
Michael Mann debe ser un robot sin emociones.
De lo contrario, no se explica que sus películas carezcan de sentimiento. Plásticamente impecables, los films de Mann no transmiten ninguna emoción. Si les pinchas, no sangran. Los comportamientos humanos se acercan a los del cliché más puro, y cuando intenta conmover, solo se queda en la superficie.
Enemigos públicos no es la excepción. Y ese es el principal defecto del biopic sobre John Dilinger. Cuando debería involucrarnos sentimentalmente, nos deja fríos como espectadores.
Y aún y así he disfrutado de unos fugaces ciento cuarenta minutos de película de gángsters al viejo estilo. Sí, lo confieso: siento atracción por el sonido y la imagen de una tommy gun en pantalla, me deleito en los atracos perpretados por gente con abrigo largo y sombrero de ala. Y Mann se regodea en ello.
Enemigos públicos es una película sobre una época, sobre un estilo de vida y, en menor medida sobre la creación de un mito. Los personajes principales, el atracador John Dillinger y su perseguidor Melvin Purvis están descritos en la escena inicial de cada uno. El primero como alguien con un mínimo de valores muy rígidos que confía en los suyos; el segundo como un cazador sin escrúpulos y arribista que ve la oportunidad de ascender con una presa mayor.

El ritmo de Enemigos públicos es pausado pero no concede tregua. Tan solo la historia de amor, algo vacía, hace cojear una de las tramas menos interesante y, a la postre, más fallidas del film.
No me acabó de gusta el uso de cámaras de alta definición para el rodaje de Enemigos públicos. No creo que sea el lenguaje que esta película necesita, como sí podía ocurrir con Corrupción en Miami. Aquí se echa un poco de menos esa textura que sí tenía Los intocables de Brian de Palma, quizá el referente más directo de Enemigos públicos (si ignoramos esa patraña que filmó con el título de La Dalia Negra).
Christian Bale está en su habitual registro de caradepalo inmutable, y Johnny Depp johnydeppea durante todo el metraje.

Así que, seguramente, Enemigos públicos se dará un castañazo en taquilla cuando el boca oreja empiece a correr la voz que es aburrida. Lástima. Por mi parte, me habré pasado dos horas y veinte viendo a gangsters pasándoselo (y haciéndomelo pasar) en grande.
Como en los viejos tiempos.