corazón. Pero esos minutos no oscurecen el resto del metraje, sino al contrario, lo hacen más grande, bigger than life, inmenso y emocionante.



Prefiero no desvelar mucho sobre el argumento, que incluye perros parlanchines y pájaros esmuñidizos (una suerte de Correcaminos que el Coyote lleva años intentando cazar). La fotografía es soberbia, cuando no hipnótica, y el uso de la maravillosa banda sonora de Giachino es ejemplar.
Up nos sube al zeppelín Spirit of Adventure y nos anima a acompañarles en este periplo a los sueños. Reiremos con los canes, sufriremos vértigo en las alas de un aeroplano y lucharemos con espadas junto a Kirk Douglas y Spencer Tracy.
Pero recordad: los sueños solo son la meta. La aventura es vivir el camino hasta llegar a ellos.



Los de Pixar parece que han encontrado el sendero a seguir.
Yo pienso acompañarles, ocultando las lágrimas de emoción tras las gafas 3D en la oscuridad del cine, cogiendo de la mano a mi pareja y sintiéndome afortunado.

Monday, July 20, 2009

La última casa a la izquierda, de Denis Iliadis


¿Cuál es la frontera entre un dramón de sobremesa y una película de horror? ¿La cantidad de hemoglobina utilizada en el rodaje?

La última casa a la izquierda, el penúltimo remake de una película de miedo/culto de los setenta, queda suspendida en el filo de esa pregunta.
La matanza de Texas (Marcus Nispel, 2004) reproducía con fidelidad la original pero aportaba algo impercetible pero valioso, una especie de actualización sana (por muy irónico que parezca el uso de esta palabra), de recreación postmoderna del horror. Las colinas tienen ojos (Alexandre Aja, 2007) multiplicaba la versión de Craven y la reconvertía a un macabro cuento de descenso a los infiernos mucho mejor de lo que el maestro del terror pudiera soñar en su día. Halloween (Rob zombie, 2008), con todos sus defectos, acertaba en esos pasajes de un Michael Meyers aún niño, con lo que quedaba aún más marcada esa perversión solo intuida en el original, ese binomio infancia/crueldad.

Uy, ¿cuánto hace que no lavan la ventana?

La última casa a la izquierda, ¿dónde queda?

En tierra de nadie, principalmente por la total falta de personalidad de su director, Denis Iliadis, incapaz de imprimir su sello personal, si lo tiene, sobre la pantalla.
Porque solo por esa indefinición autoral se entiende que la película peque de una falta interna de coherencia en mayúsculas. Solo por eso asistimos a dos películas en una: la historia realista de violencia y la más tópica y estereotipada, filmadas de manera tan diferente que se diría que son dos capítulos realizados por dos personas distintas.
Sin ser una mala película, La última casa a la izquierda se trata de un film fallido.

La primera parte, la que debe servir de presentación de personajes, se alarga hasta aproximadamente la mitad de la proyección. Si bien hay momentos dignos de recordar (el secuestro en el motel, con reminiscencias a Los renegados del diablo) y algunos impactos gratuitos (la escena de la violación, alargada innecesariamente), lo predominante es un tono seco, lejos de artificios visuales, con predominio de la cámara fija y el plano medio, y un especial interés en querer profundizar en la naturaleza psicológica de los protagonistas.

El loco, el líder, el hijo no creíble y la loca anoréxica.

Por aquí flaquean los maluzos, algo enclenques como personajes de entidad, en los límites de lo sobado y lo triste.

La segunda, que al fin y al cabo es la que estaba esperando y por la que había pagado el precio de la entrada, se resuelve con prontitud y de forma poco climática. En ella encontramos lo más interesante del film: esa conversión del matrimonio bueno en los malos de la película. Esos personajes inocentes que devendrán los asesinos que persigan a sus víctimas, la familia matarile arriba mencionada.

