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Saturday, April 02, 2011

Invasión a la Tierra, de Jonathan Liebesman



No sabía yo que el cuerpo de los marines estaba tan mal de vocaciones para tener que realizar un publireportage de hora y media que haga que la juventud estadounidense corra en masa a alistarse.
Básicamente, si te haces marine:


  • Podrás surfear a placer.
  • Tendrás un buffet libre de armamento a tu disposición.
  • Sabrás lo que es vivir con honor.
  • Tendrás la posibilidad de morir con honor.
  • Por tu país, ojo.
  • Lucharás contra aliens.
  • Te sabrás el nombre, grado y número de tus compañeros de corrillo.
  • Llevarás un traje molón.
  • Rescatarás niños indefensos que te querrán como a un padre.
  • Bombardearás naves extraterrestres.
  • Cuando te jubiles, podrás volver a disparar al día siguiente.
  • Abortarás invasiones del espacio exterior.
  • Salvarás a pobres immigrantes que te aplaudirán para que se vea que no es una metáfora contra los immigrantes. Es más, los immigrantes son bienvenidos en el cuerpo de marines porque es una de las pocas maneras que tienen de prosperar en USA y conseguir puestos en la administración pública, por ejemplo.


En definitiva: join us, USA needs you.



Por cierto, cuando dicen Invasión a la Tierra, "Tierra" es un eufemismo para Los Ángeles.
Me gustó bastante más Monsters, que sin toda la parafernalia iba algo más allá.
Porque esta se queda en el título. No aporta nada (NADA) al género. No hay ninguna innovación, ninguna idea nueva. Es la clásica aventura ultramilitarista de los años 50 con más efectos especiales. Un par de secuencias de acción bien resueltas (la del puente y parte del tramo final) y basta.

Jonathan Liebesman, o su guionista (me da pereza buscar quién es en el imdb) o el ejército de los Est los productores del film deberían aprender un poquito de Ridley Scott. En Black Hawk Derribado la presentación de los personajes duraba... oh, espera: no había! Prácticamente se iban a pegar tiros de buenas a primeras. Y aún así, conseguía que te acabaran importando. En Invasión a la Tierra Los Ángeles hay una introducción eterna de los personajes haciendo su vida diaria de marine (¡quiero alistarme! ¡quiero alistarme!) hasta que no llega el ataque (¡quiero alistarme ya!). Tras eso, te da exactamente igual si viven o mueren o se convierten en héroes o en mártires, porque todo es una sucesión de clichés y lugares comunes que provocan somnolencia.



Un dato: en toda la película solo hay un chascarrillo. Solo uno (y tiene que ver con la única soldado femenina y sustancias viscosas). Se toma muuuy en serio a si mismo, el film.

Un diálogo:
-Mirad si es inocente mi hijo, que al principio decía: ¿no podemos hablar con ellos?
-Con el primer disparo demostraron que no venían en son de paz.

Por una centésima parte del presupuesto de Invasión a la Tierra, se me ocurre una historia de colonizaciones alienígenas a través de, no sé, ¿eucaliptos?

PS. Por cierto, muy gracioso lo de basado en hechos reales con que venden la peli.

PS2: Me comentan que el título original es Battle: L.A. Pues eso.

Thursday, September 24, 2009

Malditos Bastardos, de Quentin Tarantino


Quentin Tarantino parece cada vez más incapaz de centrarse.

De todas sus películas, quizá son Reservoir Dogs y Jackie Brown las únicas dos que pueden ser considerados largometrajes. El resto, de Pulp Fiction a Malditos Bastardos, pasando por Kill Bill, no dejan de ser magistrales cortometrajes yuxtapuestos en un proyecto común. Incluso su corto para Four Rooms era lo mejor (o lo único salvable) de aquel film. Incluso su episodio para Urgencias era muy divertido.

Bueno, también está Death Proof, pero ese es el único tropiezo de QT hasta el momento,

Así, hay que afrontar Malditos Bastardos no tanto como un largo, sino como una miniserie de cinco episodios en pantalla grande. El arco argumental es común, pero los caminos para hacerlo avanzar y la forma de narrarlos es dispar.

