Tuesday, December 25, 2007

2007 Review

Películas que se fueron sin reseñar en el año 2007.

La Jungla 4.0 O Bruce Willis interpreta al primo de Jack Bauer. Muy entretenida, con guiños a las anteriores, pero una versión demasiado Happy Meal de John McLane.

28 semanas después. El niño protagonista lleva una camiseta del Madrid, y la cámara a menudo se mueve demasiado. Todo lo demás, una peli de zombies impecable.

Ratatouille. La menos infantil de las películas de Pixar. Magistral a todos los niveles: técnico, narrativo y emocional.

Sunshine. Horizonte Final + 2001, una odisea en el espacio. Serie B con algunos logros pero demasiada sensación de dèja vú.

El ultimátum de Bourne. A pesar de ciertos momentos biodramina, una de las mejores (si no la mejor) película de acción del 2007. Greengrass consigue escenas absolutamente demoledoras como la tensión fantasmal de la estación de Waterloo o la adrenalina disparada en la persecución por los terrados de Marrakesh.

La matanza de Texas. El origen. Película de horror, por lo horrorosa que es.

Halloween. El origen. Rob Zombie pierde parte de su personalidad en un remake tan innecesario como redundante. Primera media hora más o menos curiosa, para un tramo final repetitivo.

La zona. Muy interesante reflexión sobre la semilla dels fascismo.

Arma fatal. La comedia más divertida de 2007. Implacable la media hora final.

Los Simpson. O cómo bostezar durante una hora y media. No me vale ni el Spidercerdo.

1408. Entretenida serie B que no aporta nada nuevo ni falta que le hace. Necesaria para oxigenar.

Tristam Shandy. La rara avis del presente año. Mi Winterbottom favorito. Británica hasta la náusea. Imprescindible.

El libro negro. Peli de nazis a la antigua usanza. Verhoeven en plena forma. Grande.

Y aquí mi recomendación para estas fechas, la película navideña perfecta: ¡Qué duro es morir!

Friday, December 21, 2007

Soy Leyenda, de Francis Lawrence



Tener buena caligrafía no te hace buen escritor. Ese es el axioma que debería aplicársele a Francis Lawrence, en su segundo largometraje.

Francis Lawrence demuestra tener buen pulso narrativo, capacidad para crear tensión e imaginación desbordante para desarrollar atmósferas, pero por el camino se deja lo más importante: la esencia.

Constantine, la adaptación del comic Hellblazer, es una película inquietante y bien contada, pero que desposee el personaje de Gaiman de toda su naturaleza marginal. Soy Leyenda es un cuento bien explicado, que destruye el principal valor de la base literaria de Matheson: no hay debate sobre lo bueno y lo malo, lo monstruoso y lo colectivo.

¿Que queda en Soy Leyenda, pues? Un film con tantos aciertos como defectos.

En el capítulo de fallos encontramos:

Falta de respeto por la obra original. Hasta el extremo que ni siquiera el título llega a cuadrar con lo que explica la película. En la novela, Neville es leyenda para los vampiros; en la película, para los humanos.

Maldita extinción, ya no tengo comentarios en el blog.

Demasiado ordenador. He leído por ahí que Lawrence empezó a rodar usando a humanos con prostéticos , pero que los cambió por criaturas generadas por computadora porque no le parecían convincentes. El resultado es deplorable. No solo se notan los efectos digitales (lo que a día de hoy se considera pecado), sino que la concepción vampírica es de pena: gollums calvos de metro ochenta con ropas rasgadas, saltimbanquis silenciosos a medio camino entre zombies y los robots de Yo, Robot (a todas luces, muy superior a esta, aunque también se desviara lo suyo de Asimov). Odio realizar comparaciones entre cine y literatura, porque considero que son dos artes que pueden aportar perspectivas diferentes a una misma historia, pero es una lástima que destrozaran el planteamiento de Matheson de mantener cierto grado de humanidad en los vampiros (Ben Cortman llamando a la puerta de Neville, noche tras noche), para convertirlos en figuras anónimas que obedecen a un vampiro macarra de mandíbulas gigantescas, que solo gruñe y se golpea la cabeza con cristales.

El final. Aproximadamente desde la aparición del Deus Ex Machina. No lo revelaré, pero indigna.

En el de puntos positivos:
Una primera hora magistral, que recuerda a Náufrago de Zemeckis, con Will Smith en plan Hanks en medio de Nueva York. Los planos muy abiertos, la sensación de soledad, la caza de los ciervos desde el coche, los maniquíes vestidos por las calles. El guión de Akiva Goldsman recoge ideas de la kitsch Omega Man y Lawrence las mejora. Hay tensión bien mantenida, se perfila el personaje de Neville con claridad y acojona en pasajes como el primer encuentro con los vampiros. Esa escena en el edificio oscuro en busca del perro recuerda a REC, pero mucho más terrorífica.

Maldito correo comercial, cada vez más violentos llamando a la puerta.

El mensaje en la botella. Me llamo Robert Neville...

Will Smith. Que pese a quien le pese, es un tipo que no solo me cae bien sino que me gusta como actor. Aquí es capaz de aguantar el tipo en la parte del metraje en la que aparece solo. Quizá su papel recuerda demasiado al de Yo, Robot (quizá no, quizá con el tiempo no sabré distinguir un film del otro, y mezclaré un Nueva York devastado por vampiros robotizados que visten Nike y conducen Audis mientras se conectan con el Apple), pero su trabajo se sustenta tanto en el carisma como en la interpretación, y en Soy Leyenda cumple de sobras.

La relación con Sam. Que es una perra mucho más humana que el señor Wilson (recordad aquella pelota con ojas de palmera como pelos), y que humaniza el primer tramo del film, incluyendo escenas como la del baño con música de Bob Marley o el ataque de los perros vampiro.


Y en el apartado de cosas que no sé si me han gustado o no: ¿Por qué los vampiros a veces son mortalmente silenciosos y a veces parecen ratas chillando en un microondas?


Tambien es posible que mi opinión se vea influenciada por el ambiente próximo a la misantropía que despedía la sala de cine. Eruptos con olorcillo a chorizo, palomitas extracrujientes, audiocomentarios simultáneos de tres o cuatro personas en cada escena, pataditas en el respaldo, politonos de teléfono móbil, meneo de cubitos y sorber de pajitas, entre otras lindezas, fueron los responsables que me pasara toda la proyección dudando si el virus que ha convertido la población mundial en bestias de encefalograma plano que berrean y se mueven en manada no se había extendido ya.

Friday, November 30, 2007

REC, de Jaume Balagueró y Paco Plaza

REC

Sesión matinal, bastante llena, el mediodía de un sábado. En mi estómago un cortado y dos cruasanes. En mi bolsillo las entradas para ver la esperadísima producción sobre zombies de Balagueró y Plaza. Todo un acontecimiento.

Sin títulos de crédito, entramos a trapo en el medio televisivo: una cámara nos mostrará todo, en lo que se diría es una grabación sin editar ni montar. La cara es una reportera, el objetivo, un anodino seguimiento al turno de bomberos de la noche.

Conecto con REC al instante: su propuesta le da credibilidad a la historia. Quizá porque estamos tan acostumbrados la lenguaje de la pequeña pantalla, con la multitud de programas de conexiones en directo que han aparecido en los últimos años, no nos cuesta creernos lo que vemos. Quizá por esto damos por hecho que a lo que asistimos es real, aunque sepamos que es una película. Y ahí es donde se distinguen las grandes películas de terror: en la aportación de un elemento perturbador a un entorno realista.

Pero de golpe, algo se tuerce. En una de las escenas de introducción iniciales (que hasta el momento son soberbias, en su recreación de un mundo oculto para la mayoría de los espectadores), la presentadora juega un partido de baloncesto y el cámara lo graba en plan Valerio Lazarov. Suena la alarma, empieza el nudo del film, y los cruasanes se me suben hasta el esófago. Soy de los que si juegan más de diez minutos a la play se marea.