Llevo mil años haciendo cine y nadie sabe mi nombre

Pero parece que todos los recursos de dureza emocional y física que Iliadis había empleado para la primera parte, se le han gastado en esta. Un cuento de venganza y sadismo se convierte en un ramplón telefilm cargado de planos previsibles, movimientos predecibles y arquetipos gastadísimos. Las muertes, que deberían ser catárticas, se resuelven o de forma funcionarial (ahí está el simple disparo sobre la chica de ojos besugo) o en una línea próxima al cartoon (atención al uso del microondas al final, otra salida de tono más sobre el resto de la película). Si bien es cierto que hay detalles recomfortantes, la mayor parte de los cuales vienen de hacer hincapié en la relación de complicidad entre el matrimonio protagonista. El asesinato en la cocina, por ejemplo, o la ascensión por las escaleras hasta el cuarto de los malos, son dos de los momentos más conseguidos del film.

Lake ends in the road, en castellà: Prohibido el paso, camino sin salida

Por lo demás, La última casa a la izquierda bien podría tratarse de un telefilm de sobremesa del domingo, de no ser por un exceso de violencia y sadismo, ingredientes al parecer imprescindibles para justificar cualquier exhumación del terror setentero. Solo que, en esta ocasión, se han olvidado que debía hacer miedo.

Monday, July 13, 2009

Brüno, de Larry Charles i Sacha Baron Cohen



Como quiera que sea que resulta inevitable empezar con una comparación respecto al último film de Sacha Baron Cohen, Borat, iremos al grano:

La película sobre el reportero de Kazajistán parecía más espontánia, menos falsificada y con las situaciones más naturales que la presente sobre el reportero de moda austríaco. En Brüno, la sospecha de pasteleo de escenas es mucho mayor.

¿Es eso intrínsecamente malo?

Teniendo en cuenta que Sacha Baron Cohen ha crecido en popularidad desde el estreno de Borat, se entiende que aumente la dificultad de actuar de forma infiltrada de la misma manera en que lo hacía antes. Aún y así, su capacidad para encontrar gente con sentido del humor que ni sabe de la existencia del cómico judío ni entenderá nunca dónde está la gracia de sus chistes es algo que juega a su favor.

Pero, ¿es divertida Brüno?

Leídas algunas críticas, me daba miedo encontrarme ante un cañardo. El tropiezo de un actor encumbrado.

Una vez superada la reticencia surgida de esa confusión realidad/ficción, y aceptada la película como lo que es (una comedia burra, una bufonada descomunal, con especial incidencia para poner el dedo en la/s llaga/s más abiertas de la sociedad estadounidense), Brüno es una obra excelente, divertidísima. Descacharrante. De lágrimas en los ojos y mandíbula dolorida. La sala de cine en la que la vi estaba llena hasta los topes, y no solo se estuvo riendo durante toda la proyección, sino que además prorrumpía en aplausos en los momentos cumbres del film. No sé ustedes, pero un servidor no asistía a tanto entusiasmo en una sesión de domingo por la tarde desde hace mucho tiempo.

¿Por qué?

Sacha Baron Cohen, reconozcámoslo, es un genio del humor. Tiene la presencia, el ingenio y la capacidad para dominar todos los resortes de la comedia. Y lo lleva al extremo. Crea un personaje sobre el que proyectarse (y a la vez escudarse). Ya sea Borat (racista, misógino, homófobo, ignorante, analfabeto, orgulloso de su vulgaridad) o Brüno (el contrapunto, igual de inculto, pero representante de todo lo que Borat odia), se ofrece como objeto de las críticas de una sociedad sin sentido del humor, y a la vez ejerce de catalizador de ellas.

Brüno es extrema en todos los sentidos. Concebida como una sucesión de gags con un mínimo hilo argumental (el reportero es despedido de su programa de moda, cae en desgracia y quiere volver a ser über-famoso), sigue un sendero por los estamentos más conservadores de Estados Unidos, provocándolos, estirándolos, tensando la cuerda hasta el máximo, hasta el riesgo de su propia integridad física. Los desfiles de modelos, el ejército, los famosos con alma de beneficiencia, el conflicto de Oriente Medio, los cazadores, los intercambios de parejas, los programas de testigos, la lucha libre... Baron Cohen no deja títere con cabeza, si bien es verdad que algunas de las set pieces funcionan mucho mejor que otras, y la mayoría están guionizadas en su tronco central. La gran multitud de objetivos, pero hace que la película tenga un ritmo endiablado y no adolezca en ningún momento de bajones de intensidad.