Como en todas las películas por episodios, pues, en Malditos Bastardos hay descompensación e irregularidad, con algunos fragmentos soberbios y otros más flojos. El resultado final, sin embargo, es majestuoso. No una obra maestra como muchos quieren ver (al menos a mi parecer, y soy un fervoroso entusiasta de QT), sino una muy buena película extremadamente personal.

Sabíamos que uno de los rasgos distintivos de QT es sincretizar todos sus conocimientos sobre cine (y cultura pop en general) y sublimarlos en su propia visión capaz de cruzar longitudinalmente todo tipo de géneros y texturas.

Los que llevamos esperando más de diez años el famoso proyecto sobre la segunda guerra mundial (aún recuerdo cuando en Sitges aseguró que acababa de terminar el guión en el avión) habíamos hecho millones de conjeturas sobre su posible argumento y deriva. Debo reconocer que esperaba algo más parecido a Doce del Patíbulo o Los violentos de Kelly. Expectativas. Algo que QT se place en destrozar. Lástima. Su versión de esos clásicos dista mucho de la que me había hecho yo (y aquí me hago un poco de autobombo y recomiendo la novela Montecristo, qué demonios, con otro tipo de malditos bastardos matando nazis por Europa.)



Con Malditos Bastardos, QT realiza una mixtura a priori improbable entre el western, el género bélico y el suspense. Equipara su banda de judíos arrancacabelleras con los apaches y, por tanto, pone al mismo nivel los vaqueros y los nazis.

Lo malo, que los malditos bastardos del título son una mera anécdota de fondo. Personajes casi sin relevancia en el contexto del film, de los que solo conocemos a Aldo Raine (esporádico Brad Pitt imitando estupendamente el acento sureño), Oso Judío (Eli Roth, transplantando su delirio hostelíaco al mundo tarantiniano) y Hugo Stiglitz (Til Schweiger, impresionante con la boca cerrada). Su protagonismo se limita al fragmento que lleva el título de la película, excelentemente ejecutado, pero que a la larga queda descontextualizado (el bate de Oso Judío, por ejemplo, está sobredimensionado teniendo en cuenta que no vuelve a aparecer ni siquiera mencionado). Protagonizan algunos de ellos también el memorable capítulo de la taberna (que recuerda muchísimo algunos pasajes de El desafío de las águilas) y poco más. Su protagonismo se reparte con la que sería la historia principal, la de la niña que crece ansiosa de venganza contra los nazis, tema central en el mundo tarantiniano, como pudimos comprobar con Kill Bill, sin ir más lejos.

El almodovariano tercer episodio, cuyo peso recae en Daniel Brühl, es quizá el más flojo. Cierto es que tiene algunas secuencias notables, pero el tono general es de languidez y bajón de ritmo alarmante. Su historia se soluciona de forma harto brillante en el quinto capítulo, pero me temo que este pasaje central lastra algo el ritmo del film.

QT vuelve absolutamente translúcidas todas sus fílias en Malditos Bastardos. Homenajes nada encubiertos a Centauros del desierto y Ser o no ser, ese inicio a lo Hasta que llegó su hora o un final directamente sacado de El precio del poder. De hecho, QT ha realizado su película más DePalma hasta la fecha, por el constante uso de la tensión y un manejo del travelling que el realizador de Doble Cuerpo firmaría encantado.

También está allí la peculiar selección musical, una banda sonora confeccionada a base de retazos de otros films (sobretodo Morricone, lo que no esconde su volutarioso afán de spaghetti western).

Y obviamente, después del desencanto que fue escuchar aquella sarta de sandeces intrascendentes de niñatas calentorras en Death Proof, QT vuelve a la carga con diálogos fuertes y poderosos, capaces de mantener una sola escena en base a la palabra por encima de la imagen. Solo un escritor portentoso como QT puede sostener alargar una secuencia hasta la saciedad para hacerla pivotar alrededor de las conversaciones entre los personajes protagonistas. La palabra como motor que arranca la acción, la desarrolla y la precipita hacia un final cerrado, elevando los capítulos a pequeñas obras de teatro autónomas dentro de una gran función.

