
Y además no suelen tener límites.

Así el personaje de Hannibal el Caníbal, casi un secundario de lujo en la fundacional El silencio de los corderos, se apoderó de la pantalla y nos preguntó, mirando a los ojos, si aún oíamos a los corderos chillar por la noche. La película de Demme es un thriller magistral, pulcro y directo, a veces tramposo pero siempre hipnótico. El malo es un enfermo, pero el que ayuda a cazarlo es peor, porque está cuerdo y es muy listo. Le gusta la carne humana y la venganza, sí, pero no por eso vamos a darle la espalda.
A partir de entonces, cada episodio de la saga ha ido dando protagonismo a Lecter, y ha hecho girar la historia a su alrededor, conscientes que el magnetismo que desprende el personaje es suficiente para llenar las salas. Anthony Hopkins le ha dado vida, y solo cabe preguntarse: ¿es Lecter el mismo sin Hopkins bajo su piel?


Entonces vino el tito Stevie y decidió que Indiana Jones encontraría el látigo en un vagón de tren del circo. Y detrás de él aparecieron el joven Anakin Skywalker, el conflictivo Bruce Wayne o el Bond sin licencia doble cero. La fiebre por explicar el origen de los personajes más atractivos puede deberse tanto a la falta de ideas como a la seguridad que un nombre conocido siempre invita a comprar la entrada. Algunas de estas precuelas han resultado más acertadas (es el caso de Batman o Bond), otras navegan en aguas intermedias (de Darth Vader solo se salva el Episodio III) y algunas son simplemente horrorosas (la gilipollez sobre Leatherface). ¿Qué sucedería con Lecter? ¿Necesitamos conocer el origen de su perversidad?

No tengo la respuesta a esta pregunta. Porque Hannibal rising no comparte universo con ninguna de sus predecesoras. Es difícil imaginarse que el joven del film que nos atañe sea el psiquiatra gourmet que se enchocha de Clarice, porque sus mundos se mueven en coordenadas diferentes.
Hannibal rising es un relato de aventurillas escabrosas, filmado como una película de superhéroes, que sigue el patrón de infancia familiar, hecho traumático, aprendizaje y resurrección como un nuevo ser. Hannibal Lecter se convierte aquí en una versión gastronómicamente incorrecta de Punisher, 30 o 40 años antes. Un compendio de referencias pulp que aseguran el deleite freak, pero que se ven mermadas por la incompetencia de un director anodino (Peter Webber), al servicio del productor, el omnisciente Dino DeLaurentis. No hay rastro de personalidad en la dirección del film, ni siquiera de autoría, pero la cantidad de dinero invertido para explicar la historia (típica, previsible, pero no por eso menos interesante) se deja ver en cada fotograma de la película.

Es fácil que algo funcione cuando hay nazis en pantalla. Si en los primeros minutos de film ya ha habido algunos tiros y un stuka precipitado sobre un tanque soviético, no nos vamos a quejar. Cuando observamos que la aristocrática familia Lecter vive en un castillo al más puro transilvano, celebramos ese guiño vampírico al origen del personaje. Si luego se suman un montón de referencias absolutamente inconexas e injustificables, pero que dan bien en pantalla, comprobaremos que estamos ante una historieta de Sax Rohmer, una realidad que no se toma en serio a si misma y que discurre por senderos alternativos a la nuestra. Un mundo siniestramente pop, de chaquetas de cuero y sombreros de ala ancha. ¿Qué demonios pinta una pariente japonesa que adiestra a su padawan antropófago en el arte del budokan? Pues que la iconografía oriental en un marco versallesco resulta visualmente impactante. ¿Por qué tanta referencia a máscaras, y ese predilección de Hannibal por vestirse con ellas? Da igual que en la película de Demme la careta fuera impuesta como protección para los que le trasladaban: aquí lo que importa es volver a verle con el rostro semioculto, aunque eso no signifique nada. ¿Y esas referencias constantes a jabalíes? Hannibal rising enseña muchas cosas, sí, pero no profundiza en ninguna porque no se sostendría.
El guión, aparte de su recorrido absolutamente inverosímil, es una sucesión de frases cortas metidas con calzador, que solo sirven de nexo de unión con pasajes de otros films de la saga. Por no hablar de la historia paralela prescindible de la investigación policial (con un Dominic West que le quería joder la vida a Leónidas en 300, y que aquí carga con un personaje sin coherencia ni personalidad). La historia del inspector es tan volátil que ni siquiera tiene final en la película.

Gaspard Ulliel se convierte de esta manera en lo mejor del film. Sin copiar la interpretación de Hopkins, le da el aire inquietante de belleza salvaje que el personaje requiere. Y usa, dosificadamente, algunos tics y gestos del carácter original (un guiño, un saludo) que se convierten en la parte gratificante de la función.


Puede que Hannibal rising no sea un gran film. De hecho, no lo es. Pero tampoco es para echarlo a la quema. Es un relato folletinesco, una historieta delirante sobre un personaje que ha traspado la pantalla del cine para morder ( y masticar) el inconsciente colectivo.