Resulta difícil valorar un film si tienes que apartar la mirada cada poco porque estás a punto de vomitar. La sensación desagradable se incrementa a cada escena, en cada movimiento de cámara, en cada grito. Lucho entre la curiosidad y el deseo por ver el film, y las ganas de salir a arrojar al baño del cine. Las luces estroboscópicas de las sirenas a través de la puerta decantan la balanza hacia la segunda opción, pero la historia resulta demasiado interesante y el ritmo muy alto como para abandonar la proyección. Decido aguantar, pero estoy demasiado pálido para sentir tensión o asustarme con alguno de los picos de la película. Me gusta, pero quiero que pase rápido. Soy capaz de ver un crescendo en la narración, un juego de plataformas que solo puede acabar con un monstruo de final de pantalla, pero ahora mismo daría lo que fuera por guardar la partida y continuarla otro día.



En su día vi El proyecto de La Bruja de Blair, y me ocurrió lo mismo. Solo que en aquella ocasión solo salvaba el final del film, en ese caserón deshabitado en medio del bosque, porque el resto era material mediocre filmado por enfermos de parkinson en estado avanzado. Ahora es diferente, aunque mi estómago proteste.

Así que cuando salgo del cine, liberado, con un frío relajante en la calle, tengo la sensación que REC puede estar muy muy bien. Que es una gran película de terror y de los mejorcito que se ha hecho en este país. Que lástima lo de la cámara y que seguramente con una biodramina eso no pasa.

PAUSE

REC


Día del espectador a media tarde, la sala a rebosar de imbéciles que no solo no han visto en su vida una peli de zombiesen su vida , sino que consideran que La noche de los muertos vivientes es un truño porque es en blanco y negro y no hay carreras. Masco una biodramina. En mi cabeza, un montón de comentarios elogiosos que me impulsan a volver a verla. Hoy voy a disfrutar.

¿Alguien vería un reportaje de España Directo por segunda vez? Lo que antes me había parecido una introducción sensacional, ahora me aburre. Es una excusa argumental para presentar un estilo narrativo y poco más: el personaje principal, interpretado por Manuela Velasco, solo es una espectadora, no una actora. Y seguirá así durante el resto del metraje. Sin ella, solo con el cámara, el verdadero transmisor, la película hubiera sido exactamente la misma. Su trabajo es impecable, y se merece todos los premios que le puedan dar, porque resulta morbosamente bella en los momentos más terribles, y creíble en los puntos álgidos de tensión. Pero no deja de ser una invitada más al pasaje del terror que es REC, junto al resto de la sala.

REC dedica una primera hora excesiva a presentaciones innecesarias. Con apenas un par de escenas de tensión resueltas de forma magnífica (el pasillo con la vieja loca al fondo es la pesadilla de cualquiera), nos encontramos ante una película a la que le cuesta arrancar lo suyo. No es de recibo que se produzcan carcajadas en el cine con las entrevistas a los vecinos, ni que se escuchen en voz alta comentarios jocosos sobre sus enfrentamientos unos con otros. Hay algo ahí que no funciona, porque la situación ya está introducida (el contacto con los infectados y sus consecuencias en un grupo cerrado), y eso rompe el clima de suspense en favor del chascarrillo. A su favor hay que decir que los actores están fabulosos, y cumplen de sobras con su cometido, en un alarde de naturalidad impropio de la mayoría de películas que se basan en ella (y me refiero a esos pestiños sobre gente aburrida que no hace nada en películas en las que nunca pasa nada). Pero rompen la atmósfera de terror. Y en realidad tanta presentación no viene a cuento de mucho, porque su papel posterior es el reservado a... bueno, es una peli de zombies, ya sabeis qué va a pasar.

Y ahí reside quizá uno de los principales defectos de REC (solo salvado por el último tercio del film). Se le ven las costuras. Se le notan los trucos. Se ve venir de una hora lejos qué va a pasar en cada momento, quien va a hacer qué, y cuando lo va a hacer. Y en un segundo visionado esta sensación queda fijada y deja un regusto amargo. No hay un solo instante de tensión o miedo ahora: el film se vuelve mecánico, sin una nueva relectura, solo una carretera por la que ya hemos circulado mil veces y que sabemos que tiene esa curva tan cerrada donde se mataron unos motoristas el año pasado.

Esa primera hora es una decepción. Tiene todos los códigos para entrar en el club de zombies (en su vertiente enjutomojamutesca: no son zombies, son infectaos). Grupo reducido de personas encerrados en un recinto de donde no se puede salir, amenazados por gente que hasta hace nada eran sus congéneres y que ahora solo desean comérselos. Se salpimenta un poco con médicos paramilitares de acento extrangero y se rocía con un chorrito de amor materno-filial. Por cierto, cualquiera que conozca un poco la filmografía de Jaume Balagueró solo puede pensar una cosa en el momento en que la niña aparece por primera vez, con los labios cortados y la piel paliducha.



No se puede decir, pero, que REC sea una peliculilla filmada así como así. Se nota una planificación encomiable, que queda demostrada en ese crescendo narrativo comentado anteriormente, y que se plasma en la pantalla en el uso de las luces. Empieza con la iluminación nocturna propia de un cuartel de bomberos o una escalera de vecinos, que ocupa toda la pantalla, y a medida que avanza la acción se produce un efecto túnel, y la luz se va estrechando. Como por un embudo, la pantalla va perdiendo sus costados, volviendo la película cada vez más claustrofóbica. La oscuridad se va adueñando de la historia (otro rasgo de Balagueró, mucho mejor usado aquí que en Darkness), comiéndose el escenario poco a poco, y centrándola casi exclusivamente en la protagonista sola, a merced de un mundo invisible. Las luces de la escalera que se encienden y apagan, los contraluces de los balcones, las linternas, la antorcha y finalmente, los infrarojos, ayudan a esa sensación de opresión. Los silencios del micrófono, las distorsiones y las pequeñas averías de la cámara son la banda sonora perfecta de un film que, como Los pájaros de Hitchcok, no tiene más banda sonora que los sonidos causados por la amenaza.

El tramo final, ese ascenso a los infiernos, redime cualquier defecto posterior del film. Es lo que esperábamos ver. Zombies con la boca llena de sangre luchando por comerse a los vivos. Y punto. Zombies apareciendo en cualquier esquina (aunque sabes que van a estar allí), y mucha violencia sin cortes. Brillante. Y un plano para el recuerdo. Si en el inicio se hacía un picado por el hueco de la escalera para ver a los vecinos juntitos en la planta baja mirando hacia arriba, indefensos, ahora se produce el mismo encuadre... en circunstancias bien distintas.

Creo que la parte final se debe a Paco Plaza. No sé por qué, pero me da esa impresión. Casi como una historia aparte, un punto y seguido, esa pequeña isla de fantasía religiosa y apocalíptica se le adjudico al valenciano. El setpiece de la Niña Medeiros es de lo mejor que se ha filmado en cine fantástico en los últimos años. Tanto conceptualmente, como artísticamente, el personaje de la niña portuguesa sube de golpe al Olimpo de nuestros monstruos favoritos, junto a Leatherface, Michael Meyers o la cosa en La cosa. Con unos recursos visuales similares al último tramo de la gran 28 semanas después, de Fresnadillo.
Y un final como se merece, por fin.