Y claro, si alguien sale ganando en todas las escenas en las que aparece ese es el Hans Landa, el maquiavélico oficial de las SS magníficamente interpretado por Christopher Waltz. Un personaje que es un caramelo para cualquier actor, pero que este lo exprime al máximo para hacerlo ingresar en el club de los mayores villanos de la historia del cine. Sub presencia amenazadoramente plácida, su paladeo de cada palabra, su versatilidad en diferentes idiomas y su nada acomplejada ambigüedad remiten a esas interpretaciones de nazis aristocráticos nacidos de la pluma de Alistair MacLean.

Malditos Bastardos casi no tiene exteriores, y los que tiene están bastante desaprovechados (callejones tortuosos y claros en el bosque); no es ni película bélica ni drama de acción ni algo encajable en género alguno. No hay tanques ni aviones. No hay combates. La mayor parte de acontecimientos importantes suceden fuera de plano. No siente el más mínimo respeto por el rigor histórico. No hay humor en su violencia, ni distanciamiento irónico. Y sin embargo es una película divertida, fresca, que trenza sus dos horas y cuarenta minutos en un suspiro. Y QT se lo pasa en grande ofreciendo enormes momentos de cine, escenas inborrables en la retina del espectador. Un homenaje al séptimo arte en toda regla.

Ah, y como no, Tarantino no se olvida de incluir el imprescindible y fetichista primer plano de pies femeninos desnudos...


Monday, February 23, 2009

Valkiria, de Bryan Singer



Hacia la mitad del film, contemplando conspiraciones y gente uniformada despacho arriba despacho abajo, me di cuenta de cuánto se parecía Valkiria a Sospechosos habituales. Por el tempo, por el estilo, por los diálogos, por la misma concepción visual de Singer, parecía que estos años deambulando entre superhéroes no hubieran pasado nunca. Que Keyser Söze estaba a la vuelta de la esquina.

Al finalizar la película, en los títulos de crédito, leí el nombre de Christopher McQuarrie como coguionista, y respiré aliviado. Después de todo este tiempo, Singer se ha reencontrado con la horma de su zapato, con el hombre que escribe las películas perfectas para él.

Valkiria es un peliculón, en todos los sentidos. Un gustazo para disfrutar. Dos horas para ser abducido por una historia fascinante contada de manera magistral.

Que a Singer le va el tema nazis no es algo que no supiéramos. Desde Public access, película que narra cómo un misterioso locutor de radio consigue infiltrarse en las conciencias de un pueblecito norteamericano y convertirlo en un lugar donde reina la paranoia, el miedo y la violencia, hasta el más evidente prólogo de X-Men (relacionando el origen de los mutantes con los campos de concentración). Pero sin duda, la película con la que entronca Valkiria es Apt Pupil.

En aquella (cuyo nombre en español omitiré por horroroso), un estudiante descubría que su vecino era un antiguo oficial SS, ya anciano. El chaval se sentía fascinado por el pasado del viejuno, y la semilla del mal germinaba en él, al tiempo que desenterraba los recuerdos y sentimientos del nazi. Un viaje a los infiernos, un periplo hacia el origen del mal, encarnado por el nazismo.

Valkiria representa el trayecto inverso. Desde el seno de la alemania nazi hacia la luz. Con Valkiria, Singer cierra un díptico magnífico.

Sin embargo, el fondo no lo es todo. Singer recupera la forma, y lo hace de forma absolutamente excepcional. Cuida los detalles y la iconografía adecuada. Valkiria no es solo un festival de banderas, uniformes, coches, aviones, palacios y búnkers bien filmados. En Valkiria hay un mimo exquisito por el matiz. Kenneth Branagh fuma como solo los nazis saben fumar (y los que habeis crecido viendo Los cañones de Navarone o El Nido de las Águilas ya me entendeis), las miradas de complicidad y traición están diseminadas por toda la proyección, los gestos secretos que solo sabemos descifrar en el público, los soldados con mosquiteras en La Guarida del Lobo...



