Friday, December 29, 2006

Déjà Vu, de Tony Scott


Algún día será cuestión de ir reconociéndole el mérito a Jerry Bruckheimer, productor de Hollywood que, independientemente que pueda gustar más o menos, deja su sello en todas las producciones que apadrina. Y resulta un sello inconfundible: acción a raudales, montaje adrenalítico, una explosión por página de guión y al menos un par de docenas de helicópteros por película.

Decir Bruckheimer es decir Entertainment.

Luego está Tony Scott, el hermano menos reputado de los Scott, y sin embargo tan poco encasillado como Ridley. Tony Scott es la pareja perfecta de Jerry Bruckheimer: siempre tiene la ración justa y un par de cucharadas más de colores hipersaturados, cámara inquieta y espiral creciente de violencia. Es esta mixtura lo que hace de Deja Vu un film entrañable.

¿Se puede llevar alguien a engaño ante Deja Vu? Difícilmente. ¿Se puede salir decepcionado de la sala? Nunca. ¿Es una obra maestra? No. ¿Es entretenida? Entretenidísima.

Deja Vu es, como casi todo el cine de Bruckheimer, un refrito de diversos géneros servido en caliente. Y Scott es el mejor panadero posible para amasarlo. No se circunscribe a ningún estilo en especial, y pica un poco de todos lados: acción, policíaco, terror, thriller, drama y ciencia ficción tienen cabida en ella. Una historia de amor y sacrificio. Es evidente que no saldrá una masa homogénea, pero sí un pan de aquellos repletos de sésamo, nueves y pasas, que cruje y es tierno a la vez.

Dice una vieja máxima de Hollywood que un buen film debe empezar con un terremoto y luego ir subiendo. La explosión inicial de Deja Vu cumple a rajatabla tal precepto, y como en el inicio de La Jungla 3: Con una venganza, el atentado surge como motor de la historia. En el film de McTiernan, las torres gemelas seguían en pie, y solo habían sufrido un ataque en el 93: el terrorismo era algo anecdótico. Tras el 11-S, con la sociedad norteamericana inmersa en una guerra y paranoica, el panorama que Scott nos muestra es bien distinto. Y si nos encontramos en la Nueva Orleans arrasada por el Katrina, llena de heridas abiertas, el impacto emocional es superior.

Así pues entra en escena un estupendo Denzel Washington (¿cuando no lo es?), en el papel de Denzel Washington interpretando a un detective clásico. Eso es: gabardina, intuición y desplazamientos en tranvía. Denzel Washington interpreta a James Stewart. Denzel aparece para investigar la explosión (él y 600.000 policías más), pero como es especial y tiene un don, descubre algo que otros no han visto. Llevamos 15 minutos de película y tantos planos como agentes investigando el atentado. Así, una de las víctimas no cuadra: parece ser que ha muerto cinco minutos antes de la explosión. Si encuentran al asesino, encontrarán al terrorista.





Cuando uno ya se ha acostumbrado al clásico discurso del noir en las manos videocliperas de Scott, llega un agente federal interpretado por Val Kilmer y le ficha para un grupo especial de investigación. Val Kilmer, desde que ha encontrado el camino para emular a Brando por medio de los kilos, está inmenso (en todos los sentidos de la palabra): sus actuación tiende a la contención, y sin embargo transmite cada vez más, se impregna del personaje. Y eso que aquí solo tiene un cliché, como el gay de Kiss kiss bang bang. Habrá que esperar a que le vuelvan a dar un personaje de entidad. El caso es que el grupo especial está en un sitio muy raro con turbinas y tubos y luces, y la película pasa al terreno de la sci-fi. Los federales tienen la posibilidad de visionar los hechos acontecidos cuatro días y medio antes, y necesitan la intuición (y la gabardina) de Denzel para que les indique dónde deben mirar. Denzel ha quedado fascinado por la chica. Por suerte, una primera explicación nada verosímil (y que podía dañar la credibilidad de la historia, si la tenía) es sustiuida rápidamente por una aún más increible... y que es más fácil de asimilar por el espectador.



Jugamos con el cine dentro del cine, con ver al espectador, con ser mirones de un voyeur, cómplices en la oscuridad de la sala.

