Zack Snyder debutó con la sorprendente Amanecer de los muertos, remake del Zombi de Romero, y en mi opinión, muy superior al original. En ella, se narraba la historia de unos tipos encerrados en un centro comercial, que padecían el acoso de miles de muertos vivientes. El mensaje de la película era claro: no hay futuro. Zack Snyder no dudó en eliminar el happy end de su concepción del cine.
Poco después, el gran éxito de las adaptaciones de cómic al cine, y la posibilidad de hacer realidad las viñetas gracias a los efectos digitales, abrió las puertas a Frank Miller a llevar su obra de culto Sin City, de la mano de Robert Rodriguez. Sus buenos resultados en taquilla debieron servir de luz verde para adaptar 300, la personal visión de Miller sobre la batalla de las Termópilas. Faltaba encontrar el director capaz de explicar con suficiente solvencia la historia de unos tipos encerrados en un desfiladero, que padecen el acoso de miles de monstruos orientales...
Y así es como Zack Snyder nos trae su Amanecer de los persas.
Personalmente, Frank Miller me aburre. Sus historias siempre tratan lo mismo: el héroe asocial, que es repudiado por la misma gente a la que protege. Ya sea Batman, Hartigan o el Rey Leónidas. Pero dentro de este esquema siempre encuentro algo, sobretodo en los diálogos, en cierta pedantería narrativa, que me atrae.
Por lo que tenía mis miedos con 300. Tras ver el trailer, temía que se tratara de un peplum estático, aviñeteado, donde los protagonistas gritarían mucho. Atrás queda el canónico Gladiator de Scott, o la Troya de Petersen (que solo se puede ver en clave western, haced la prueba). ¿Sería capaz de insuflar la suficiente vida y personalidad Snyder al film?
La respuesta es sí.
300 es todo un espectáculo de principio a fin y, sobretodo, algo nuevo. Toma cierta distancia con la fantasía épica tradicional en la imaginería, pero sigue los patrones de los clásicos en el fondo. A saber, la lucha por la libertad y la negación al sometimiento de la mencionada Gladiator o la infravalorada Braveheart. Comparte también con el film de Gibson un gusto por la violencia fuera de la corriente imperante en USA los últimos años. Si bien una violencia estilizada, distante, que permite ser salpicado por la sangre sin sentir repulsión.
Porque en ningún momento Snyder intenta recrear un episodio histórico. El director, apoyado fielmente en el comic-book de Miller, crea un nuevo mundo, con sus propios códigos, sus propias leyes físicas, con razas e imperios que nos son conocidos, pero que no pertenecen a nuestra realidad. El rey Leónidas puede escalar una montaña a base de brincos, las persas pueden lanzar granadas contra los espartanos, un ser deforme puede cambiar el curso de una guerra. Dentro de ese mundo, son hechos no solo posibles, sino verosímiles. Un mundo de color ocre, de fotografía desaturada y textura granulada, aceitosa como los torsos de los espartanos.
Amanecer de los persas es un festival homo con tintes homofóbicos. Una gay parade de renegados del armario. Los espartanos, los "buenos" del film (una panda de psicópatas entrenados para luchar y morir luchando), son gym-aholics, adictos al fitness y a la dieta de arroz con pollo a la plancha. Lucen chocolatinas esculturales y peinados ridículos, van pintados como muñequitos de plomo en un diorama digital, y se vanaglorian de protegerse las espaldas los unos a los otros. El villano de la función, el faraón de Stargate hipertrofiado, es una reinona de cuidado, segundo puesto en el Festival Drag de Tenerife. Suyo es el único momento hilarante del film (del que dudo que esté hecho adrede), cuando advierte -por la espalda- a Leónidas que lo que menos debe temer es su látigo...