PAUSE

REC


¿Qué sensaciones deja REC? ¿Es una película sobrevalorada o un clásico del terror contemporáneo? ¿Será hoy alabada y de aquí un año olvidada como un bluff, o perdurará en el imaginario colectivo?
Es difícil responder a estas preguntas. Creo que REC es una buena película de terror, algo mecánica en su concepción a pesar de tener una apariencia tan anárquica, por encima de la media del cine que se hace en este país, atrevida y agradecida, pero que le faltan un par de peldaños para ser la obra maestra que nunca ha pretendido ser; maniatada por su principal reclamo, el realismo de una cámara de video, en el que se enmarca toda una corriente de películas que usan este recurso con suerte dispar (Redacted, Diary of the Dead, The Poughkeepsie tapes...)


Aunque, a decir verdad, salen zombies en el centro de Barcelona, y eso ya es suficiente para pagar el precio de la entrada.

STOP

Sunday, November 25, 2007

Redacted, de Brian De Palma

Quizá la mejor crítica que pueda haber de este film sea el silencio mortuorio que se queda en la sala al finalizar la proyección, con el público clavado en los asientos, los ojos fijos en la pantalla y la boca sin palabras.
Redacted, mensaje político aparte, es quizá la mejor película de De Palma en muchos años. O al menos la más brillante.
Si hasta hoy hablábamos de remakes, con Redacted podemos fijar el concepto de actualización. La misma historia de Corazones de Guerra, transplantada de la jungla vietnamita al desierto iraquí. Un grupo de militares desplegados fuera de casa que, en acto de venganza (acumulación de hastío, cansacio y horror kurtziano) por un hecho concreto violan a una chica de quince años y la matan junto a su familia.


Redacted nos coloca en el prisma de un destacamento de soldados norteamericanos en Samarra con una apuesta fuerte por los nuevas formas de comunicación. Usa el videoblog de uno de los protagonistas, o imágenes de youtube, cámaras de seguridad o un documental francés a discreción para ofrecernos siempre el ángulo más próximo a los protagonistas. Debo reconocer que, habiendo leído antes sobre el film, esperaba algo más rompedor, casi lynchniano, un puzzle incomprensible. Pero De Palma (que durante años fue alumno aventajado) es ya un maestro, y consigue que de esa dispersión de fuentes quede una historia sólida y bien narrada, y además acentúa su perpetuo discurso de la Mirada.

El cine de De Palma es voyeurismo puro. La lucha entre el mirar y el actuar, el ver y el hacer. El personaje de Doble cuerpo que espía a la vecina de un amigo cada noche hasta que la asesinan. El técnico de sonido que capta un accidente de coche y descubre que no lo es. La decisión de Carlito de no volver a la delincuencia, solo de ser un testigo silencioso, que se rompe cuando ve que van a traicionar a su sobrino. En Redacted uno de los soldados admite que grabar, mirar, es intervenir, que el observador puro no existe. Y De Palma, independientemente de su ingenuidad en el propósito del film, actúa como observador y como agente a la par.

Y lo hace con la mochila cargada de cine. Con cuatro perras que ha costado el film consigue adentrarnos en el horror de la guerra (cada vez que digo algo así siento que debería pagar royalties al gran Joseph Conrad). Esa tensa espera en el puesto de vigilancia, ese tedio que solo consigue acumular rencor, ese ser entrenado para matar y tener que esperar y esperar y esperar... Los primeros minutos de película son el perfecto ejemplo de como manejar el suspense, de cómo convertir la cotidianeidad en un peligro permanente. Incluso se permite alguna referencia al imprescindible Sam Peckinpah y su Grupo Salvaje. En la escena del balón de futbol, De Palma nos recuerda una de las máximas que aprendió de Hitchcock: el espectador debe saber que hay una bomba bajo el asiento, pero el protagonista no. Y demuestra que esa lección, si se aplica bien, sigue vigente.

¿Recordais que habíamos quedado que el desembarco de Normandia en Salvar al soldado Ryan era lo más parecido a una batalla que el cine había parido? Pues De Palma, un cineasta con tantos años a sus espaldas como Spielberg, y sin necesidad de demostrar nada, se atreve con los nuevos medios para ofrecernos un cine hiperrealista. No solo hay que aplaudir la valentía de De Palma (como la de los últimos Spielberg), sino tambien sus resultados, sencillamente magistrales.

Como en una obra de teatro multimedia, enfrenta a los carácteres entre si, les da tridimensionalidad e historia, y de la lucha nace la cuestión moral. De Palma se decanta por la denuncia, por hacer pública la sinrazón de la guerra, a pesar de todos los obstáculos. Si colocas a cualquiera en una situación límite como en la que están las tropas desplegadas en Irak, puedes encontrarte con que terminen realizando actos horribles. Posiblemente en su país de origen hubieran terminado cometiendo crímenes similares, parece decir De Palma, pero en el ojo del huracán bélico no les queda otra salida.

Una salida a la esperanza es la que ofrece el personaje encarnado por Casey Affleck (definitivamente no solo el mejor del film, sino muy superior al bobalicón de su hermano), el héroe de guerra a su pesar. El americano ejemplar con las manos manchadas de sangre y la mirada perdida en el desierto para siempre. La voz que nadie quiere escuchar.

Sunday, October 28, 2007

La invasión, de Oliver Hirschbiegel... ¿o James McTeigue?


La Invasión es la película perfecta.

Partiendo de la magnífica base literaria que es el La invasión de los ladrones de cuerpos de Jack Finney, y recogiendo el testigo de las posteriores adaptaciones cinematográficas a cargo de Don Siegel, Philip Kauffman y Abel Ferrara, el film producido por Joel Silver ha llegado a cotas que ninguna de las otras adquirió.

-¿Qué me pasa doctor?
-A ti no sé, pero a mi la bata nueva no me va.

Porque La Invasión suplanta la personalidad de la novela original y de las películas que en ella se basan para volverse un producto sin alma, una réplica fría y apática, un auténtico movie snatcher.
La película contiene todos los elementos que se le pide a cualquier aproximación al tema de ultracuerpos, pero con un resultado tan vulgar, plano y deslabazado que se convierte en un auténtico despropósito. Es como si alguien hubiera introducido una baina espacial en las anteriores versiones, y La invasión fuera el resultado de la clonación.

El cuerpo se mantiene:

Denuncia política: con los informativos en plan Verhoeven sirviendo de hilo narrativo (o de muleta, en el caso de esta película).
Paranoia familiar: el consabido mi marido no es mi marido.
Atmósfera inquietante: o eso se intenta, sobre todo en algunos planos exteriores que recuerdan a la versión de Sutherland, con la gente por las calles, de pie, quieta, impasible.
Las frases de rigor: únete a nosotros, no te dolerá.
Los nombres de los protagonistas: Driscoll, Tucker, Bennell... con algún que otro guiño (Kauffman, por ejemplo).
Escenas comunes: el cuerpo con el proceso interrumpido, la difusión del contagio (cambiando camiones con bainas por inoculación de virus mediante la seguridad social)...

Pero el alma es gélida, vacía.

Se nota tanto que la película ha sido tocada por diferentes directores, que ha sido manipulada por los productores, que los guionistas han ido metiendo baza a modo de parches, que la sala de montaje debía ser un caos, que el resultado final es un pestiño. Nada encaja:

Los recursos narrativos no se entienden. El film está montado en base a un flashback, aunque no se diga, pero la escena sobra la que gira ese flashback no tiene nada de significativa, ni es un punto de inflexión, ni viene a cuento de nada. Hay montajes en paralelo que son de vergüenza ajena (la fuga con el coche de policía), y que se nota a la legua que están hechos para intentar dotar de ritmo a ciertos pasajes de la película. El montaje es asincopado y pésimo. No se sabe cuanto tiempo pasa desde que empieza hasta que acaba (¿cuantas horas aguanta sin dormir la doctora? ¿cuantos días? es todo un misterio).