Además, plantea preguntas más que interesantes. ¿Hasta qué punto es lícito hacer humor con TODO? Así, el punto más sensible de la película es su pasaje por el conflicto israelo-palestino. Baron Cohen aprovecha de las ansias de cada comunidad de hacerse eco de su mensaje para dejar en ridículo a ambos. Introduce el humor para relativizar, para igualar a los bandos en la ridiculización. Luego muestra no solo una gran capacidad de trabajo de producción al conseguir una entrevista con un líder terrorista, sino una enorme valentía al plantearle preguntas y sugerencias que en la vida el hombre se hubiera imaginado que le iban a soltar. ¿Consigue algo Baron Cohen a parte de hacernos reir con estos gags trampa? Creo que sí. ¿Es un tema delicado sobre el que no debería hacerse humor? El debate está abierto (o no, que a mi me da igual), pero encontré una ventana abierta que no se había explorado antes.

Al fin y al cabo, Brüno es una película de chistes sobre maricas y nazis. Me sorprendió muy gratamente el enorme número de referencias a, por ejemplo, Hitler y el nazismo, desde la óptica naïf e inocentemente vil de Brüno. Sobre los gays, Baron Cohen coge todos los estereotipos habidos y por haber y los lleva al extremo. Y una vez los ha situado allí, los echa en cara a la gente. Memorable son los segundos de silencio incómodo durante la fogata noctura de los cazadores.

No me apetece recordar aquí los sketches de Brüno. Bueno, miento. Sí me apetece. Pero prefiero que sean ustedes quienes descubran las sorpresas que la película esconde tras cada burrada nueva. Son muchas. Muchísimas. Y la sonrisa vuelve a los labios cada vez que el recuerdo de alguna de ellas vuelve a tu cabeza. Brüno tiene al menos diez momentos antológicos de pura comedia. Pero comedia poco común. De la absolutamente transgresora. De la que se marca a fuego. De la que, en definitiva, solo los grandes pueden llegar a construir.

Y solo un grande como Sacha Baron Cohen puede hacer esa última set-piece, rodeado de amigos antaño poderosos. Cuando escuchen y tarareen la canción, reflexionen. ¿Son los artistas famosos quienes dan prestigio a Baron Cohen, o ha llegado ya el momento en que son ellos quienes salen favorecidos de reunirse con el Último Gran Talento Cómico?



PS. Qué demonios. ¡Recordemos escenas!
Ese test screening gritando ¡Brüno!
La entrevista con el terrorista y la frase: Vuestro Rey Osama es como un Santa Claus mendigo.
Las caras de asco del público de la lucha libre cuando empieza el espectáculo gay de Dave el Hetero.
El traje de Velcro.
Paula Abdul y las sillas humanas mejicanas.
OJ, el niño afroamericano de un país llamado África.
La mamada via medium a Milli, de Milli y Vanilli...

Monday, June 15, 2009

Star Trek, de JJ Abrams


Como quiera que sea que soy auténtico devoto de Lost y un fan absoluto de Alias, a JJ Abrams le exijo el máximo en su carrera cinematográfica.

Lástima que sea uno de los tipos más sobrevalorados del Hollywood actual.

Y con ello no le pretendo quitar mérito. Gran reciclador de ideas, argumentos y recursos narrativos, Abrams ha dado un vuelco a la televisión actual. En el caso de Perdidos, creo que el mérito es más de Lieber y Lindelof, que han estado al pie del cañón mientras nuestro nerd favorito ha ido poniendo el nombre.

Como director, MI:3 era una película de puro entretenimiento al más fiel estilo Alias. Como productor, Monstruoso decían que revolucionaba el cine de monstruos (pero a mi solo le revolucionaba el estómago).

Su primer gran reto, retomar la saga Star Trek y convertirla en un producto mainstream no exclusivo para trekkies, era todo un desafío.

Abrams sale airoso de la contienda, pero con matices.

