
¿Cuál es la frontera entre un dramón de sobremesa y una película de horror? ¿La cantidad de hemoglobina utilizada en el rodaje?
La última casa a la izquierda, el penúltimo remake de una película de miedo/culto de los setenta, queda suspendida en el filo de esa pregunta.
La matanza de Texas (Marcus Nispel, 2004) reproducía con fidelidad la original pero aportaba algo impercetible pero valioso, una especie de actualización sana (por muy irónico que parezca el uso de esta palabra), de recreación postmoderna del horror. Las colinas tienen ojos (Alexandre Aja, 2007) multiplicaba la versión de Craven y la reconvertía a un macabro cuento de descenso a los infiernos mucho mejor de lo que el maestro del terror pudiera soñar en su día. Halloween (Rob zombie, 2008), con todos sus defectos, acertaba en esos pasajes de un Michael Meyers aún niño, con lo que quedaba aún más marcada esa perversión solo intuida en el original, ese binomio infancia/crueldad.
La matanza de Texas (Marcus Nispel, 2004) reproducía con fidelidad la original pero aportaba algo impercetible pero valioso, una especie de actualización sana (por muy irónico que parezca el uso de esta palabra), de recreación postmoderna del horror. Las colinas tienen ojos (Alexandre Aja, 2007) multiplicaba la versión de Craven y la reconvertía a un macabro cuento de descenso a los infiernos mucho mejor de lo que el maestro del terror pudiera soñar en su día. Halloween (Rob zombie, 2008), con todos sus defectos, acertaba en esos pasajes de un Michael Meyers aún niño, con lo que quedaba aún más marcada esa perversión solo intuida en el original, ese binomio infancia/crueldad.
La última casa a la izquierda, ¿dónde queda?
En tierra de nadie, principalmente por la total falta de personalidad de su director, Denis Iliadis, incapaz de imprimir su sello personal, si lo tiene, sobre la pantalla.
Porque solo por esa indefinición autoral se entiende que la película peque de una falta interna de coherencia en mayúsculas. Solo por eso asistimos a dos películas en una: la historia realista de violencia y la más tópica y estereotipada, filmadas de manera tan diferente que se diría que son dos capítulos realizados por dos personas distintas.
Sin ser una mala película, La última casa a la izquierda se trata de un film fallido.
En tierra de nadie, principalmente por la total falta de personalidad de su director, Denis Iliadis, incapaz de imprimir su sello personal, si lo tiene, sobre la pantalla.
Porque solo por esa indefinición autoral se entiende que la película peque de una falta interna de coherencia en mayúsculas. Solo por eso asistimos a dos películas en una: la historia realista de violencia y la más tópica y estereotipada, filmadas de manera tan diferente que se diría que son dos capítulos realizados por dos personas distintas.
Sin ser una mala película, La última casa a la izquierda se trata de un film fallido.
La primera parte, la que debe servir de presentación de personajes, se alarga hasta aproximadamente la mitad de la proyección. Si bien hay momentos dignos de recordar (el secuestro en el motel, con reminiscencias a Los renegados del diablo) y algunos impactos gratuitos (la escena de la violación, alargada innecesariamente), lo predominante es un tono seco, lejos de artificios visuales, con predominio de la cámara fija y el plano medio, y un especial interés en querer profundizar en la naturaleza psicológica de los protagonistas.
Por aquí flaquean los maluzos, algo enclenques como personajes de entidad, en los límites de lo sobado y lo triste.
La segunda, que al fin y al cabo es la que estaba esperando y por la que había pagado el precio de la entrada, se resuelve con prontitud y de forma poco climática. En ella encontramos lo más interesante del film: esa conversión del matrimonio bueno en los malos de la película. Esos personajes inocentes que devendrán los asesinos que persigan a sus víctimas, la familia matarile arriba mencionada.
La segunda, que al fin y al cabo es la que estaba esperando y por la que había pagado el precio de la entrada, se resuelve con prontitud y de forma poco climática. En ella encontramos lo más interesante del film: esa conversión del matrimonio bueno en los malos de la película. Esos personajes inocentes que devendrán los asesinos que persigan a sus víctimas, la familia matarile arriba mencionada.
Pero parece que todos los recursos de dureza emocional y física que Iliadis había empleado para la primera parte, se le han gastado en esta. Un cuento de venganza y sadismo se convierte en un ramplón telefilm cargado de planos previsibles, movimientos predecibles y arquetipos gastadísimos. Las muertes, que deberían ser catárticas, se resuelven o de forma funcionarial (ahí está el simple disparo sobre la chica de ojos besugo) o en una línea próxima al cartoon (atención al uso del microondas al final, otra salida de tono más sobre el resto de la película). Si bien es cierto que hay detalles recomfortantes, la mayor parte de los cuales vienen de hacer hincapié en la relación de complicidad entre el matrimonio protagonista. El asesinato en la cocina, por ejemplo, o la ascensión por las escaleras hasta el cuarto de los malos, son dos de los momentos más conseguidos del film.
Por lo demás, La última casa a la izquierda bien podría tratarse de un telefilm de sobremesa del domingo, de no ser por un exceso de violencia y sadismo, ingredientes al parecer imprescindibles para justificar cualquier exhumación del terror setentero. Solo que, en esta ocasión, se han olvidado que debía hacer miedo.