Pero a Scott no le interesa mucho ni esto, ni las paradojas temporales, y cualquier rastro de explicación psicológica de los actos de sus protagonistas desaparece ahora. De hecho la explicación científica está sacada directamente de Emett Brown, de Regreso al Futuro (incluso dibujan el mismo diagrama de las lineas temporales alternativas). Jerry Bruckheimer ha entrado en el estudio y no oye suficientes explosiones. Es el momento de las carreras y los tiroteos, de las luces de colores y la fotografía hipergranulada. Se produce una persecución en dos planos temporales que es de lo mejor que se ha rodado este año.

Y aparece Jim Caviezel, en un registro inaudito hasta el momento en el actor, que lo borda. Sin duda (y porque prácticamente lo reconocen en la peli), su personaje se inspira directamente en Timothy McVeigh, el terrorista de Oklahoma.

Las tramas se cierran pero es demasiado pronto, y el film se encauza hacia el más difícil todavía. Denzel ha quedado fascinado por la chica tras observarla durante dos días desde el otro lado del espejo, y existe una posibilidad de salvarla... o no. Entonces se explican diferentes acontecimientos que habían quedado descolgados durante todo el film, y se efectua una relectura de este desde una historia de amor y sacrificio. Claro que en el lenguaje Scott Amor significa colores ocres en la fotografía, roces sobre la piel y miraditas tiernas, y Sacrificio no es más que hemoglobina por doquier.

Resulta difícil intentar estructurar el film sin desvelar ninguno de sus secretos. Tampoco sería un drama desvelarlo, pero es mejor que el espectador se sorprenda de los giros argumentales a medida que lo ve. Pero es necesario destacar ciertos puntos importantes de la película para entenderla en su complejidad/simplicidad.

Deja Vu, y perdonadme el chiste, suena a ya visto. Pero eso no es necesariamente negativo. La banda sonora es sospechosamente similar a la de El Caso Bourne. Las lineas generales del argumento están recogidas desde el Relámpagos de Dean R. Koontz al Vértigo de Hicthcock en su lado más romántico. Denzel Washington interpreta a James Stewart enamorándose de una muerta, intentando que no se repita la historia. Pero la paranoia que Tony Scott plasmó a la perfección en la reivindicable Enemigo Público se reproduce aquí en la máquina que el grupo especial del FBI utiliza para ver el pasado. Es el Estado que todo el ve y todo lo controla, una especie de Gran Hermano aplicado al tiempo y al espacio. Es el Minority Report aplicado al pasado, La ventana indiscreta reconvertida en un escritorio high-tech. No estoy de acuerdo en las comparaciones con Memento: no tienen nada en común. De hecho, si le buscamos una similitud estilística, la encontraremos en Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez.

Sería futil preguntarse lo que otros grandes embaucadores hubieran sacado de esta coctelera. Seguramente algo más pretencioso. Esperemos que Brian DePalma se despierte de su dalia negra y vuelva a versionar al viejo Alfred. Dejemos que los que se lo pasan bien haciendo cine, como Tony, nos diviertan con sus cuentos remezclados.

Porque es esta mixtura lo que hace de Deja Vu un film entrañable, decididamente de serie B (de gran presupuesto, pero de serie B), y un paso más en la carrera de Tony Scott por pintar un gran fresco pop ajeno a cualquier moda, capaz de mostrar tanto lo más superficial como lo más profundo de la sociedad actual norteamericana, pero incluyendo siempre, como le gusta a Jerry, al menos un par de docenas de helicópteros.


Sunday, December 24, 2006

El Perfume, de Tom Tykwer



Es difícil profundizar en un sentido tan volátil y a la vez tan poderoso como es el olfato. No he leído la novela El Perfume, de Patrick Suskinf, pero al parecer existe bastante quorum en reconocer que el autor sabe imprimir en el papel la esencia de los olores. ¿Sería capaz el cine, enimentemente audiovisual, en conseguir el mismo efecto?

Tom Tykwer, el director, sabe qué debe hacer para que olamos la pantalla, y lo lleva a cabo sin remilgos.

El Perfume es una película con dos partes claramente diferenciadas.


