
Quentin Tarantino parece cada vez más incapaz de centrarse.
De todas sus películas, quizá son Reservoir Dogs y Jackie Brown las únicas dos que pueden ser considerados largometrajes. El resto, de Pulp Fiction a Malditos Bastardos, pasando por Kill Bill, no dejan de ser magistrales cortometrajes yuxtapuestos en un proyecto común. Incluso su corto para Four Rooms era lo mejor (o lo único salvable) de aquel film. Incluso su episodio para Urgencias era muy divertido.
Bueno, también está Death Proof, pero ese es el único tropiezo de QT hasta el momento,
Así, hay que afrontar Malditos Bastardos no tanto como un largo, sino como una miniserie de cinco episodios en pantalla grande. El arco argumental es común, pero los caminos para hacerlo avanzar y la forma de narrarlos es dispar.
Como en todas las películas por episodios, pues, en Malditos Bastardos hay descompensación e irregularidad, con algunos fragmentos soberbios y otros más flojos. El resultado final, sin embargo, es majestuoso. No una obra maestra como muchos quieren ver (al menos a mi parecer, y soy un fervoroso entusiasta de QT), sino una muy buena película extremadamente personal.
Sabíamos que uno de los rasgos distintivos de QT es sincretizar todos sus conocimientos sobre cine (y cultura pop en general) y sublimarlos en su propia visión capaz de cruzar longitudinalmente todo tipo de géneros y texturas.
Los que llevamos esperando más de diez años el famoso proyecto sobre la segunda guerra mundial (aún recuerdo cuando en Sitges aseguró que acababa de terminar el guión en el avión) habíamos hecho millones de conjeturas sobre su posible argumento y deriva. Debo reconocer que esperaba algo más parecido a Doce del Patíbulo o Los violentos de Kelly. Expectativas. Algo que QT se place en destrozar. Lástima. Su versión de esos clásicos dista mucho de la que me había hecho yo (y aquí me hago un poco de autobombo y recomiendo la novela Montecristo, qué demonios, con otro tipo de malditos bastardos matando nazis por Europa.)

Con Malditos Bastardos, QT realiza una mixtura a priori improbable entre el western, el género bélico y el suspense. Equipara su banda de judíos arrancacabelleras con los apaches y, por tanto, pone al mismo nivel los vaqueros y los nazis.
Lo malo, que los malditos bastardos del título son una mera anécdota de fondo. Personajes casi sin relevancia en el contexto del film, de los que solo conocemos a Aldo Raine (esporádico Brad Pitt imitando estupendamente el acento sureño), Oso Judío (Eli Roth, transplantando su delirio hostelíaco al mundo tarantiniano) y Hugo Stiglitz (Til Schweiger, impresionante con la boca cerrada). Su protagonismo se limita al fragmento que lleva el título de la película, excelentemente ejecutado, pero que a la larga queda descontextualizado (el bate de Oso Judío, por ejemplo, está sobredimensionado teniendo en cuenta que no vuelve a aparecer ni siquiera mencionado). Protagonizan algunos de ellos también el memorable capítulo de la taberna (que recuerda muchísimo algunos pasajes de El desafío de las águilas) y poco más. Su protagonismo se reparte con la que sería la historia principal, la de la niña que crece ansiosa de venganza contra los nazis, tema central en el mundo tarantiniano, como pudimos comprobar con Kill Bill, sin ir más lejos.
El almodovariano tercer episodio, cuyo peso recae en Daniel Brühl, es quizá el más flojo. Cierto es que tiene algunas secuencias notables, pero el tono general es de languidez y bajón de ritmo alarmante. Su historia se soluciona de forma harto brillante en el quinto capítulo, pero me temo que este pasaje central lastra algo el ritmo del film.
QT vuelve absolutamente translúcidas todas sus fílias en Malditos Bastardos. Homenajes nada encubiertos a Centauros del desierto y Ser o no ser, ese inicio a lo Hasta que llegó su hora o un final directamente sacado de El precio del poder. De hecho, QT ha realizado su película más DePalma hasta la fecha, por el constante uso de la tensión y un manejo del travelling que el realizador de Doble Cuerpo firmaría encantado.