Valkiria es todo lo que bailaba en mi cabeza cuando escribí Montecristo.

Hay un plano que me robó el corazón y las retinas: cuando el avión del Führer está aterrizando en el aeródromo y los oficiales van apagando sus cigarrillos con las botas. Es tan sutil y a la vez tan significativo que te sumerge en el film.

Luego está el ojo de Stauffenberg. Su conciencia. En África le es arrancada de cuajo y desde entonces le escruta y le impulsa a actuar. Esos planos del militar abriendo la cajita para que el ojo le mire y le diga que lo que está haciendo es lo correcto son arrebatadores. El uso del ojo/conciencia para arrastrar a los demás en su lucha moral (metiéndolo en una copa, por ejemplo) tiene una fuerza irresistible. El momento de toma de conciencia, con la cabalgata de las valquírias sonando estremecedora en el tocadiscos mientras la familia de Stauffenberg se refugia de un bombardeo en el búnquer es de una belleza y una efectividad extrema. El protagonista rezando en una iglesia sin techo, bajo las estrellas, simplemente espectacular. Todo ello aderezado con la soberbia partitura de John Ottman, que le concede un carácter épico que la historia se merece.

Tom cruise está más que correcto en su interpretación, otra más de las que le gustan a él, con el protagonista sufriendo algún tipo de deformación o discapacidad pero con una fuerza interior que le obliga a superarse. Destaca sobretodo en las escenas posteriores al atentado y el golpe de estado (sobrecogedoras, por cierto).

El resto del elenco (y aparte del curioso cameo de Brannagh, que hacía de nazi malo en el telemovie La solución final) está espléndido. Tom Wilkinson clava el personaje arribista que se une a los ganadores, sean quienes sean. Bill Nighy es capaz de hacer olvidar sus interpretaciones agrio-cómicas para mostrar un carácter lleno de matices, de dudas y miedos. Carice Van Hutten sale muy poco pero llena la pantalla cada vez que aparece. Y el Hitler de David Bamber no pasará a la historia, pero está bien en su personaje desquiciado y parco en palabras.



Me emocioné con el final de Valkiria. Acaba como deben acabar estos films. Y a pesar que conocemos el final, Singer lo cuenta como pocos saben hacerlo. Me emocioné al encontrarme con una película adulta, una reflexión más profunda de lo que pueda esperarse de un supuesto blockbuster, una puerta abierta a la memoria.

Cuando estuve en el cementerio alemán de Normandia, por uno de los aniversarios del desembarco aliado, quedé hipnotizado por la inscripción que reza sobre el umbral de la puerta de acceso de piedra maciza:

"Sed respetuosos. Muchos de ellos no eligieron la causa por la que murieron".

Citando una de las últimas frases de Stauffenberg en Valkiria:
"Nadie olvida"


Sunday, November 25, 2007

Redacted, de Brian De Palma

Quizá la mejor crítica que pueda haber de este film sea el silencio mortuorio que se queda en la sala al finalizar la proyección, con el público clavado en los asientos, los ojos fijos en la pantalla y la boca sin palabras.
Redacted, mensaje político aparte, es quizá la mejor película de De Palma en muchos años. O al menos la más brillante.
Si hasta hoy hablábamos de remakes, con Redacted podemos fijar el concepto de actualización. La misma historia de Corazones de Guerra, transplantada de la jungla vietnamita al desierto iraquí. Un grupo de militares desplegados fuera de casa que, en acto de venganza (acumulación de hastío, cansacio y horror kurtziano) por un hecho concreto violan a una chica de quince años y la matan junto a su familia.


