Sunday, February 04, 2007

The Prestige (El truco final), de Christopher Nolan



Estad atentos...

¿Qué es el cine sino magia en movimiento? ¿Qué es la magia sinó la ilusión del truco, la perfección del engaño? ¿Qué ocurre cuando el engaño es tan grande como la vida misma?

Christopher Nolan, con apenas media decena de películas, se ha convertido en un narrador imprescindible en el cine contemporáneo. Y lo es por tener un discurso coherente en su filmografía, un leit motiv sólido que aborda desde una perspectiva diferente en cada proyecto. Nos habla, en el fondo, de la obsesión y la culpabilidad, de la apariencia y la verdad, de la dualidad del todo. Y lo hace como un prestidigitador, con artimañas que nos dejen pasmados.

The Prestige no es, temáticamente, tan diferente a los anteriores films del director. Enfoca su atención en la doble cara del ser humano, y las enfrenta a su vez en dos sujetos contrapuestos y complementarios al mismo tiempo: el mago sin talento pero con carisma y su reflejo invertido. Los personajes se despliegan en su complejidad, lejos de ser planos o grises, del maniqueísmo de buenos y malos. Y ambos buscan son víctimas y verdugos, culpables y justicieros, en una persecución obsesiva del equilibrio imposible.

A su alrededor, personajes ambivalentes y rivalidades por reflejo. El inventor Tesla, interpretado por Angela Lansbu... digo David Bowie, en una actuación más que correcta, enemistado con Edison. O Michael Caine como Cutter, el instructor de los dos magos (en el enésimo carácter de Padre que crea Nolan, léase Raz Al-Gul con Bruce Wayne en Batman, Will Dormer con la detective Burr en Insomnio o incluso Teddy con Leonard en Memento). Como dos mujeres, la muy interesante Rebecca Hall y la muy anodina Scarlett Johanson, las esposa/amante del doctor Jekyll y Mister Hyde.

Ante esto, Christopher Nolan levanta una película dual como sus historias, con una cara muy buena y una mala.

La mala, al menos en el primer visionado, es que a la película se le ve el plumero. Cae en su propia advertencia: si la gente sabe el truco, éste se vuelve anodino. Y The Prestige muestra sus cartas de forma demasiado pedestre, tosca y, por tanto, fallida. La trampa del film se adivina en el primer cuarto de film, lo que elimina cualquier atisbo de sorpresa. Brian Synger supo jugar en Sospechosos habituales, y Shyamalan con El Sexto Sentido. Es una lástima que Nolan fracase en este aspecto con The Prestige. Pero al fin y al cabo, y siendo importante para el desarrollo de la película, no es lo más importante de ella, y como ya sucedía en La Huella de Mankiewickz, el duelo de actores es tan eléctrico (y nunca mejor dicho) que la sorpresa, aunque se adivine a la legua, es lo de menos. Y ahí también estaba Michael Caine...

La buena se distingue por varios factores, que compensan la balanza a su favor. Ante todo está la facilidad de Nolan por moverse entre los vericuetos de una historia fragmentada y discontinua. Su maestría como narrador permite que la sigamos sin perdernos, incluso usando flashbacks dentro de flashbacks, o juegos de manos que esconden diferentes episodios para mostrarnos otros. Christopher Nolan sabe como contar una historia, y lo hace bien, y lo hace a través de imágenes. Como viene siendo habitual en su cinematografía, el uso de las sombras suele ser tan importante como el de las luces, y las imágenes son casi hipnóticas. Esas bombillas encendiéndose sobre la nieve (auténtica magia), los sombreros de copa hacinándose en el bosque o los viejos teatros donde actuan, capturan toda la atención del espectador. Nolan crea escenas angustiosas como la muerte en la caja de agua de una de las protagonistas, e interpone más espejos entre sus protagonistas (el doble borrachuzo de Angier, o el manager silencioso de Borden), y usa extras casi lynchnianos como esa compañía de ciegos que trabajan de tramollistas para que no puedan ver los secretos del espectáculo del ilusionista.

Hugh Jackman pasea percha y carisma a raudales, en una interpretación más que suficiente, si bien eclipsada por Christian Bale (otro reflejo de lo que les ocurre a los personaje de la película...), que está magnífico como de costumbre, siempre y cuando no lleve toneladas de maquillaje encima. Sus duelos en pantalla, incluso cuando Nolan se sirve del género epistolar, son elegantes pero de una virulencia ascendente, que recuerda a Los Duelistas de Ridley Scott.

The Prestige usa la magia del cine para volver a unos inicios de siglo XX donde el cine aún era un invento en pañales, y donde los grandes espectáculos estaban protagonizados por personas de carne y hueso que hacían cosas maravillosas, pero odiaban, reían y amaban como aquellos espectadores que acudían, boquiabiertos, a la oscuridad de las salas, para recuperar, durante unos minutos, la inocencia perdida.




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