También está allí la peculiar selección musical, una banda sonora confeccionada a base de retazos de otros films (sobretodo Morricone, lo que no esconde su volutarioso afán de spaghetti western).
Y obviamente, después del desencanto que fue escuchar aquella sarta de sandeces intrascendentes de niñatas calentorras en Death Proof, QT vuelve a la carga con diálogos fuertes y poderosos, capaces de mantener una sola escena en base a la palabra por encima de la imagen. Solo un escritor portentoso como QT puede sostener alargar una secuencia hasta la saciedad para hacerla pivotar alrededor de las conversaciones entre los personajes protagonistas. La palabra como motor que arranca la acción, la desarrolla y la precipita hacia un final cerrado, elevando los capítulos a pequeñas obras de teatro autónomas dentro de una gran función.
Y claro, si alguien sale ganando en todas las escenas en las que aparece ese es el Hans Landa, el maquiavélico oficial de las SS magníficamente interpretado por Christopher Waltz. Un personaje que es un caramelo para cualquier actor, pero que este lo exprime al máximo para hacerlo ingresar en el club de los mayores villanos de la historia del cine. Sub presencia amenazadoramente plácida, su paladeo de cada palabra, su versatilidad en diferentes idiomas y su nada acomplejada ambigüedad remiten a esas interpretaciones de nazis aristocráticos nacidos de la pluma de Alistair MacLean.
Malditos Bastardos casi no tiene exteriores, y los que tiene están bastante desaprovechados (callejones tortuosos y claros en el bosque); no es ni película bélica ni drama de acción ni algo encajable en género alguno. No hay tanques ni aviones. No hay combates. La mayor parte de acontecimientos importantes suceden fuera de plano. No siente el más mínimo respeto por el rigor histórico. No hay humor en su violencia, ni distanciamiento irónico. Y sin embargo es una película divertida, fresca, que trenza sus dos horas y cuarenta minutos en un suspiro. Y QT se lo pasa en grande ofreciendo enormes momentos de cine, escenas inborrables en la retina del espectador. Un homenaje al séptimo arte en toda regla.
Ah, y como no, Tarantino no se olvida de incluir el imprescindible y fetichista primer plano de pies femeninos desnudos...
De todas sus películas, quizá son Reservoir Dogs y Jackie Brown las únicas dos que pueden ser considerados largometrajes. El resto, de Pulp Fiction a Malditos Bastardos, pasando por Kill Bill, no dejan de ser magistrales cortometrajes yuxtapuestos en un proyecto común. Incluso su corto para Four Rooms era lo mejor (o lo único salvable) de aquel film. Incluso su episodio para Urgencias era muy divertido.
Bueno, también está Death Proof, pero ese es el único tropiezo de QT hasta el momento,
Así, hay que afrontar Malditos Bastardos no tanto como un largo, sino como una miniserie de cinco episodios en pantalla grande. El arco argumental es común, pero los caminos para hacerlo avanzar y la forma de narrarlos es dispar.
Como en todas las películas por episodios, pues, en Malditos Bastardos hay descompensación e irregularidad, con algunos fragmentos soberbios y otros más flojos. El resultado final, sin embargo, es majestuoso. No una obra maestra como muchos quieren ver (al menos a mi parecer, y soy un fervoroso entusiasta de QT), sino una muy buena película extremadamente personal.
Sabíamos que uno de los rasgos distintivos de QT es sincretizar todos sus conocimientos sobre cine (y cultura pop en general) y sublimarlos en su propia visión capaz de cruzar longitudinalmente todo tipo de géneros y texturas.
Los que llevamos esperando más de diez años el famoso proyecto sobre la segunda guerra mundial (aún recuerdo cuando en Sitges aseguró que acababa de terminar el guión en el avión) habíamos hecho millones de conjeturas sobre su posible argumento y deriva. Debo reconocer que esperaba algo más parecido a Doce del Patíbulo o Los violentos de Kelly. Expectativas. Algo que QT se place en destrozar. Lástima. Su versión de esos clásicos dista mucho de la que me había hecho yo (y aquí me hago un poco de autobombo y recomiendo la novela Montecristo, qué demonios, con otro tipo de malditos bastardos matando nazis por Europa.)