Redacted nos coloca en el prisma de un destacamento de soldados norteamericanos en Samarra con una apuesta fuerte por los nuevas formas de comunicación. Usa el videoblog de uno de los protagonistas, o imágenes de youtube, cámaras de seguridad o un documental francés a discreción para ofrecernos siempre el ángulo más próximo a los protagonistas. Debo reconocer que, habiendo leído antes sobre el film, esperaba algo más rompedor, casi lynchniano, un puzzle incomprensible. Pero De Palma (que durante años fue alumno aventajado) es ya un maestro, y consigue que de esa dispersión de fuentes quede una historia sólida y bien narrada, y además acentúa su perpetuo discurso de la Mirada.

El cine de De Palma es voyeurismo puro. La lucha entre el mirar y el actuar, el ver y el hacer. El personaje de Doble cuerpo que espía a la vecina de un amigo cada noche hasta que la asesinan. El técnico de sonido que capta un accidente de coche y descubre que no lo es. La decisión de Carlito de no volver a la delincuencia, solo de ser un testigo silencioso, que se rompe cuando ve que van a traicionar a su sobrino. En Redacted uno de los soldados admite que grabar, mirar, es intervenir, que el observador puro no existe. Y De Palma, independientemente de su ingenuidad en el propósito del film, actúa como observador y como agente a la par.

Y lo hace con la mochila cargada de cine. Con cuatro perras que ha costado el film consigue adentrarnos en el horror de la guerra (cada vez que digo algo así siento que debería pagar royalties al gran Joseph Conrad). Esa tensa espera en el puesto de vigilancia, ese tedio que solo consigue acumular rencor, ese ser entrenado para matar y tener que esperar y esperar y esperar... Los primeros minutos de película son el perfecto ejemplo de como manejar el suspense, de cómo convertir la cotidianeidad en un peligro permanente. Incluso se permite alguna referencia al imprescindible Sam Peckinpah y su Grupo Salvaje. En la escena del balón de futbol, De Palma nos recuerda una de las máximas que aprendió de Hitchcock: el espectador debe saber que hay una bomba bajo el asiento, pero el protagonista no. Y demuestra que esa lección, si se aplica bien, sigue vigente.

¿Recordais que habíamos quedado que el desembarco de Normandia en Salvar al soldado Ryan era lo más parecido a una batalla que el cine había parido? Pues De Palma, un cineasta con tantos años a sus espaldas como Spielberg, y sin necesidad de demostrar nada, se atreve con los nuevos medios para ofrecernos un cine hiperrealista. No solo hay que aplaudir la valentía de De Palma (como la de los últimos Spielberg), sino tambien sus resultados, sencillamente magistrales.

Como en una obra de teatro multimedia, enfrenta a los carácteres entre si, les da tridimensionalidad e historia, y de la lucha nace la cuestión moral. De Palma se decanta por la denuncia, por hacer pública la sinrazón de la guerra, a pesar de todos los obstáculos. Si colocas a cualquiera en una situación límite como en la que están las tropas desplegadas en Irak, puedes encontrarte con que terminen realizando actos horribles. Posiblemente en su país de origen hubieran terminado cometiendo crímenes similares, parece decir De Palma, pero en el ojo del huracán bélico no les queda otra salida.

Una salida a la esperanza es la que ofrece el personaje encarnado por Casey Affleck (definitivamente no solo el mejor del film, sino muy superior al bobalicón de su hermano), el héroe de guerra a su pesar. El americano ejemplar con las manos manchadas de sangre y la mirada perdida en el desierto para siempre. La voz que nadie quiere escuchar.

Saturday, March 24, 2007

300, de Zack Snyder


Zack Snyder debutó con la sorprendente Amanecer de los muertos, remake del Zombi de Romero, y en mi opinión, muy superior al original. En ella, se narraba la historia de unos tipos encerrados en un centro comercial, que padecían el acoso de miles de muertos vivientes. El mensaje de la película era claro: no hay futuro. Zack Snyder no dudó en eliminar el happy end de su concepción del cine.