La narración es llevada en voz en off, en un recurso milleriano fácilmente reconocible, con ese tono literario exagerado, pero que se adhiere a la perfección a las imágenes. Snyder logra escenas realmente bellas, impactantes o sobrecogedoras. El plano de las flechas ocultando el sol (y los espartanos riendo como locos bajo los escudos) es estremecedor. Pero también lo son aquel en el que Leónidas contempla el último amanecer en paz de su vida, completamente desnudo, en su palacio. O el árbol cosido a cadáveres. O el orgiástico campamento de Gerges el Persa. Los diálogos delatan su origen en el papel dibujado: frases concisas, respuestas rápidas y efectividad camerunesa ante portería. No es necesario nada más, porque lo que realmente importa es la virtualidad de las acciones. Ver, sentir lo que está ocurriendo, más que por qué está ocurriendo. Si hiciéramos una lectura política (que podríamos) quizá veríamos que el film de Snyder es más reaccionario de lo que aparenta a primera vista. Pero eso ahora es lo de menos. Necesitamos ver nuevas batallas, después de haber llegado al clímax con la trilogía de los anillos de Jackson. Y necesitamos verlas diferentes. Zack Snyder se recrea en la coreografía de la violencia. No importa tanto quien hace qué, sino cómo lo hace. El movimiento preciso, fluido, reproducido al ralentí, convierte el sudor y la sangre, las amputaciones y la muerte, en algo elegante.
Los personajes empiezan siendo mayoritariamente humanos, para ir apareciendo en escena más y más bestiales progresivamente. Los orcos inmortales, el ejecutor con manos de cangrejo, el gigantón de la cúpula de trueno... se suceden en una pesadilla interminable para el grupo de espartanos locos por el fitness. Es imposible tratar de decir que tal casco no corresponde a esa época, o que los elefantes no entraron en Europa hasta el año tal... las típicas cosas que hacen los listillos que van al cine a dar lecciones de historia a sus amigos en lugar de a disfrutar de la película. Que lo intenten siquiera con Amanecer de los persas.
En el apartado actoral, a destacar la fuerza con la Gerard Butler arrastra el peso de la película con su personaje de rey Leónidas. Y sin caer en el ridículo por ir todo el metraje en taparrabos. Hay que destacar su notable dominio de la batalla cachulinia, con el dientes dientes que es lo que les jode. A su alrededor, aparte de los chicos que salen en todos los anuncios de Adidas y en cualquier catálogo de batidos para culturistas, están David Wenham con un pelucón ridículo y sin cuello (la cabeza le empieza en los hombros, es muy inquietante), y Lena Headey como la Reina Loreal, porque yo lo valgo (y que me dejaba bastante frío en todas las escenas). Poco más hay que reconocer (nadie va a ganar un oscar por la interpretación, eso está claro), a excepción de un tipo con pinta de ser el Hugh Jackman Italiano, y que da rabia solo de verlo.
300 es a la vez hiperviolenta y poética. Habla de grandes hechos y mima los detalles. Las gotas de sangre saliendo disparadas hacia delante cuando una lanza se clava en el enemigo, las sandalias hundiéndose en la arena al resistir la primera embestida, el vello de la espalda de la reina antes de la batalla, el caballo blanco apareciendo de la nada para dejar un espartano sin cabeza, de pie, muerto sin saberlo.
Amanecer de los persas confirma la ascención de Zack Snyder como uno de los cineastas más interesantes de la actualidad, buen recopilador de cultura freak reciclada a blockbuster. Cine de masas bien facturado, diferente y fresco, cuya proxima parada parece ser otra adaptación, el Watchmen de Alan Moore.
Sentaos en la sala, olvidaos de los niñatos que teneis al lado y que gritan cada vez que aparece un pezón, y dejaos llevar por la historia de un puñado de macarras empeñados en morir antes que arrodillarse, en su peculiar mundo ocre de respeto y honor.
2 comments:
Curiosa tu crítica, muy interesante y muy distinta a la mia. A mi la peli me ha parecido, simplemente, una chorrada, pero una chorrada divertida al fin y al cabo.
Y sí, el amanecer de los muertos era mejor que el original.
Totalmente de acuerdo. Hacia tiempo que no salia del cine tan contento. Y si, he soportado comentarios del tipo "los escudos griegos no eran asi" que han significado el final de una amistad.
Baste decir que contemplo un nuevo visionado en breve...
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