Está mal dirigida. Ya sea por unos o por otros, pero se eligen siempre las peores decisiones. Una telemovie de planos muy cerrados, que parecen querer disimular una falta de presupuesto galopante (si no tienes cuartos para filmar una persecución en coche, no la filmes). La película divaga entre el terror (con escenas de supuesto miedo que acaban siendo escenas de mierdo), la denuncia política, el drama familiar y la contemplación de la impoluta Nicole Kidman (el 65% de posesión de la pelota está en su campo, es decir, debe haber una hora total del film en que solo se muestran primeros planos de Nicole, en uno de sus papeles más inexpresivos y anodinos).


-Soy buena actriz, teneis que creerme. ¡Preguntad a Tom y a Alejandro!

Está mal actuada. Nicole Kidman se dedica a aparecer en pantalla con la misma cara de muñeca de porcelana durante todo el metraje. Hacia el final es cierto que le pintan un poco las ojeras, pero nada que pueda estropear su permanente porte de anuncio de Freixenet. A Daniel Craig se la suda el film, porque debía estar más pendiente de no seguir perdiendo dientes con el rodaje de Casino Royale. Su interpretación es parecida a la McGregor en Star Wars, con esa cara de darle igual todo y estar a punto de mondarse de risa. Para reir es verlo con pelucones mal disimulados en escenas que se notan (y mucho) que han sido rodadas a posteriori; pelucones del estilo Pepe Oneto, que a Daniel Craig os podeis figurar como le sientan. De Jeremy Northam poco más a añadir más que sigue en su línia Cypher, sobreactuando cuando se convierte en ultracuerpo (parece tal que un chaval en la obra de teatro de fin de curso).

Está mal escrita. Ya no es que los diálogos sean de vergüenza ajena (que lo son). Es que en la puta primera escena ya se te caen los huevos al suelo con una tontería que destroza todo lo que pueda venir luego. Dos doctores que analizan las piezas del transbordador estrellado y detectan un virus en él (un virus muy chungo) van vestidos con sus trajes antivirales y antiradioactivos, en una tienda de campaña de esas de los malos de ET. Uno de los doctores, immediatamente después, sale para el coche ya en su traje de tío serio y, una niña, burlando todas las medidas de seguridad del ejército de USA, le da un cacho de transbordador en mano. Él lo coge y se pincha en plan bella durmiente, pero no le da más importancia, a pesar que hace treinta segundos acaba de contemplar que esos fragmentos están repletos de virus chungos (chunguísimos, repito) dentro de la comodidad de su escafandra. Otro de los monólogos sonrojantes (y que además repiten al final del film) es el de diplomático ruso que se despacha a gusto durante un buen rato hablando de la crueldad inherente en los hombres y bla bla bla. Sinceramente, tiene la misma credibilidad que el discursillo de Bruce Willis en la fantástica Planet Terror (que, por cierto, va de los mismo pero mucho mejor).

Está mal copiada. Porque el argumento es prácticamente el mismo que el de 28 semanas después, la sensacional aportación de Fresnadillo a la temática zombie. Solo que peor resuelto. Y había mucha más paranoia en The Faculty (el homenaje de Robert Rodríguez a Amos de títeres de Heinlen) que en esta. Y recordemos que la paranoia es el principal motor de esta historia.

Aquí no se nota, pero los ultracuerpos tienden a vestir de negro en la película.

Es una lástima, ya no porque el tema me apasione y quisiera ver una nueva vuelta de tuerca, sino porque en el fondo podría haber sido mucho mejor. Hay apuntes interesantes, como la ausencia de guerras que traen consigo los ultracuerpos; o el dilema de unirse a ellos o combatirlos, a sabiendas que es una batalla perdida (aunque en esta ocasión...)o la interpretación de Veronica Cartwraight; pero al final los puntos negativos decantan la balanza, y convierten La Invasión en la película perfecta. Un ultracuerpo en toda regla.
La movie snatcher definitiva.

Saturday, October 13, 2007

La huella, de Kenneth Brannagh


Enfrentarse al remake de un film es un reto, pero hacerlo a una obra maestra es todo un desafío. Si existe un director inglés que durante los noventa pecó de arrogante (a pesar de tener razón en múltiples ocasiones), ese es Kenneth Brannagh, que inexplicablemente se había quedado en un segundo plano estos últimos años.

Brannagh no realiza tanto un remake como una deconstrucción del film de Mankiewicz. Lo despoja de todos los elementos que ornamentaban ese delicioso duelo de actores entre un maduro Laurence Olivier y un joven Michael Caine, para convertirlo en un combate áspero, directo y desnudo. Un juego de espejos, reflejo sobre reflejo, en todos los sentidos.

Ahora es Caine el que ejerce las veces de anciano curtido y retorcido que se cree superior a un joven descarado que le ha robado a su esposa. Caine pasa al otro lado del espejo, con lo que el presente film gana en profundidad, y puede ser visto más como una segunda parte que como un remake. Pero el personaje de Jude Law no es sino el Caine de hace unos años, inexperto pero no menos peligroso, el hombre con la semilla del escepticismo, que solo el tiempo puede cultivar.



Brannagh se muestra más modesto que de costumbre. No roba protagonismo, se lo cede todo a los actores y a la casa, el tercer personaje. Planifica el tempo y la estructura como la obra de teatro que es, pero le añade el factor metafórico: filma a través de ventanas, de espejos, de televisores, de cámaras; no siempre lo que ves es lo que es. El punto de vista se desplaza contínuamente por la mansión, pero nunca recae en los dos hombres en lucha. Brannagh se erige en padrino del duelo: sirve las armas y recoge los cadáveres, pero no se decanta por nadie.

La película desnuda el original en su envoltorio, pero no en su idea del juego como instrumento macabro, de lucha existencial. En eso recuerda mucho a las obras de Jordi Galceràn. Incluso resume la obra de Mankiewicz, resta importancia a pasajes que eran primordiales, y no se molesta en mostrar unas cartas que, en la original, constituían la sorpresa. Se arriesga a fallar en el mismo error que The Prestige, pero al asumir la no voluntad de sorprender, sino de mostrar, sale victorioso. Sigue a pies juntillas el argumento en sus tres primeras partes, pero deviene en un tramo final diferente, que amortigua la sensación de deja vu que nos ha ido acompañando durante la proyección. Se cambia la calideza morbosa de los juguetes por el frío distanciamiento del high-tech, las pulsaciones más infantiles por una sexualidad latente, el sentido del humor por la aspereza, el barroquismo por la simplicidad de la luz.



No deja de ser cierto que Harold Pinter, flamante ganador del Nobel de Literatura, ha hecho un guión que se queda en correcto, con pocas modificaciones sobre el de Anthony Shaffer.

Los dos actores, inmensos. Jude Law demuestra de nuevo que tiene más tablas que muchos compañeros de generación (aunque quizá en algún fragmento está demasiado teatralizado), y Caine es Caine en estado puro.

La huella no es una obra maestra, pero sí es una buena película. La vuelta de tuerca a un juego que empezó hace 35 años, con Alicia a través del espejo, girando y girando en su propio bucle.



Friday, August 31, 2007

Death Proof, de Quentin Tarantino

Iba sin demasiadas expectativas a ver A prueba de Muerte, del amigo Quentin, porque de los dos films que componen el proyecto Grindhouse fue el Planet Terror de Robert Rodríguez el que más me llamaba la atención y el que más ha acabado colmando mis expectativas. Y eso que Quentin es mucho mejor director que Robert, pero eso no significa que el film del director de Reservoir Dogs se ajuste más al estilo desenfadado y absolutamente pulp del díptico que el del tejano.

Después de este párrafo sin apenas puntos ni comas, resumo: Quentin Tarantino es al cine lo que Ronaldinho al futbol, un fuera de serie, un crack de talla mundial, que es capaz de lo mejor pero que cuando se atasca, cuando se cree demasiado bueno, flojea y se convierte en un jugador más.