Poco después, el gran éxito de las adaptaciones de cómic al cine, y la posibilidad de hacer realidad las viñetas gracias a los efectos digitales, abrió las puertas a Frank Miller a llevar su obra de culto Sin City, de la mano de Robert Rodriguez. Sus buenos resultados en taquilla debieron servir de luz verde para adaptar 300, la personal visión de Miller sobre la batalla de las Termópilas. Faltaba encontrar el director capaz de explicar con suficiente solvencia la historia de unos tipos encerrados en un desfiladero, que padecen el acoso de miles de monstruos orientales...

Y así es como Zack Snyder nos trae su Amanecer de los persas.

Personalmente, Frank Miller me aburre. Sus historias siempre tratan lo mismo: el héroe asocial, que es repudiado por la misma gente a la que protege. Ya sea Batman, Hartigan o el Rey Leónidas. Pero dentro de este esquema siempre encuentro algo, sobretodo en los diálogos, en cierta pedantería narrativa, que me atrae.

Por lo que tenía mis miedos con 300. Tras ver el trailer, temía que se tratara de un peplum estático, aviñeteado, donde los protagonistas gritarían mucho. Atrás queda el canónico Gladiator de Scott, o la Troya de Petersen (que solo se puede ver en clave western, haced la prueba). ¿Sería capaz de insuflar la suficiente vida y personalidad Snyder al film?

La respuesta es sí.

300 es todo un espectáculo de principio a fin y, sobretodo, algo nuevo. Toma cierta distancia con la fantasía épica tradicional en la imaginería, pero sigue los patrones de los clásicos en el fondo. A saber, la lucha por la libertad y la negación al sometimiento de la mencionada Gladiator o la infravalorada Braveheart. Comparte también con el film de Gibson un gusto por la violencia fuera de la corriente imperante en USA los últimos años. Si bien una violencia estilizada, distante, que permite ser salpicado por la sangre sin sentir repulsión.



Porque en ningún momento Snyder intenta recrear un episodio histórico. El director, apoyado fielmente en el comic-book de Miller, crea un nuevo mundo, con sus propios códigos, sus propias leyes físicas, con razas e imperios que nos son conocidos, pero que no pertenecen a nuestra realidad. El rey Leónidas puede escalar una montaña a base de brincos, las persas pueden lanzar granadas contra los espartanos, un ser deforme puede cambiar el curso de una guerra. Dentro de ese mundo, son hechos no solo posibles, sino verosímiles. Un mundo de color ocre, de fotografía desaturada y textura granulada, aceitosa como los torsos de los espartanos.

Amanecer de los persas es un festival homo con tintes homofóbicos. Una gay parade de renegados del armario. Los espartanos, los "buenos" del film (una panda de psicópatas entrenados para luchar y morir luchando), son gym-aholics, adictos al fitness y a la dieta de arroz con pollo a la plancha. Lucen chocolatinas esculturales y peinados ridículos, van pintados como muñequitos de plomo en un diorama digital, y se vanaglorian de protegerse las espaldas los unos a los otros. El villano de la función, el faraón de Stargate hipertrofiado, es una reinona de cuidado, segundo puesto en el Festival Drag de Tenerife. Suyo es el único momento hilarante del film (del que dudo que esté hecho adrede), cuando advierte -por la espalda- a Leónidas que lo que menos debe temer es su látigo...

La narración es llevada en voz en off, en un recurso milleriano fácilmente reconocible, con ese tono literario exagerado, pero que se adhiere a la perfección a las imágenes. Snyder logra escenas realmente bellas, impactantes o sobrecogedoras. El plano de las flechas ocultando el sol (y los espartanos riendo como locos bajo los escudos) es estremecedor. Pero también lo son aquel en el que Leónidas contempla el último amanecer en paz de su vida, completamente desnudo, en su palacio. O el árbol cosido a cadáveres. O el orgiástico campamento de Gerges el Persa. Los diálogos delatan su origen en el papel dibujado: frases concisas, respuestas rápidas y efectividad camerunesa ante portería. No es necesario nada más, porque lo que realmente importa es la virtualidad de las acciones. Ver, sentir lo que está ocurriendo, más que por qué está ocurriendo. Si hiciéramos una lectura política (que podríamos) quizá veríamos que el film de Snyder es más reaccionario de lo que aparenta a primera vista. Pero eso ahora es lo de menos. Necesitamos ver nuevas batallas, después de haber llegado al clímax con la trilogía de los anillos de Jackson. Y necesitamos verlas diferentes. Zack Snyder se recrea en la coreografía de la violencia. No importa tanto quien hace qué, sino cómo lo hace. El movimiento preciso, fluido, reproducido al ralentí, convierte el sudor y la sangre, las amputaciones y la muerte, en algo elegante.