Star Trek sigue la senda abierta por Batman Begins de revisitar viejos clásicos y actualizarlos desde el inicio, adaptándolos al público actual y dándoles nuevos significados. La gran mayoría de estas revisitaciones han sido exitosas (la ya citada del hombre murciélago, o la fabulosa Casino Royale), aunque no se pueda decir lo mismo de sus continuaciones, que se debaten entre un tono pedante y la cutrez (sirvan los mismos ejemplos anteriores, respectivamente).

Así, Abrams tenía un camino abierto. Difícil, pero con señales que indicaban la dirección correcta. Y le ha ido bien.

Para empezar, el cásting es un acierto. Desde este clon de Brad Pitt cabezón que es Chris Pine como el mujeriego capitán Kirk hasta el mimético Spock de Zachary Quinto (quizá la mejor interpretación de la película), pasando por el siempre soberbio y desconcertante Karl Urban o el emergente Anton Yelchin (Kyle Reese en Terminator Salvation). Los personajes no quedan ridículos en sus trajecitos trekkie, son creíbles en la medida de lo posible y respetan las actuaciones del reparto original con gestos y movimientos calcados (lo de Kirk es gracioso, pero lo de Urban es de un inquietante que tira de espaldas).

Vale, Eric Bana está ahí para aparentar, pobrecico, con lo que prometía. Y su nave minera es un chusco. Pero dentro del conjunto se le puede perdonar.

¿El argumento? Algo irregular y dilatado, la preparación para convertirse en miembros de la Enterprise y su primera misión que ya hace peligrar la Tierra está algo estirado, y el film se alarga hasta llegar a un clímax demasiado Bondiano, en el sentido de destrucción de cuartel general del villano de turno. Por el camino, viajes temporales, paradojas que se rompen, peleas, tiros, naves espaciales... todo lo que se le puede pedir a una soap opera y que no se le exigía hasta el momento a Star Trek.

Claro que el Star Trek de Abrams está más cerca de Star Wars que de la serie creada por Gene Roddenberry, en concepción argumental (ese deber moral heredado via paterna) y en aparatosidad visual. El tramo de film que sucede en esa luna helada recuerda mucho (pero mucho, mucho) al inicio de El imperio contraataca y las peripecias de Luke en la cueva del planeta Hoth.

Hay set pieces escalofriantes, como la pelea en la plataforma perforadora tras un aterrizaje en paracaídas; y algunas de vergüenza ajena, como la alergia en las manos de Kirk, que si bien no molesta, es algo infantiloide para el tono que pretende el film.

Y algo que no entiendo. Se crítica a Michael Bay su estilo asincopado y celeroso, pero el Star Trek de Abrams parece haberlo fichado para filmar con la segunda unidad. ¿Podremos los fans de Bay reivindicarlo algún día? ¿Le darán buenos guiones (en la línea de La Isla) o deberá seguir filmando fantasías pseudofascistas disneylandenses?

Por lo demás, Star Trek no revolucionará el cine (ni siquiera lo intenta), pero es una peli entretenida que no insulta al espectador, algo que últimamente se está echando bastante de menos en el cine.

Abrams no será el apóstol del séptimo arte del siglo XXI, pero su perfil puede abrir las puertas a mucha gente con talento e ideas capaz de aportar sabia nueva.

Gran Torino, de Clint Eastwood


No es de las mejores del Clint, pero como es su peli de despedida se han hinchado las críticas. Vamos, como un partido-homenaje al futbolista que deja su club de toda la vida.
Está mal montada, dirigida un poco como por encima y es previsible.
Per sigue siendo un Eastwood y sigue teniendo su mojo, con algún buen diálogo y, lo más importante: esa despedida de, con otro nombre, Harry Callahan. En su día construyó una hermosa lápida sobre la tumba de El Manco (o El Pistolero Sin Nombre), y ahora da una más que digna salida al más grande de sus justicieros urbanos.
Larga vida a Clint.