La primera, con la presencia de un narrador omnisciente, se nos cuenta el nacimiento y juventud de Jean-Baptiste Grenouille. Tykwer decide que, ya que no podemos oler, sí podemos asociar imágenes a olores, con lo que la primera media hora se convierte prácticamente en un pase de diapositivas. Pescados muertos, naranjas en un cesto, pieles erizadas... todo como fotomacrografías, captados de cerca y aumentado, para que nos vengan los recuerdos olfativos. La fotografía, con unos colores adecuados para cada imagen (espléndido Frank Griebe), ayuda en todo momento a que nos transportemos a un mundo que el cine NUNCA ha explotado. Pero una sucesión de fotogramas sería muy dura de sobrellevar más allá de cinco minutos seguidos, y el engranaje de primeros planos de narices puede ser efectivo pero repetitivo. Así que se apuesta por dotarlo de un sentido del humor macabro, negro y muy de agradecer.

Es en esta parte que el personaje del perfumista interpretado por Dustin Hoffman hace su aparición. Interpretación simpática, sí, pero que parece en cierta manera fuera de lugar en una película que lleva el subtítulo Historia de un asesino. Que Hoffman no acaba de encajar en ningún lado, es algo de sobras conocido, pero que su interpretación, aún siendo correcta, acabe como un chiste dentro de la totalidad del relato, es inquietante.




La segunda parte obvia la voz en off, y se centra en las andanzas de Jean Baptiste (un más que correcto Ben Whishaw) en su búsqueda por un olor personal... o lo que es lo mismo, en la búsqueda de su propia identidad. Fuera de toda convención social, Jean Baptiste matará para encontrar algo supremo, algo por encima de la vida y la muerte. Tom Tykwer abandona prácticamente los primerísimos planos de detalle que nos evocan sensaciones para centrarse por fin en una historia concreta. Si bien adopta también un montaje más clásico, de thriller, sin dejar de lado el sentido del humor que hasta ahora había planeado sobre el film, pero matizándolo, haciéndolo menos caricaturesco. En esta parte hay escenas genuinamente terroríficas y propias del fantastique, como el cadáver sumergido entre pétalos, o la aparición de los cuerpos lívidos y rapados.
La némesis de Grenouille es ahora Antoine Richis (Alan Rickman, bien como siempre), el padre de la pelirroja por la que el perfumista suspira para crear el olor perfecto.
La pelirroja, una sosainas que no transmite nada y estropea cada plano en el que aparece, está interpretada por Rachel Hurd-Wood, una actriz que no da para más que el cine gonzo, lugar donde le deseamos el mayor de los éxitos.



El final, ambiguo, nada moralizante, grandguiñolesco y consecuente con la historia, es de aquellos que o gustan o desagradan sin término medio. Personalmente, lo encontré de un valentía inusitada para un film comercial como este. Si bien ya aparecía en la novela original, no es fácil que un film que se estrene en salas para el gran público contenga una propuesta cuanto menso arriesgada.
El Perfume está ambientada en París en su primera parte y en Austria o Alemania o algún rincón de Francia en la segunda (no lo recuerdo, y tampoco importa mucho).
Pero no nos engañemos: El Perfume podría pasar en Barcelona y todos lo aceptaríamos como lo más normal del mundo. Que se haya rodado entre Besalú (el puente y la imponente entrada medieval) y Girona (el call jueu, magnífico) lo convierte en familiar. Que para un barcelonita como yo, en todo el metraje se reconozcan las calles del casco antiguo de la ciudad condal, es impagable. La Plaça Reial donde tiene su perfumería el mayor enemigo de Dustin Hoffman (me niego a llamarle por el nombre de su personaje, siempre será Hoffman), la calle Ferran ennegrecida y repleta de gente, la plaça de la Mercè como un mercado de pescado, el palacete del laberinto de Horta como el hogar de los Richis... Sin duda, se convierten en un atractivo más para el espectador catalán.



Si a ello añadimos que en la parte de ambientación se ha logrado un gran éxito (no parece un film europeo, vamos), y la banda sonora acompaña la historia sin histrionismos, podemos afirmar que El Perfume ha conseguido loq eu se proponía: contarnos la historia de un tipo que se busca a si mismo a través de su mayor don, la capacidad olfativa ilimitada, que a la vez es su perdición.

No hay que buscar más, pero tampoco menos. Lo que tal como está el cine a este lado del Atlántico, no está nada mal.