Friday, August 21, 2009

Enemigos públicos, de Michael Mann



Michael Mann debe ser un robot sin emociones.
De lo contrario, no se explica que sus películas carezcan de sentimiento. Plásticamente impecables, los films de Mann no transmiten ninguna emoción. Si les pinchas, no sangran. Los comportamientos humanos se acercan a los del cliché más puro, y cuando intenta conmover, solo se queda en la superficie.
Enemigos públicos no es la excepción. Y ese es el principal defecto del biopic sobre John Dilinger. Cuando debería involucrarnos sentimentalmente, nos deja fríos como espectadores.
Y aún y así he disfrutado de unos fugaces ciento cuarenta minutos de película de gángsters al viejo estilo. Sí, lo confieso: siento atracción por el sonido y la imagen de una tommy gun en pantalla, me deleito en los atracos perpretados por gente con abrigo largo y sombrero de ala. Y Mann se regodea en ello.
Enemigos públicos es una película sobre una época, sobre un estilo de vida y, en menor medida sobre la creación de un mito. Los personajes principales, el atracador John Dillinger y su perseguidor Melvin Purvis están descritos en la escena inicial de cada uno. El primero como alguien con un mínimo de valores muy rígidos que confía en los suyos; el segundo como un cazador sin escrúpulos y arribista que ve la oportunidad de ascender con una presa mayor.
Y hasta aquí la psicología de los personajes. Lo demás son atracos, emboscadas, fugas, investigaciones y tiroteos rodados con una sobriedad ejemplar, que deja no solo un puñado de cadáveres a lo largo de la proyección sino un montón de escenas memorables (por ejemplo, cada vez que aparece Baby Nelson en pantalla).
El ritmo de Enemigos públicos es pausado pero no concede tregua. Tan solo la historia de amor, algo vacía, hace cojear una de las tramas menos interesante y, a la postre, más fallidas del film.
No me acabó de gusta el uso de cámaras de alta definición para el rodaje de Enemigos públicos. No creo que sea el lenguaje que esta película necesita, como sí podía ocurrir con Corrupción en Miami. Aquí se echa un poco de menos esa textura que sí tenía Los intocables de Brian de Palma, quizá el referente más directo de Enemigos públicos (si ignoramos esa patraña que filmó con el título de La Dalia Negra).
Christian Bale está en su habitual registro de caradepalo inmutable, y Johnny Depp johnydeppea durante todo el metraje.
Hay elementos de la historia de Dilinger desaprovechados (su ascensión a celebridad del pueblo, a pesar de ser un asesino) en virtud de una narración lineal en la que destacan por sí solas set pieces como la de la fuga de la casa vigilada por el ejército, la emboscada en la casa del bosque o la brutal incursión a pie en el despacho de los federales.
Así que, seguramente, Enemigos públicos se dará un castañazo en taquilla cuando el boca oreja empiece a correr la voz que es aburrida. Lástima. Por mi parte, me habré pasado dos horas y veinte viendo a gangsters pasándoselo (y haciéndomelo pasar) en grande.
Como en los viejos tiempos.

Thursday, August 20, 2009

Asalto al tren (Penhalm 123), de Tony Scott

Asalto al tren, Penhalm 123 es una película que ya hemos visto mil veces antes. Y no tan solo porque se trate un remake del film del mismo nombre de Joseph Sargent. Asalto al tren es la típica película de rehenes con negociador de por medio. Por mucho que se empeñe Tony Scott en darle ritmo con su habitual montaje asincopado y su fotografía saturada.
Con una excusa argumental trillada, con el telón de fondo de Nueva York (que se pretende otro personaje más, pero acaba siendo igual de irrelevante que todo el resto), Asalto al tren se deja ver de principio a fin a pesar de ser previsible. No molesta pero tampoco entusiasma. Es perfecta para un deuvedé del sábado por la noche.
Eso sí, y como es de esperar, Travolta sigue poniendo la cara de loco que usa para todos sus villanos y Denzel Washington interpreta a Denzel Washington.
Al personaje de éste le han intentado colocar un pequeño lado oscuro que queda soterrado enseguida por todo tipo de justificaciones y por una fuerza moral solo exigible a los roles que elige el senyor Washington.
Hace una semana que vi la película y solo recuerdo a Travolta chillando en un vagón de metro. Creo que con esto está todo dicho.


Saturday, August 08, 2009

Up, de Pete Docter (pero de Pixar en general, para qué engañarnos)


No me andaré por las ramas ni me subiré en una casa atada a globos.
Que Pixar había alcanzado cotas técnicas elevadísimas era algo que ya sabíamos de antemano. Que Wall-E era una disección magistral de los sentimientos más inocentes quedó patente el año pasado.



¿Qué podía aportar la historia de un anciano que se embarca en un viaje con su casa atada a un puñado de globos?
Up es un dardo en el alma. La aventura soñada.
Divida en dos secciones claramente diferenciadas (como en Wall-E, en lo que empieza a ser un sello propio de plantear dos películas diferentes en una), Up envuelve al espectador de principio a fin.
Es imposible no emocionarse con esos primeros quince minutos, una lección de cómo hacer CINE con mayúsculas. Pete Docter y los chicos de Pixar se permiten el lujo de narrar la vida de alguien desde la infancia hasta la vejez con pocas palabras y concisión de imágenes. En diez minutos, la película te ha robado el corazón. Pero esos minutos no oscurecen el resto del metraje, sino al contrario, lo hacen más grande, bigger than life, inmenso y emocionante.



Prefiero no desvelar mucho sobre el argumento, que incluye perros parlanchines y pájaros esmuñidizos (una suerte de Correcaminos que el Coyote lleva años intentando cazar). La fotografía es soberbia, cuando no hipnótica, y el uso de la maravillosa banda sonora de Giachino es ejemplar.
Up nos sube al zeppelín Spirit of Adventure y nos anima a acompañarles en este periplo a los sueños. Reiremos con los canes, sufriremos vértigo en las alas de un aeroplano y lucharemos con espadas junto a Kirk Douglas y Spencer Tracy.
Pero recordad: los sueños solo son la meta. La aventura es vivir el camino hasta llegar a ellos.



Los de Pixar parece que han encontrado el sendero a seguir.
Yo pienso acompañarles, ocultando las lágrimas de emoción tras las gafas 3D en la oscuridad del cine, cogiendo de la mano a mi pareja y sintiéndome afortunado.