Monday, February 23, 2009

Valkiria, de Bryan Singer



Hacia la mitad del film, contemplando conspiraciones y gente uniformada despacho arriba despacho abajo, me di cuenta de cuánto se parecía Valkiria a Sospechosos habituales. Por el tempo, por el estilo, por los diálogos, por la misma concepción visual de Singer, parecía que estos años deambulando entre superhéroes no hubieran pasado nunca. Que Keyser Söze estaba a la vuelta de la esquina.

Al finalizar la película, en los títulos de crédito, leí el nombre de Christopher McQuarrie como coguionista, y respiré aliviado. Después de todo este tiempo, Singer se ha reencontrado con la horma de su zapato, con el hombre que escribe las películas perfectas para él.

Valkiria es un peliculón, en todos los sentidos. Un gustazo para disfrutar. Dos horas para ser abducido por una historia fascinante contada de manera magistral.

Que a Singer le va el tema nazis no es algo que no supiéramos. Desde Public access, película que narra cómo un misterioso locutor de radio consigue infiltrarse en las conciencias de un pueblecito norteamericano y convertirlo en un lugar donde reina la paranoia, el miedo y la violencia, hasta el más evidente prólogo de X-Men (relacionando el origen de los mutantes con los campos de concentración). Pero sin duda, la película con la que entronca Valkiria es Apt Pupil.

En aquella (cuyo nombre en español omitiré por horroroso), un estudiante descubría que su vecino era un antiguo oficial SS, ya anciano. El chaval se sentía fascinado por el pasado del viejuno, y la semilla del mal germinaba en él, al tiempo que desenterraba los recuerdos y sentimientos del nazi. Un viaje a los infiernos, un periplo hacia el origen del mal, encarnado por el nazismo.

Valkiria representa el trayecto inverso. Desde el seno de la alemania nazi hacia la luz. Con Valkiria, Singer cierra un díptico magnífico.

Sin embargo, el fondo no lo es todo. Singer recupera la forma, y lo hace de forma absolutamente excepcional. Cuida los detalles y la iconografía adecuada. Valkiria no es solo un festival de banderas, uniformes, coches, aviones, palacios y búnkers bien filmados. En Valkiria hay un mimo exquisito por el matiz. Kenneth Branagh fuma como solo los nazis saben fumar (y los que habeis crecido viendo Los cañones de Navarone o El Nido de las Águilas ya me entendeis), las miradas de complicidad y traición están diseminadas por toda la proyección, los gestos secretos que solo sabemos descifrar en el público, los soldados con mosquiteras en La Guarida del Lobo...



Valkiria es todo lo que bailaba en mi cabeza cuando escribí Montecristo.

Hay un plano que me robó el corazón y las retinas: cuando el avión del Führer está aterrizando en el aeródromo y los oficiales van apagando sus cigarrillos con las botas. Es tan sutil y a la vez tan significativo que te sumerge en el film.

Luego está el ojo de Stauffenberg. Su conciencia. En África le es arrancada de cuajo y desde entonces le escruta y le impulsa a actuar. Esos planos del militar abriendo la cajita para que el ojo le mire y le diga que lo que está haciendo es lo correcto son arrebatadores. El uso del ojo/conciencia para arrastrar a los demás en su lucha moral (metiéndolo en una copa, por ejemplo) tiene una fuerza irresistible. El momento de toma de conciencia, con la cabalgata de las valquírias sonando estremecedora en el tocadiscos mientras la familia de Stauffenberg se refugia de un bombardeo en el búnquer es de una belleza y una efectividad extrema. El protagonista rezando en una iglesia sin techo, bajo las estrellas, simplemente espectacular. Todo ello aderezado con la soberbia partitura de John Ottman, que le concede un carácter épico que la historia se merece.

Tom cruise está más que correcto en su interpretación, otra más de las que le gustan a él, con el protagonista sufriendo algún tipo de deformación o discapacidad pero con una fuerza interior que le obliga a superarse. Destaca sobretodo en las escenas posteriores al atentado y el golpe de estado (sobrecogedoras, por cierto).