El principal problema de Death Proof es que Quentin se gusta demasiado, y se regodea en si mismo. Hasta ahora nos había servido sus gustos y fantasías en bandeja, creando un universo particularísimo, copiado infructuosamente hasta la saciedad, basado en las películas de los setenta, las artes marciales, la violencia, las chicas duras, los tipos verborreicos y los pies femeninos desnudos. No repasaremos su filmografía porque todos nos la sabemos de memoria. En Death Proof, vuelca todo eso, pero algo falla en la mezcla.

¿Son necesarias dos horas para jugar a Death Proof? Seguramente no, como no lo eran para Planet Terror. Si a ambos films les quitamos una primera hora de presentaciones innecesarias, se hubieran convertido en un clásico de culto inmediato. Por el contrario, se quedan (en especial el de QT), en uno más, algo por encima de Jackie Brown (hoy por hoy el coñazo más malo de QT) pero muy por debajo de Kill Bill, y a años luz de Reservoir o Pulp Fiction.

Death Proof es un ejercicio de narcisismo a veces imperdonable. Tienen que pasar 45 minutos para que podamos ver una escena de terror en pantalla. Hasta el momento, solo hay diálogos y diálogos y más diálogos de chicas obsesionadas con follar. Y además sin chispa. Me gustaba que Vincent y Jules compartieran experiencias sobre Amsterdam, o que el senyor Rosa no supiera de qué iba Like a Virgin, incluso que Bill montara una teoría sobre los disfraces que llevamos basada en la doble personalidad de Superman. Es posible que los diálogos de Quentin solo funcionen en hombres, que su cine sea genuinamente masculino, porque a pesar de sentir devoción por sus actrices (lo que se nota en cada plano, con un contenido fetichista altamente erótico), las hace dialogar como varones, y al final resulta disfuncional. Así que resulta que tenemos 45 minutos de aburrimiento, lo que viniendo de quien viene es un fallo garrafal.


Y llegamos al primer accidente, y quedamos clavados en la butaca. Decir gore es referirse a Planet Terror. Lo de Death Proof es salvajismo realista. Si la campaña de la DGT para el próximo verano está buscando imánges impactantes ya pueden recortar ese cacho de escena y emitirlo sin cortes (lamentable juego de palabras). Parece que el film va a subir el ritmo (lo que no es difícil, porque hasta ahora no existía), y juega a la autoreferencia con la presencia de ciertos actores y personajes del film de Rodríguez (que tambien aparecían en Kill Bill, todo muy deliciosamente endogámico), pero cae en los mismos errores al empezar de nuevo el film con un planteamiento similar.

Que sí, que la banda sonora es una maravilla, como de costumbre, pero es forzado que cada vez que sale una canción, para integrarla en la película, tenemos que ver el tocadiscos seleccionando el vinilo y pinchándolo en la aguja. Una y otra vez acaba siendo repetitivo, como los planos de las chicas de cuerpo entero, en plan vixens (aunque en este film no solo no estén muy dotadas sino que son bastante delgaditas y planillas), y los paseos arriba y abajo, pies descalzos en primer plano.



Pero no todo es malo, ni mucho menos. Está Rosario Dawson, una especie de imán que llena la pantalla en cada plano que sale, y está Snake Pilsen... quiero decir, Kurt Russell, interpretando a El Especialista Mike.



Es el Kurt Russell de Golpe en la Pequeña China y 1997: Rescate en Nueva York, aunque más autoparódico. Cada vez que asoma la cabeza (menos de lo que hubiera deseado), la película gana enteros. Y si además va conduciendo ese coche que por lo visto es el mismo de Pulp Fiction, uno se olvida que llevaba un rato aburrido escuchando conversaciones estériles.

En el apartado técnico, el envejecimiento de la película es menos notorio que en la de Rodríguez, y aparte de unas pocas quemaduras, un rollo en blanco y negro y algun que otro salto en el montaje, la estética recuerda a los telefilms setenteros de vengadores de la carretera (a mi me recordó a El Diablo sobre Ruedas, aunque por lo visto su referente es Punto Límite Cero).



Hay que ver Death Proof solo por una razón: su última media hora. Carreras de coches, acción polvorienta, asesinatos, paletos, cheerleaders, especialistas vengadoras, choques, persecuciones, tacos (muchos tacos) y música a toda leche son lo mejor de la función. El último tramo de Death Proof es magistral, nervioso y acceleradamente soberbio. Y es lo que deja el buen sabor de boca, más allá de la hora y media anterior de puro tedio.

Para acabar, decir que en el preestreno de ayer, a pesar de anunciarse con el cartelito de our feature presentations o algo así, se nos escatimaron los trailers escritos y dirigidos por Rob Zombie, Eli Roth (que hace un cameo en la película) y Simon Pegg, lo que me encendió un cabreo monumental. Si quereis verlos, corren por la red, y son:

Don't, de Simon Pegg
Thanksgiving, de Eli Roth
Werewolf women of the SS, de Rob Zombie

Thursday, August 16, 2007

Planet Terror, de Robert Rodríguez

Recuerdo el preestreno de Abierto hasta el amanecer, junto a una legión de fans de Tarantino y Rodríguez, aplaudiendo cada tontería, hablándole a gritos a los personajes, vociferando chascarrillos de complicidad, en una de esas sesiones absolutamente insólitas en nuestras salas. Abierto hasta el amanecer, el inicio de la relación entre Quentin y el amigo Robert, lo permitía.

Luego el tejano se ha ido perdiendo en dos tipos de películas: los homenajes a la serie B de sci-fi y pistoleros y los films infantiles. Dentro del primer tipo hay productos simpáticos como The Faculty o fallidos como El Mexicano, y en el segundo hay auténticas mierdas como Spy Kids. Empeñado en guionizar, dirigir, montar y musicar sus films, Rodríguez ha hecho bueno el dicho de quien mucho abarca poco aprieta.

Por fortuna, es con Sin City cuando Robert Rodríguez parece que encauza otra vez su carrera, y la razón es un cambio de mentalidad en sus obras. Si hasta ahora su cine era perecedero, puramente alimenticio y de dificil segunda digestión, el tejano ha logrado ir un paso más allá con la intencionalidad.

Robert Rodríguez hace sus películas con la intención de...

La adaptación de Frank Miller era un intento de fidelidad absoluta al cómic. Planet Terror tiene toda la intencionalidad de ser un film de serie Z (y no B, como se ha leído en prensa especializada), con todo lo que ello conlleva.

Planet Terror no es, ni de lejos, una obra maestra. Adolece de una primera hora en la que casi no pasa nada, con un ritmo mortecino de introducción que lastra la película. Pero sí es una gran carta de amor a las midnite movies, a la infrabasura fílmica setentera y ochentera, que se vale de sus mismas cartas pero las supera por la consciencia autoparódica del género.

Planet Terror es un Abierto hasta el amanecer multiplicado por veinte, un film no apto para todos los públicos no por su excesiva violencia (tan exagerada que resulta circense) sino porque solo será entendida por aquellos que alguna vez han disfrutado con esas pelis burracas que a menudo echan a las 3 de la mañana por la tele. En cierta manera, es al género lo que Top Secret supuso a las pelis de espionaje bélico.

Robert Rodríguez reune cuantos clichés hay disponibles y juega con ellos en la larga introducción del film. La tía buenorrísima que lo enseña todo a la mínima, el macarrilla misterioso, el sheriff duro, la chica aún más dura... y lo aliña con algo de humo verde (imprescindible) y una amenaza pustulosa. El que, como he leído en algun sitio, diga que Planet Terror tiene un guión estúpido o que la historia carece de trasfondo, es que no ha entendido aún de qué va el juego. ¡No importa el fondo, sino la forma! Esos planos alargados hasta la saciedad en que un peligro acecha, esos primeros planos de tetas y culos, esos zombies que no lo son y que aparecen cuando se quema la imagen... Incluso el discurso patriotero que larga el personaje de Bruce Willis es la misma tontería sensiblera que hemos oído mil veces: un refrito de Acorralado con Yo soy la justicia.