Los personajes empiezan siendo mayoritariamente humanos, para ir apareciendo en escena más y más bestiales progresivamente. Los orcos inmortales, el ejecutor con manos de cangrejo, el gigantón de la cúpula de trueno... se suceden en una pesadilla interminable para el grupo de espartanos locos por el fitness. Es imposible tratar de decir que tal casco no corresponde a esa época, o que los elefantes no entraron en Europa hasta el año tal... las típicas cosas que hacen los listillos que van al cine a dar lecciones de historia a sus amigos en lugar de a disfrutar de la película. Que lo intenten siquiera con Amanecer de los persas.


En el apartado actoral, a destacar la fuerza con la Gerard Butler arrastra el peso de la película con su personaje de rey Leónidas. Y sin caer en el ridículo por ir todo el metraje en taparrabos. Hay que destacar su notable dominio de la batalla cachulinia, con el dientes dientes que es lo que les jode. A su alrededor, aparte de los chicos que salen en todos los anuncios de Adidas y en cualquier catálogo de batidos para culturistas, están David Wenham con un pelucón ridículo y sin cuello (la cabeza le empieza en los hombros, es muy inquietante), y Lena Headey como la Reina Loreal, porque yo lo valgo (y que me dejaba bastante frío en todas las escenas). Poco más hay que reconocer (nadie va a ganar un oscar por la interpretación, eso está claro), a excepción de un tipo con pinta de ser el Hugh Jackman Italiano, y que da rabia solo de verlo.

300 es a la vez hiperviolenta y poética. Habla de grandes hechos y mima los detalles. Las gotas de sangre saliendo disparadas hacia delante cuando una lanza se clava en el enemigo, las sandalias hundiéndose en la arena al resistir la primera embestida, el vello de la espalda de la reina antes de la batalla, el caballo blanco apareciendo de la nada para dejar un espartano sin cabeza, de pie, muerto sin saberlo.

Amanecer de los persas confirma la ascención de Zack Snyder como uno de los cineastas más interesantes de la actualidad, buen recopilador de cultura freak reciclada a blockbuster. Cine de masas bien facturado, diferente y fresco, cuya proxima parada parece ser otra adaptación, el Watchmen de Alan Moore.

Sentaos en la sala, olvidaos de los niñatos que teneis al lado y que gritan cada vez que aparece un pezón, y dejaos llevar por la historia de un puñado de macarras empeñados en morir antes que arrodillarse, en su peculiar mundo ocre de respeto y honor.


Tuesday, January 16, 2007

Banderas de nuestros padres, de Clint Eastwood


Llevaba unos cuantos films el bueno de Clint jugando su mejor baza, las historias simples, directas y descarnadas, con una dirección sublime aprehendida durante años de los más grandes maestros con los que trabajó. Cuando se plantea saltar a un proyecto más ambicioso, es una la incógnita: ¿conseguirá mantener el tono?

En ese sentido, el resultado de Banderas de nuestros padres es irregular. En conjunto, se trata de un gran film. En definitiva, habrá que esperar a la segunda parte del díptico, Cartas desde Iwo Jima, para valorar el reto de Eastwood en toda su extensión. El planteamiento, sin dudarlo un instante, es muy loable.
Banderas de nuestros padres se estructura de forma extraña, como el Matadero 5 de Kurt Vonnegut, otro alegato antibelicista. Es complicado localizar un narrador o un protagonista en los primeros compases del film. Vemos viejos que se mueren (la primera referencia a Salvar al soldado Ryan, del ahora productor del film Spielberg), hijos que quieren rescatar el pasado, soldados a punto de entrar en combate y héroes con remordimientos de conciencia. ¿Quién es quién? Quizá es el montaje, quizá el guión de Paul Haggis, pero se produce confusión en el espectador.