El resto del elenco (y aparte del curioso cameo de Brannagh, que hacía de nazi malo en el telemovie La solución final) está espléndido. Tom Wilkinson clava el personaje arribista que se une a los ganadores, sean quienes sean. Bill Nighy es capaz de hacer olvidar sus interpretaciones agrio-cómicas para mostrar un carácter lleno de matices, de dudas y miedos. Carice Van Hutten sale muy poco pero llena la pantalla cada vez que aparece. Y el Hitler de David Bamber no pasará a la historia, pero está bien en su personaje desquiciado y parco en palabras.



Me emocioné con el final de Valkiria. Acaba como deben acabar estos films. Y a pesar que conocemos el final, Singer lo cuenta como pocos saben hacerlo. Me emocioné al encontrarme con una película adulta, una reflexión más profunda de lo que pueda esperarse de un supuesto blockbuster, una puerta abierta a la memoria.

Cuando estuve en el cementerio alemán de Normandia, por uno de los aniversarios del desembarco aliado, quedé hipnotizado por la inscripción que reza sobre el umbral de la puerta de acceso de piedra maciza:

"Sed respetuosos. Muchos de ellos no eligieron la causa por la que murieron".

Citando una de las últimas frases de Stauffenberg en Valkiria:
"Nadie olvida"


Thursday, February 12, 2009

El curioso caso de Benjamin Button, de David Fincher


Fabricar una película para ganar muchos óscars no es malo de per se. Es lícito, de hecho. Lo que debe exigírsele a ese film es que, al menos, no se le noten los trucos.

Y El curioso caso de Benjamin Button es un libro abierto sobre cómo realizar una película oscarizable, a saber:

  • Personaje central que convierte su defecto en virtud.
  • Historia bigger than life.
  • Relación tormentosa pero duradera.
  • Corte de personajes secundarios curiosos cuyas vidas cambian por acción del protagonista.
  • Pasajes épicos.
  • Tramos intimistas.
  • Fotografía y efectos especiales deslumbrantes.
  • Una escena de guerra que demuestra el heroísmo del protagonista.

Como el relato de Scott Fitzgerald en el que se basa es demasiado corto, los productores contrataron a Eric Roth, el guionista de Forest Gump, para que cumpliera con su cometido. Roth, ni corto ni perezoso, debió abrir el word y le salió el dichoso clip: “Parece que está escribiendo una película oscarizable!”. Y de allí a usar la plantilla de la peli de Zemeckis solo hay un click.

La parte positiva del film es que se tratan de tres horas que pasan en un suspiro. La proyección no aburre, y contiene escenas que podrían tildar de “bonitas”. A Fincher se le ve poco o muy poco, con una dirección sobria, sin grandes estridencias pero en la que cuesta reconocer algunos de sus rasgos de estilo. Narrada como un cuento de hadas en su primera (y magnífica) primera hora, la película se va deshinchando poco a poco una vez superamos la fase de vejez prematura de Benjamín, y nos estancamos en esa especie de edad adulta de madurito guay.




Todo el tema del niño que crece entre ancianos como otro viejuno más es lo mejor de la cinta, junto a la parte de la segunda guerra mundial y la relación de Button con la mujer casada interpretada por Tilda Swinton. A decir verdad, la química entre estos dos es muy superior a la que pueda existir entre Brad Pitt y Cate Blanchet. Porque... ¿tiene Blanchet química con alguien en la gran pantalla?

Pitt está bien, sobretodo en esa caracterización de viejo (¡por fin una creíble!), más que cuando se aproxima a la juventud de tercera edad (aunque creo que hay un par de décadas en las que no cambia su aspecto en absoluto). Blanchet es fría y lleva su personaje al terreno donde los lleva todos: a la desconexión con la platea.

Pero todo lo que se pueda ganar con lo que tiene de bueno el film se pierde en su infinita previsibilidad, que lo convierte en un producto prefabricado de laboratorio, emociones plastificadas al más puro estilo Edward Zwick y sus películas de fotoprix. Los diálogos acumulan un montón de convenciones, con frases ridículas y a menudo vergonzantes (que le digan “eres perfecto” en un susurro a Brad Pitt no puede sino despertar la carcajada del respetable); los personajes secundarios están vacíos, poco definidos y no se ven en absoluto influenciados por Button; los intentos de dramatismo (como el final del capitán) son una mera excusa para colar moralejas carrinclonas; y así tres horas.