Como se nota que a Rodríguez le van los lap dance (Abierto... con Salma Hayek, Sin City con Jessica Alba y Planet Terror con la carachihuaha), se sirve de uno para abrir el metraje, y a partir de allí todo es un festival de descontrol. La filmación sucia, llena de grano y quemaduras, con saltos y colores saturados no es solo el canal, sinó tambien el mensaje. Planet Terror hay que verla con amigotes (y no se me ofendan las féminas) porque es un film macho macho men, hecho por colegas con ganas de pasarlo bien. Es la versión desmadrada de la cuadrilla de Clooney y Pitt, con Tom Savini y Cheech Marin en lugar de Don Cheadle y Andy García. Se agradece la capacidad de reirse de si mismo de Bruce Willis (sin duda, una de las estrellas a quien menos le cuesta entrar al trapo en este tipo de producciones), el acierto de Michael Biehn al ejercer con total seriedad su papel de policía del pueblo (¡recordemos que estamos hablando del padre de John Connor!), del descenso a los infiernos filmícos de Josh Brolin, otrora un sex-symbol. Acompañados por un reparto alocado que incluye a Naveen Andrews imitando a Victor de OT (y haciéndonos olvidar al Sayid de Lost), la enfermera rubia lesbiana (menudo morbazo), el cocinero chungo en busca de la salsa perfecta y las gemelas malvadas.

Planet Terror es irregular pero consigue lo que pocas, que son minutos largos de carcajadas y aplausos ininterrumpidos. En mi caso, desde la entrada de El Rey en el hospital armado con dos mariposas hasta la épica escena de la minimoto estuve llorando de risa con el estómago doblado, aplaudiendo cada ocurrencia que apareciera en escena. Fragmentos que, luego, puedes recordar con el latiguillo de “y cuando...” aplicado a la ausencia del rollo, a las réplicas mortíferas de algunos personajes (dale el arma, dadle todas las armas), a la pierna ametralladora de la protagonista (desde ya en el olimpo cinematográfico del siglo XXI, al lado del mono amarillo de la Thurma en Kill Bill), al pene descompuesto de Quentin Tarantino, al tiro del niño dentro del coche, a esas referencias apocalípticas a lo mad max...

Que Robert Rodríguez haya compuesto una banda sonora tan carpenteriana dice mucho del espíritu del film. No me cuesta imaginar al maestro viendo la sangre brotando a borbotones después de cada disparo, y dando su aprobación con la cabeza.

Será difícil que Death Proof, de QT, iguale o mejore el festival psicotrónico que ha representado Planet Terror. Y más conociendo el gusto por el reposo y los diálogos de de su realizador. Pero tendremos el aliciente de ver los trailers que hasta ahora nos han escatimado, más allá del fantástico Machete, del mismo Rodríguez, plagado de frases fabulosas como “Si le contratas para matar al malo, asegúrate antes que el malo no eres tú”, o la lapidaria “¡¡¡Pensé que era un campesino, no un general!!!”, mientras Danny Trejo se trajina a dos chicas de muy buen ver que son la esposa y la hija de su enemigo. Bravo.


Saturday, August 04, 2007

Transformers, de Michael Bay

Los que fuimos niños durante los ochenta disfrutamos de los primeros pasos de las nuevas tecnologías en el cine y la televisión. Levantarse por la mañana y ver un capítulo de los Transformers antes de ir al colegio, soñar que con el spectrum seríamos capaces de modificar las notas como el chaval de Juegos de Guerra, o ver en cada coche una máquina del tiempo o un auto parlante eran el pan de cada día. Además, había juguetes disponibles en kioskos y papelerías para reproducir las aventuras que veíamos en las pantallas. El argumento solía ser siempre parecido: chico joven con problemas de adaptación salva al mundo con cuatro nociones de basic y una máquina con muchas luces.

Nunca fui muy fan de Transformers, pero sí fui niño, y los juguetitos de robots increibles que se metamorfoseaban en coches, aviones, camiones etc me volvían loco. Supongo que, en parte, era porque por el precio de uno tenía dos cachibaches.

Veintipico años después... ¿qué sentido tiene recrear el mundo ochentero de los autobots y los decepticons? Pues seguramente porque los que éramos niños entonces hemos crecido, porque la tecnología en el cine tambien ha avanzado que da gusto (imposible imaginarse este film en su momento) y porque habrá una horda de críos enganchados a las consolas a los que convencer que alguien como ellos pueden salvar el mundo.

Transformers es, en una idea básica, una peli de robots gigantes dándose de hostias. Sin más.

¿Qué directores tendrían las agallas de coger por los cuernos semejante premisa? A día de hoy, se me ocurren al menos dos. Tony Scott y Michael Bay. Las dos caras del mismo estilo: la épica ultraanfetaminada y mastodóntica al servicio de la bandera. Si descartamos a Scott porque tiende cada vez más a convertirse en un rara avis de la superserie B, entonces nos queda el (interesante) Bay.

Michael Bay necesita de un buen productor detrás. Si sus primeros films con Bruckheimer eran atractivas action movies (de Bad Boys a La Roca), el mayor fracaso se debe a ridículas imposiciones de la Disney (como fue esa primera hora y media de mierda antes del impresionante ataque a Pearl Harbour en la peli del mismo título). Ahora ha conocido a Tito Steven, y parece que este debe haber visto algo en él, porque no solo le ofrece proyectos, sino apoyo de talento. La Isla se merecía mucho más que la tibieza con la que fue recibida. Transformers es un puñado de los ochenta arrancado de cuajo de las manos de Reagan.

Bay se modera, como se intuía en La Isla, gracias a la mano de Spielberg. Se atreve a contenerse en el uso del plano plano plano, e incluso planta la cámara para planificar secuencias. Y, como en La Isla, elabora dos películas: la del productor y la suya. La del argumento y la pirotécnica.

La primera parte de Transformers me ha sorprendido más que gratamente. Comedia juvenil a lo Ferris Bueller, Bay ofrece dosis generosas de robots intercaladas con las andanzas del protagonista, un fantástico Shia LaBeouf. Parece que estemos ante una de las primeras producciones de Spielberg para Zemeckis o Dante. Roberto Orzi y Alex Kurtzman ejercen de lo que mejor saben: rellenar argumentos simples con secuencias que combinan humor y épica, costumbrismo y acción. Lo hicieron con Alias y Armaggedon, con La Isla y MI:3, y repiten la fórmula de manera ejemplar. Escenas como la del coche que usa las canciones para ayudar al prota a conseguir a la chica, o el delirante diálogo sobre la masturbación brillan con luz propia en un producto que el mismo Bay hubiera estropeado pocos años atrás.

También es cierto que gran parte del éxito reside en Shia LaBeouf, cuyo enorme carisma traspasa la pantalla. Otro chico de los ochenta que con un gran sentido del tempo cómico y un desparpajo inusual en la gran pantalla se gana nuestra confianza y consigue el más difícil todavía: que nos identifiquemos con él. Podemos respirar tranquilos: será un magnífico hijo de Indy. A su lado está Megan Fox, chica bombón que cumple a la perfección el cometido de tía buenorra que le mola al prota (y no le pidáis más, porque sea lo que sea, es de mente sucia). John Turturro se lo pasa teta haciendo el payaso, el doble de descocado que en El Gran Lebowsky, con un personaje risible parodia de los militares conspiranoicos que secuestraron a ET hace más de veinte años. Y John Voight repite el papel que ya le hemos visto hacer no sé cuantas veces en el cine de político que tiene que tomar decisiones críticas (en este caso el secretario de defensa). De los soldados (una suerte de G.I. Joe) no cabe mirar mucho su actuación: gritan y corren de forma efectiva.