Cuando nos hemos asentado, descubrimos tres lineas narrativas distintas aunque paralelas. La apuesta por la fragmentación no lineal de Eastwood es arriesgada, y no siempre sale bien. PEro ayuda a compensar una película que de otra forma se hubiera desnivelado en dos bloques dentro de un inmenso flashback.

El hecho sobre el que pivota todo el argumento es la fotografia que se les tomó a un grupo de soldados que colocaban una bandera sobre el peñasco de la playa de la isla de Iwo Jima, en una batalla crucial en la segunda guerra mundial.



En una linea contemplaremos los preparativos, el desembarco y el combate, con toda la crudeza de la guerra. Pocas diferencias respecto a lo aportado por Stevie, incluso en el uso de la fotografía. Algunas aportaciones como esas vistas subjetivas de los aviones, la omnipresencia de la arena oscura y algunos pasajes sueltos que nos retrotraen a La delgada Línea Roja de Terrence Malick, por su caracter definitorio de la locura de la guerra. Aquí, se muestra la fina linea que separa lo bueno de lo malo, la vida de la muerte, el heroe del cobarde. Eastwood juega y gana con planos absolutamente brillantes como el descubrimiento del cuerpo de uno de los compañeros dentro de un búnquer (y que se nos muestra en la expresión de la cara del personaje de Ryan Phillipe, alumbrado por un mechero), o con el plante mismo de la bandera, rodado sin ningún tipo de épica. Los personajes, lamentablemente, están apenas esbozados, y cuesta saber a quién estamos viendo en acción, o a quien se refieren cuando les mentan. Curioso que Barry Pepper aparezca, como ya lo hizo en la visión de Spielberg sobre el desembarco, aunque su papel quede recortado en la mesa de montaje. Distinguimos a Doc Bradley y a Ira Hayes, y en menor medida a Rene Gagnon. A los japoneses no se les ve la cara... aún, y habrá que ver qué versión nos da Clint con Cartas desde Iwo Jima.



La parte post-batalla nos habla del azar. De cómo cada cual hace lo que puede y es la fortuna la que lo coloca en el sitio más insospechado. El personaje de Rene Gagnon cobra mayor protagonismo, como el tipo que se aprovecha de su situación (aunque la ruleta sigue girando y ya se sabe, hoy arriba y mañana abajo), una especie de Beckham de su tiempo. Doc siente que no se merece lo que le ocurre, en una interpretación correcta de Phillipe, a pesar que, en el fondo, a su manera, también sea un héroe. Ira Hayes (el Adam Beach de Windtalkers, un tipo incapaz de transmitir emoción alguna que no sea odio), se da a la bebida y se evapora en el anonimato. Tres formas de afrontar el heroismo, o la fama que este les ha dado sin (ellos creen) merecerlo. El punto culminante es, quizá, la hizada de la bandera en el estadio repleto de gente: algo falso, ideal, perfecto para la publicidad de la máquina de la guerra.



La tercera linea narrativa es lo más aproximado al Soldados de Salamina de Javier Cercas. Thomas McCarthy, como el hijo de Bradley, quiere recuperar la memoria de su progenitor. Eastwood dirige aquí casi con desgana, como si la historia fuera puro trámite. Caras desenfocadas, tratamiento pseudo-documental en las entrevistas, cierto patetismo clinico-lacrimógeno, que siguen ahondando en el concepto del heroismo, pero de un modo más... terrenal.

Eastwood no decepciona, por irregular que se muestre como en esta ocasión, y nos da una muestra de su talento fuera de toda moda y corriente. Su implicación en la parte musical, junto a su hijo, es otra historia: no es mala, pero es la misma de siempre. Sin embargo, su discurso es como una ventana abierta, y te invita a asomarte, a descubrir todo lo que le queda para contarte.