Puedes adivinar qué va a ocurrir en cada escena, quien va a hacer qué, y qué consecuencias traerá. Y no solo porque lo hayamos visto en Forest Gump (que ya lo vimos, cambiando el SIDA por una rodilla rota y un capitán de Vietnam por un Capitán de la Segunda Guerra Mundial), sino porque a la película se le ve el plumero. Button es el hermano bastardo y anónimo de Gump. Donde allí había comedia (esos encontronazos con la historia), aquí solo hay trascendencia.

Solo hay una escena que me desconcertó: el cortometraje ameliesco que sucede en París. No me lo esperaba, y resultó ser un pegote sin ningún tipo de solución de continuidad con el tono del film, algo tan absurdo como que a alguien se ocurriría: “ya que estamos en París, “hagámoslo a la Amelie!”. ¿Por qué?

¿Y ese lucir tipo jamesdeanesco sobre una Harley? ¿Y esos descartes de la vida de Brad Pitt durante el rodaje de Siete años en el Tíbet, amortizados aquí para verlo viajar por Oriente? ¿y ese momento a cien cañones por banda?

Fincher, esto es solo un tropezón en una carrera más que estimable. Y más viniendo de donde vienes, la que quizá sea la mejor película de lo que llevamos de década, Zodiac. Pero es que El curioso caso de Benjamín Button se queda en un intento de agradar a la Academia, y poco más. Hora y media menos de metraje y la hubiera disfrutado (¿es necesario el dramón sobremesero del último tercio?), pero entonces quizá los productores no hubieran tenido la enésima gran película americana... con un epílogo que podría firmar cualquier comercial de Benetton.



Postdata: me olvidaba de la historia en el presente con la hija leyéndole el diario de Button a su madre, enferma terminal en un hospital al que se aproxima un huracán. Pues eso. Me olvidaba. Por algo será.

Saturday, January 24, 2009

Arropiero, el vagabund de la mort, de Carles Balagué


El primer pensamiento que viene al encenderse las luces de la sala tras la proyección del film es cambia de canal a ver qué dan.

Arropiero es un informe semanal de hora y media basado en entrevistas a gente que conoció o trató el que posiblemente sea el más gran asesino de la historia reciente de España.

Y quizá por eso queda esa sensación de aproximación desaprovechada.

No he visto cine en la película. No he visto una intención de ofrecernos nada visual. Todo son palabras, palabras y más palabras en un montaje que alterna las entrevistas a abogados, psiquiatras, médicos y, sobretodo, los policías que acompañaron al criminal en un viaje tan esperpéntico como increible.

Echo de menos este espíritu de alocada road movie, un acercamiento más cinematográfico y menos reposado. Una historia menos intelectual y más física.

Lo que nos cuenta Arropiero, el vagabund de la mort es interesantísimo, pero el cómo nos lo cuenta convierte el film en un testimonio algo mortecino, sin garra. Además, a menudo no se entiende cuando ocurre tal o cual homicidio, y si los hechos que se nos explican pasan antes o después de su detención. La cronología queda algo difusa y el espectador se pierde en explicaciones a veces contradictorias. El caso de la pareja de Ibiza, por ejemplo, es confuso y no queda claro cuando hablan de Manuel Delgado Villegas y cuando del norteamericano acusado del crimen.

Me hubiera gustado (y como todo lo anterior, es cuestión de gustos personales) algo de atrevimiento en el apartado visual. No solo fotografías para ilustrar determinados momentos, sino un poco más de viveza y riesgo, un estilo más moderno. No pido un Zodiac, pero sin duda es mucho más apetecible el documental de La Zona Fosca sobre el tema, en ese sentido.

Quedan algunos detalles, como las referencias cariñosas de los policías hacia el personaje que tuvieron que custodiar e investigar, y al que llaman Manolo, manolillo y demás.

Como curiosidad, decir que Lluís Borràs, uno de los psiquiatras que aparece en la película contando la historia del criminal, fue profesor mío en Criminología, y doy fe que siempre ha tenido este tono entre naif y morboso con que explica los hechos más escalofriantes.