La segunda parte resulta más mecánica y, a pesar de su aplastante poder visual, incluso aburrida. Es la hora de las tortas, y flipar más de una hora con engendros metálicos del espacio exterior ahostiándose y llevándose por delante media ciudad es una idea apetecible para, como mucho, treinta minutos. Llega un momento que te desvinculas por absoluto de lo que ocurre en el plano, y asistes a un gran espectáculo de pirotecnia vacío pero no exento de atractivo. La lástima es que las transformaciones son demasiado rápidas, y no se dejan ver muy bien (Bay ha dosificado su habitual uso de la cámara lenta más que de costumbre), y el elenco de autobots y decepticons es muy modesto (un tanque, un helicóptero, un avión, un par de cochecillos). Eso sí, en DVD será una gozada revisitar estos momentos para verlos como debe ser: en un gonzo de fx dosificado en perlas, en secuencias, de diez minutos. Entonces se podrá disfrutar al cien por cien de set pieces magistrales como el combate aéreo contra el caza robot, de lo mejorcito en efectos que se ha podido ver en el cine hasta la fecha.

Criticar el argumento de Transformers es como criticar al pobre de Ingmar Bergman porque en sus películas no hay persecuciones ni monstruos gigantes. Ya sabes lo que vas a ver. Si bien es cierto que hay lagunas del tamaño de un pequeño sistema solar (la historia del hombre de hielo y las guerras del planeta de origen son un poco confusas), sucesos altamente inexplicables (dicen que han aprendido inglés en internet… ¿mientras entraban ardiendo en la atmósfera terrestre?), macguffins estúpidos (la chispa vital, un nombre más propio de una campaña de marketing de la coca cola) y subtramas irrelevantes (John Turturro, por favor, baje del escenario), la película acaba siendo la definición perfecta de blockbuster veraniego, la enésima confirmación que Michael Bay es un entertainer nato que necesita un buen productor que le guíe, y la excusa perfecta para vender juguetes a preadolescentes que han salido flipando de la sala, imitando el sonido de los disparos con la boca y hablando con la solemnidad de Optimus Prime, como los que una vez fuimos al cine, en los ochenta, y deseamos conducir un DeLorean… porque ya sabeis que, sí hay que construir una máquina del tiempo, al menos hacerlo con elegancia.


Friday, June 22, 2007

Hostel 2, de Eli Roth


Eli Roth es, junto a Alexandre Ajá, Victor Salva, Zack Snyder, Marcus Nispel y Rob Zombie uno de los renovadores del género de terror, uno de esos que creció viendo la suciedad granulosa de los 70, y que se despacha a gusto en su loable intento de darle nuevos aires al género.

Su primera incursión, con Cabin Fever, era una horror movie fresca, llena de clichés pero divertidísima, que será recordada por los siglos de los siglos por la escena de la cuchilla. Luego se hizo amiguete de Tarantino, y este le produjo Hostel. Tarantino, hasta hace cuatro días, era sinónimo de taquillazo (ya veremos ahora después del fracaso EEUU de Gridnhouse), así que Roth dispuso no solo de los medios sino del respaldo comercial necesario. Recuerdo que hubo mucha gente que fue a verla diciendo hoy veremos la última de Tarantino, y tambien recuerdo que las decepciones fueron mayúsculas. Qué asco, menudo rollazo, vaya mierda... aunque tambien hubo quien se quejó que la peli fuera poco explícita (sic) o que no saliera la imagen del taladro del cartel (resic).

Hostel me pareció una cinta de lo más entretenida, con un inicio costumbristo-pechuguero (¿qué dura? ¿media hora? ¿tres cuartos de tetas y sexo sin escrúpulos?) que nos servía para presentarnos unos personajes de mierda a quienes no nos debía importar que mataran. Luego venía la parte de la fábrica, espléndida, y un final polanskiano de lo más estremecedor.

¿Cual es la diferencia de Hostel con el resto de los films de su generación? El enemigo deja de estar en el interior (como en el remake de La matanza de Texas), para ser el mundo contra América. Los yankis son cazadores de hembras a lo largo y ancho del planeta, que se convierten en presa de sus mismas víctimas. ¿Metáfora política?

El principal problema de Hostel 2 es que a duras penas innova. Dado que la primera parte se basaba en su mayor parte en la sorpresa, aquí ya vamos sobre aviso. Por eso, el funcional prólogo que ata los dos films se vuelve tedioso y presivible, alargado sin necesidad.

La estructura, la misma: chicas cachondas (creo que se repiten hasta los mismo clichés que en la primera) que de vacaciones por Europa van a parar a un pueblecito de Eslovaquia, hermosísima villa medieval de siniestras reminiscencias vampíricas, cuyos habitantes se comportan como si vivieran en la Edad Media. Jóvenes americanos modernos vs. mundo salvaje sin modernizar.



¿Por qué ver Hostel 2, si ni siquiera hay más tetas que en la primera parte?



Porque los clientes cobran protagonismo. Elite Hunting (que pasa de una empresa internacional a un tinglado de matarifes local de forma harto decepcionante) había enseñado a sus valedores de forma anónima antes: máscaras, vicio, armas chungas y puertas cerradas. A duras penas sabemos nada de ellos. En Hostel 2 les seguimos en todo el proceso que les lleva a enrolarse en semejante deporte de riesgo al estilo del Malvado Zaroff.



Así, una de las mejores escenas de Hostel 2 es la de la subhasta de las chicas, con un notable uso de la pantalla partida, rastreando a quienes son sus potenciales consumidores. Gente respetable, de bien, adinerados, padres de familia... y Richard Burgi. Siento especial afecto por este actor, protagonista de la serie Sentinel y malo maloso de la primera temporada de 24, un tipo capaz de mutar de bueno a malo y al revés en la misma escena, y ser creíble. Y Burgi se convierte en el personaje central de Hostel 2, a pesar de los intentos de Roth de dotar de vida a sus caracteres femeninos (sin resultado). Es una pena que no se dé al personaje de Burgi y de su acompañante, dos ricachones aburridos de todo que quieren probar nuevas experiencias, más entidad, porque la película hubiera sido muchísimo mejor si la historia hubiera pivotado a su alrededor. La esencia del cazador, con sus convicciones y sus dudas, es mucho más disfrutable que volver a ver a la víctima corriendo.

Afortunadamente, Roth tiene un bagaje cinematográfico notable, y se ampara en él para deleitarnos on algunas de las escenas más burras del gore comercial moderno. Esa guadaña rajando arterias de una chica colgando como un cerdo es puro giallo italiano, y la mayoría de torturas y salvajdas me recuerdan al Theater of Blood, de Vincent Price, con ese depurado gusto por la sangre. Incluso se atreve a romper unas de las normas que Hitchcock impuso para el cine, la que dice que si matas a un niño, el público no te lo perdonará.

Lamentablemente, no existe el suspense, porque la historia sigue casi al pie de la letra el argumento de su predecesora, pero algun que otro twist argumental hacen más que aceptable su visionado.

Hostel 2 es entretenida, aunque fácilmente olvidable. Solo un par de escenas perdurarán en la memoria como lo hizo el ojo colgante de la primera. Y una de ellas tiene que ver con un pene y unas tenazas.

Quiero que hagan Hostel 3, sí, pero para comprobar que Roth puede mejorar y no estancarse. Y quiero que se centren en el pueblo, en la gente que vive en él, en cómo aceptan ser parte del engranaje de muerte, en cómo se revelan (apenas hay un atisbo en Hostel 2), en qué sienten siendo el mundo aún por civilizar, a la caza de imprudentes norteamericanos.


