Sunday, July 25, 2010

Toy Story 3, de Lee Unkrich



Puede que la manada de chiquillos saltarines, gritones y sofocados por el calor estival que llenaba la sala influyera en mi percepción de la película. Puede que lo hiciera el ejército de madres inquietas, culosdemalasiento y palomitadictas que no pararon de levantarse durante toda la proyección.

Puede.

El caso es que me cuesta compartir el entusiasmo generalizado que ha suscitado Toy Story 3.

Sí, ya pueden insultarme.

Si no lo estaban haciendo antes.

Toy Story 3 es una excelente película, pero dudo que sea una obra maestra como se ha definido de forma prácticamente mayoritaria por público y crítica. Así que vayamos primero a sus defectos para regodearnos después con las virtudes.



Cuarenta minutos. Eso es lo que se tira la película divagando antes de entrar en materia. Cuarenta minutos que poco aportan a lo que ya sabíamos, que Andy crece y los juguetes viven arrinconados, marginados. Incluso creí detectar algunos diálogos un pelín forzados, algo demasiado melodramático e impropio de Pixar. A ver, no es una introducción aborrecible, pero la encontré carente de sorpresas, como la estela en el mar que deja el barco que fueron las dos primeras entregas. Un remanente.

Y los niños se aburrían. De alguna manera, la fórmula perfecta de Pixar para enlazar entretenimiento adulto y magia infantil fallaba, tenía brechas. Los críos no se identifican con Andy (¿tirar los muñecos? ¿por qué?) y hay algún que otro chiste demasiado infantil que chirría. Y uno de los problemas, en mi parecer, más graves: se da un protagonismo a Woody por encima de Buzz que desestabiliza el tándem. Hasta hoy, los dos personajes simbolizaban los clásico y lo moderno, el seny y la rauxa, Jack y Locke. En Toy Story 3, Buzz se convierte en un comparsa gracioso, un punching ball sobre el que reirse, mientras que la acción recae en Woody, que se erige en el héroe. Que me riera con el Lightyear flamenco no lo convierte en algo menos estúpido y prescindible.

Esas son las manchas que no dejan a Toy Story 3 brillar a la altura de Up, Wall-e o sus dos predecesoras, a mi parecer. Pero eso no la convierte en una mala película, ni de lejos. Porque Toy Story 3 tiene muchos más  puntos a su favor que zonas oscuras.

Empezando por ese prólogo, que define uno de los mensajes del film: el canto a la imaginación, el homenaje a una infancia jugada, a ese acto de creación divina que es dotar de alma a los juguetes. La primera escena de Toy Story 3 es un prodigio, un derroche de fantasía. Y la aparición de Woody en la película ya ha hecho más por Indiana Jones que ese engendro de la Cagalera de cristal.

Sin embargo, donde levanta el vuelo Toy Story 3 es a partir de la guarderia, cuando se convierte en una especie de remake de La gran evasión, jugando con todas la coordenadas de una película de fugas.
Las dos facciones de juguetes enfrentadas, unos como carceleros y otros como reos, con las rondas nocturnas de vigilancia, los focos, las reglas a seguir, los recuentos o, incluso una celda de castigo, como ya pasó con la algo olvidada Chicken Run, es de lo mejor del film. Al contrario que Shrek o algunas de las productoras que tratan de seguir infructuosamente a Pixar, el homenaje a los films no llega por la via de la imitación de escenas concretas, sino de una forma de hacer narrar.



Es en la presentación de los nuevos personajes donde se acierta. En ese villano que huele a fresas tiene su propio flashback donde se explica la causa de su comportamiento. Y se comporta como lo hacen los grandes villanos del cine. De hecho, me recordó mucho a Belloq. Y el redescubrimiento del matrimonio Patata como un elemento más importante que en las dos anteriores, con escenas tan inquietantes como la del crep.

Eso sí, desde ya mismo me declaro fan del mono de los platillos, uno de los mejores (y más inquietantes) personajes que haya creado Pixar.



Si yo fuera niño y viera la película en el cine (y no estuviera más preocupado por tirar las palomitas al suelo, saltar sobre el asiento o sacarme los mocos y pegarlos en el respaldo) sentiría terror. Porque el tramo final de la película es escalofriante. Todas las escenas del vertedero, filmadas con un sentido del ritmo endemoniado, conducen a uno de los momentos más terroríficos de la saga. ¿Puede un niño entender las reacción de los muñecos ante su destino inevitable? ¿Puede comprender los gestos que se producen en ese momento, las emociones que implica? ¿O le queda demasiado lejos? ¿Sentirá menos miedo?

Afortunadamente, la resolución de Toy story 3 es un homenaje a todos los juguetes protagonistas de la saga, y un premio a aquellos que, de chavales, entramos en una sala para ver una película de animación ¡¡¡por ordenador!!! y allí nos quedamos, prendados, enamorados de la historia que todos habíamos soñado, de esos juguetes que cobraban vida a nuestras espaldas y tenían sus propias aventuras. Y que se han hecho mayores con nosotros para, por fin, decirles adiós con un nudo en la garganta.