Con Malditos Bastardos, QT realiza una mixtura a priori improbable entre el western, el género bélico y el suspense. Equipara su banda de judíos arrancacabelleras con los apaches y, por tanto, pone al mismo nivel los vaqueros y los nazis.
Lo malo, que los malditos bastardos del título son una mera anécdota de fondo. Personajes casi sin relevancia en el contexto del film, de los que solo conocemos a Aldo Raine (esporádico Brad Pitt imitando estupendamente el acento sureño), Oso Judío (Eli Roth, transplantando su delirio hostelíaco al mundo tarantiniano) y Hugo Stiglitz (Til Schweiger, impresionante con la boca cerrada). Su protagonismo se limita al fragmento que lleva el título de la película, excelentemente ejecutado, pero que a la larga queda descontextualizado (el bate de Oso Judío, por ejemplo, está sobredimensionado teniendo en cuenta que no vuelve a aparecer ni siquiera mencionado). Protagonizan algunos de ellos también el memorable capítulo de la taberna (que recuerda muchísimo algunos pasajes de El desafío de las águilas) y poco más. Su protagonismo se reparte con la que sería la historia principal, la de la niña que crece ansiosa de venganza contra los nazis, tema central en el mundo tarantiniano, como pudimos comprobar con Kill Bill, sin ir más lejos.
El almodovariano tercer episodio, cuyo peso recae en Daniel Brühl, es quizá el más flojo. Cierto es que tiene algunas secuencias notables, pero el tono general es de languidez y bajón de ritmo alarmante. Su historia se soluciona de forma harto brillante en el quinto capítulo, pero me temo que este pasaje central lastra algo el ritmo del film.
QT vuelve absolutamente translúcidas todas sus fílias en Malditos Bastardos. Homenajes nada encubiertos a Centauros del desierto y Ser o no ser, ese inicio a lo Hasta que llegó su hora o un final directamente sacado de El precio del poder. De hecho, QT ha realizado su película más DePalma hasta la fecha, por el constante uso de la tensión y un manejo del travelling que el realizador de Doble Cuerpo firmaría encantado.
También está allí la peculiar selección musical, una banda sonora confeccionada a base de retazos de otros films (sobretodo Morricone, lo que no esconde su volutarioso afán de spaghetti western).
Y obviamente, después del desencanto que fue escuchar aquella sarta de sandeces intrascendentes de niñatas calentorras en Death Proof, QT vuelve a la carga con diálogos fuertes y poderosos, capaces de mantener una sola escena en base a la palabra por encima de la imagen. Solo un escritor portentoso como QT puede sostener alargar una secuencia hasta la saciedad para hacerla pivotar alrededor de las conversaciones entre los personajes protagonistas. La palabra como motor que arranca la acción, la desarrolla y la precipita hacia un final cerrado, elevando los capítulos a pequeñas obras de teatro autónomas dentro de una gran función.
Y claro, si alguien sale ganando en todas las escenas en las que aparece ese es el Hans Landa, el maquiavélico oficial de las SS magníficamente interpretado por Christopher Waltz. Un personaje que es un caramelo para cualquier actor, pero que este lo exprime al máximo para hacerlo ingresar en el club de los mayores villanos de la historia del cine. Sub presencia amenazadoramente plácida, su paladeo de cada palabra, su versatilidad en diferentes idiomas y su nada acomplejada ambigüedad remiten a esas interpretaciones de nazis aristocráticos nacidos de la pluma de Alistair MacLean.
Malditos Bastardos casi no tiene exteriores, y los que tiene están bastante desaprovechados (callejones tortuosos y claros en el bosque); no es ni película bélica ni drama de acción ni algo encajable en género alguno. No hay tanques ni aviones. No hay combates. La mayor parte de acontecimientos importantes suceden fuera de plano. No siente el más mínimo respeto por el rigor histórico. No hay humor en su violencia, ni distanciamiento irónico. Y sin embargo es una película divertida, fresca, que trenza sus dos horas y cuarenta minutos en un suspiro. Y QT se lo pasa en grande ofreciendo enormes momentos de cine, escenas inborrables en la retina del espectador. Un homenaje al séptimo arte en toda regla.
Ah, y como no, Tarantino no se olvida de incluir el imprescindible y fetichista primer plano de pies femeninos desnudos...