Monday, May 21, 2007

Zodiac, de David Fincher


Si hubiera un defecto en Zodiac, no sería otro que la promoción del film. No se puede vender la última película de David Fincher como la "del director de Seven y el Club de la Lucha", porque sería como promocionar el genocidio como "de la misma especie animal que creó la rueda". Si hay algo que Fincher viene demostrando es que no es un director al uso, y que a pesar de tener una marcadísima personalidad que se plasma en todos sus films, no vienen estos cortados por el mismo patrón.



Después de demostrar que podía pintar una narración inexistente durante hora y media con La habitación del pánico, o que podía jugar al gato y al ratón con el espectador en una película antisistema hecha desde el sistema con El club de la lucha, Fincher se embarcó en el que se quizá su proyecto más personal hasta el momento... con un tema que, al parecer, ya había abordado: el psicópata.

Por esta razón, ir a ver Zodiac como el que se prepara para disfrutar de Seven 2 es un error enorme, porque llevará a la decepción sin remedio.

Zodiac no se centra en Zodiac. Este desplazamiento de la perspectiva es el cambio más importante respecto al film que hizo perder la cabeza a Gwyneth Paltrow. Ni tan siquiera da protagonismo a sus actos o a sus víctimas. Habla de otras víctimas, de las colaterales: los investigadores y periodistas que se obsesionaron de tal forma con la caza del asesino del Zodiaco que olvidaron sus propias vidas. Zodiac es un magistral ensayo sobre la obsesión humana, y la perseverancia en la búsqueda de la Verdad, siempre inalcanzable, como en aquella fábula en la que tres ciegos palpaban un elefante, y cada uno deducía que se trataba de una serpiente (por la trompa), de un árbol (por una pata) o de un león (por la cola). Esos ciegos son aquí Dave Toschi y Bill Armstrong, detectives de homicidios de San Francisco, y Paul Avery y Robert Graysmith (periodistas del Chronicle, caricaturista este último).

Los asesinatos de Zodiac impactaron la sociedad norteamericana preglobalización, dejando un poso de temor en su subconsciente colectivo, que empezaría con una primerísima versión en el cine (Harry el sucio, de Don Siegel) y parece ser que tiene su cénit con esta definitiva aproximación de la mano de David Fincher, que era niño cuando el tarado amenazó con hacer volar un autobús escolar en San Francisco, su ciudad natal. Recientemente hubo una adaptación telefílmica de los primeros asesinatos, The Zodiac, aboslutamente horrorosa, y de cuyo visionado os aconsejo que os alejeis.

Fincher se ha acercado a Zodiac desde una óptica hiperrealista, en ocasiones casi documental, hasta el punto de ofrecer un thriller policíaco que no cuenta con ninguna persecución en coche, y no tiene más tiroteos que los (escasos) homicidios del asesino. Cogiendo como referente el Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, Fincher construye un soberbio rompecabezas, haciendo que su relato de dos horas y cuarenta y cinco minutos mantega el ritmo y la tensión a pesar de tener dos horas y media de diálogos en redacciones de periódico, en comisarías, en caravanas, en bares o juzgados. Fincher sabe darle la fluidez necesaria a este arriesgadísimo collage de nombres, datos, lugares y sospechosos, que por muchas vueltas que de una y otra vez sobre si mismo nunca será capaz de llegar a dar la respuesta definitiva.

Zodiac es un film abierto, porque la vida real es abierta, sin cierres gratificantes para el espectador, sin más catarsis que la simple contemplación de un destello de verdad (esa mirada cruzada en la tienda, en uno de los planos finales), con tantas posibilidades que resulta abrumador querer comprender el Todo.

Así, basándose casi de forma clónica en el excelente libro de Robert Graysmith, Zodiac, el asesino del zodíaco, David Fincher reconstruye la investigación policial y periodística con extrema meticulosidad. Hay un diálogo, cuando el inspector Toschi sale de la proyección de Harry el sucio, en que alguien se le acerca y le comenta: Ese Harry Callahan os ha resuelto el caso en un momento, eh, Dave... Y Toschi murmura entre dientes: Sí, saltándose todos los procedimientos policiales. Es esa frustración de chocar siempre contra un muro de burocracia, de tener que enfrentar el instinto con las pruebas, de tener que demostrar las sospechas, la que queda reflejada a la perfección en Zodiac.

La película funciona a todos los niveles, rayando la perfección. Fincher escoge un tono diáfano, tranquilo y claro para no embrollar un argumento lo suficientemente complicado y confuso. Se deja de virguerías visuales para dosificarlas en momentos puntuales del relato, como esa entrada en el periódico de los dos policias entre códigos y titulares sobreimpresos, y se luce en su forma de plasmar el paso del tiempo: desde rótulos identificativos, al plano de la construcción del edificio de San Francisco, los cambios físicos y de vestuario en los personajes. Algunas de las transiciones son simplemente hipnóticas, como la que va de las líneas de una carta a los cables del puente colgante.



Actoralmente, me he llevado una grata sorpresa de Jake Gyllenhall, pero cabe destacar a Mark Ruffallo como Toschi (que empieza como una rock star, o cop star, y termina con una actuación agria) y el siempre sensacional Robert Downey Jr. como Avery (lo borda, ni más ni menos). Los secundarios, desde Anthony Edwards a Delmot Mulroney, pasando por Brian Cox y Chloe Sevigny, cumplen a la perfección su papel de piezas del puzzle, en una obra coral y dispersa a conciencia. Una de las escenas donde se nota la dirección de actores de forma más clara es en el interrogatorio a uno de los sospechosos, Arthur Leigh: las reacciones de sus protagonistas merecen un visionado propio del film para cada uno de ellos. Y la actuación, inquietante, maligna, de John Carroll Lynch como Leigh, haciendo caer su cuerpo sobre la parte izquierda, recuerda al Kevin Spacey de Sospechosos habituales, pero con mayor presencia física e intimidatoria.

Y es que Fincher no centra el argumento en Graysmith hasta la recta final del film, haciendo recaer el peso de la película en todos sus actores hasta ese momento, repartiendo la importancia de unos y otros en su aportación a la investigación, hasta el elemento aglutinador que el caricaturista del Chronicle representa.

Pero no todo son datos y más datos. Fincher sabe como plasmar el terror en la pantalla, cómo incomodarnos, y lo sabe hacer como muy pocos directores pueden hoy en día. Esa primera escena en el cuatro de julio, con un atacante misterioso y sombrío (como siempre se nos muestra a Zodiac, entre las sombras) es angustiante hasta el extremo. Quizá despierte demasiadas expectactivas en el espectador que ha ido a ver una peli más slasher, sí, pero no decepcionará a los paladares más exigentes. Los asesinatos de Zodiac son claros, mostrados sin ambages ni efectismos, y eso los hace más terroríficos. El acuchillamiento a plena luz del día, en primer plano, es más intenso que la mayoría de las muertes de Seven, sin ir más lejos, por lo evidente y sencillo de su ejecución. La escena del sótano (que en la novela produce la misma desazón) es uno de los highlights del cine de terror contemporáneo.

El uso de la música, tanto en las canciones de la época como en la espléndida banda sonora de David Shire, hace fluir el film hacia el thriller épico, como he leído por ahí.

No es el monstruo lo que Fincher ha venido a ofrecernos. Es la caza. Como en El Malvado Zaroff, que es citado por Zodiac, el hombre es el animal más difícil de cazar porque es el más peligroso. Los cazadores caerán en el pozo de la obsesión tras el rastro del asesino, para comprenderlo, encontrarlo y darle sentido a sus propias vidas.