Monday, May 21, 2007

Zodiac, de David Fincher


Si hubiera un defecto en Zodiac, no sería otro que la promoción del film. No se puede vender la última película de David Fincher como la "del director de Seven y el Club de la Lucha", porque sería como promocionar el genocidio como "de la misma especie animal que creó la rueda". Si hay algo que Fincher viene demostrando es que no es un director al uso, y que a pesar de tener una marcadísima personalidad que se plasma en todos sus films, no vienen estos cortados por el mismo patrón.



Después de demostrar que podía pintar una narración inexistente durante hora y media con La habitación del pánico, o que podía jugar al gato y al ratón con el espectador en una película antisistema hecha desde el sistema con El club de la lucha, Fincher se embarcó en el que se quizá su proyecto más personal hasta el momento... con un tema que, al parecer, ya había abordado: el psicópata.

Por esta razón, ir a ver Zodiac como el que se prepara para disfrutar de Seven 2 es un error enorme, porque llevará a la decepción sin remedio.

Zodiac no se centra en Zodiac. Este desplazamiento de la perspectiva es el cambio más importante respecto al film que hizo perder la cabeza a Gwyneth Paltrow. Ni tan siquiera da protagonismo a sus actos o a sus víctimas. Habla de otras víctimas, de las colaterales: los investigadores y periodistas que se obsesionaron de tal forma con la caza del asesino del Zodiaco que olvidaron sus propias vidas. Zodiac es un magistral ensayo sobre la obsesión humana, y la perseverancia en la búsqueda de la Verdad, siempre inalcanzable, como en aquella fábula en la que tres ciegos palpaban un elefante, y cada uno deducía que se trataba de una serpiente (por la trompa), de un árbol (por una pata) o de un león (por la cola). Esos ciegos son aquí Dave Toschi y Bill Armstrong, detectives de homicidios de San Francisco, y Paul Avery y Robert Graysmith (periodistas del Chronicle, caricaturista este último).

Los asesinatos de Zodiac impactaron la sociedad norteamericana preglobalización, dejando un poso de temor en su subconsciente colectivo, que empezaría con una primerísima versión en el cine (Harry el sucio, de Don Siegel) y parece ser que tiene su cénit con esta definitiva aproximación de la mano de David Fincher, que era niño cuando el tarado amenazó con hacer volar un autobús escolar en San Francisco, su ciudad natal. Recientemente hubo una adaptación telefílmica de los primeros asesinatos, The Zodiac, aboslutamente horrorosa, y de cuyo visionado os aconsejo que os alejeis.

Fincher se ha acercado a Zodiac desde una óptica hiperrealista, en ocasiones casi documental, hasta el punto de ofrecer un thriller policíaco que no cuenta con ninguna persecución en coche, y no tiene más tiroteos que los (escasos) homicidios del asesino. Cogiendo como referente el Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, Fincher construye un soberbio rompecabezas, haciendo que su relato de dos horas y cuarenta y cinco minutos mantega el ritmo y la tensión a pesar de tener dos horas y media de diálogos en redacciones de periódico, en comisarías, en caravanas, en bares o juzgados. Fincher sabe darle la fluidez necesaria a este arriesgadísimo collage de nombres, datos, lugares y sospechosos, que por muchas vueltas que de una y otra vez sobre si mismo nunca será capaz de llegar a dar la respuesta definitiva.

Zodiac es un film abierto, porque la vida real es abierta, sin cierres gratificantes para el espectador, sin más catarsis que la simple contemplación de un destello de verdad (esa mirada cruzada en la tienda, en uno de los planos finales), con tantas posibilidades que resulta abrumador querer comprender el Todo.

Así, basándose casi de forma clónica en el excelente libro de Robert Graysmith, Zodiac, el asesino del zodíaco, David Fincher reconstruye la investigación policial y periodística con extrema meticulosidad. Hay un diálogo, cuando el inspector Toschi sale de la proyección de Harry el sucio, en que alguien se le acerca y le comenta: Ese Harry Callahan os ha resuelto el caso en un momento, eh, Dave... Y Toschi murmura entre dientes: Sí, saltándose todos los procedimientos policiales. Es esa frustración de chocar siempre contra un muro de burocracia, de tener que enfrentar el instinto con las pruebas, de tener que demostrar las sospechas, la que queda reflejada a la perfección en Zodiac.

La película funciona a todos los niveles, rayando la perfección. Fincher escoge un tono diáfano, tranquilo y claro para no embrollar un argumento lo suficientemente complicado y confuso. Se deja de virguerías visuales para dosificarlas en momentos puntuales del relato, como esa entrada en el periódico de los dos policias entre códigos y titulares sobreimpresos, y se luce en su forma de plasmar el paso del tiempo: desde rótulos identificativos, al plano de la construcción del edificio de San Francisco, los cambios físicos y de vestuario en los personajes. Algunas de las transiciones son simplemente hipnóticas, como la que va de las líneas de una carta a los cables del puente colgante.



Actoralmente, me he llevado una grata sorpresa de Jake Gyllenhall, pero cabe destacar a Mark Ruffallo como Toschi (que empieza como una rock star, o cop star, y termina con una actuación agria) y el siempre sensacional Robert Downey Jr. como Avery (lo borda, ni más ni menos). Los secundarios, desde Anthony Edwards a Delmot Mulroney, pasando por Brian Cox y Chloe Sevigny, cumplen a la perfección su papel de piezas del puzzle, en una obra coral y dispersa a conciencia. Una de las escenas donde se nota la dirección de actores de forma más clara es en el interrogatorio a uno de los sospechosos, Arthur Leigh: las reacciones de sus protagonistas merecen un visionado propio del film para cada uno de ellos. Y la actuación, inquietante, maligna, de John Carroll Lynch como Leigh, haciendo caer su cuerpo sobre la parte izquierda, recuerda al Kevin Spacey de Sospechosos habituales, pero con mayor presencia física e intimidatoria.

Y es que Fincher no centra el argumento en Graysmith hasta la recta final del film, haciendo recaer el peso de la película en todos sus actores hasta ese momento, repartiendo la importancia de unos y otros en su aportación a la investigación, hasta el elemento aglutinador que el caricaturista del Chronicle representa.

Pero no todo son datos y más datos. Fincher sabe como plasmar el terror en la pantalla, cómo incomodarnos, y lo sabe hacer como muy pocos directores pueden hoy en día. Esa primera escena en el cuatro de julio, con un atacante misterioso y sombrío (como siempre se nos muestra a Zodiac, entre las sombras) es angustiante hasta el extremo. Quizá despierte demasiadas expectactivas en el espectador que ha ido a ver una peli más slasher, sí, pero no decepcionará a los paladares más exigentes. Los asesinatos de Zodiac son claros, mostrados sin ambages ni efectismos, y eso los hace más terroríficos. El acuchillamiento a plena luz del día, en primer plano, es más intenso que la mayoría de las muertes de Seven, sin ir más lejos, por lo evidente y sencillo de su ejecución. La escena del sótano (que en la novela produce la misma desazón) es uno de los highlights del cine de terror contemporáneo.

El uso de la música, tanto en las canciones de la época como en la espléndida banda sonora de David Shire, hace fluir el film hacia el thriller épico, como he leído por ahí.

No es el monstruo lo que Fincher ha venido a ofrecernos. Es la caza. Como en El Malvado Zaroff, que es citado por Zodiac, el hombre es el animal más difícil de cazar porque es el más peligroso. Los cazadores caerán en el pozo de la obsesión tras el rastro del asesino, para comprenderlo, encontrarlo y darle sentido a sus propias vidas.