Friday, August 31, 2007

Death Proof, de Quentin Tarantino

Iba sin demasiadas expectativas a ver A prueba de Muerte, del amigo Quentin, porque de los dos films que componen el proyecto Grindhouse fue el Planet Terror de Robert Rodríguez el que más me llamaba la atención y el que más ha acabado colmando mis expectativas. Y eso que Quentin es mucho mejor director que Robert, pero eso no significa que el film del director de Reservoir Dogs se ajuste más al estilo desenfadado y absolutamente pulp del díptico que el del tejano.

Después de este párrafo sin apenas puntos ni comas, resumo: Quentin Tarantino es al cine lo que Ronaldinho al futbol, un fuera de serie, un crack de talla mundial, que es capaz de lo mejor pero que cuando se atasca, cuando se cree demasiado bueno, flojea y se convierte en un jugador más.



El principal problema de Death Proof es que Quentin se gusta demasiado, y se regodea en si mismo. Hasta ahora nos había servido sus gustos y fantasías en bandeja, creando un universo particularísimo, copiado infructuosamente hasta la saciedad, basado en las películas de los setenta, las artes marciales, la violencia, las chicas duras, los tipos verborreicos y los pies femeninos desnudos. No repasaremos su filmografía porque todos nos la sabemos de memoria. En Death Proof, vuelca todo eso, pero algo falla en la mezcla.

¿Son necesarias dos horas para jugar a Death Proof? Seguramente no, como no lo eran para Planet Terror. Si a ambos films les quitamos una primera hora de presentaciones innecesarias, se hubieran convertido en un clásico de culto inmediato. Por el contrario, se quedan (en especial el de QT), en uno más, algo por encima de Jackie Brown (hoy por hoy el coñazo más malo de QT) pero muy por debajo de Kill Bill, y a años luz de Reservoir o Pulp Fiction.

Death Proof es un ejercicio de narcisismo a veces imperdonable. Tienen que pasar 45 minutos para que podamos ver una escena de terror en pantalla. Hasta el momento, solo hay diálogos y diálogos y más diálogos de chicas obsesionadas con follar. Y además sin chispa. Me gustaba que Vincent y Jules compartieran experiencias sobre Amsterdam, o que el senyor Rosa no supiera de qué iba Like a Virgin, incluso que Bill montara una teoría sobre los disfraces que llevamos basada en la doble personalidad de Superman. Es posible que los diálogos de Quentin solo funcionen en hombres, que su cine sea genuinamente masculino, porque a pesar de sentir devoción por sus actrices (lo que se nota en cada plano, con un contenido fetichista altamente erótico), las hace dialogar como varones, y al final resulta disfuncional. Así que resulta que tenemos 45 minutos de aburrimiento, lo que viniendo de quien viene es un fallo garrafal.


Y llegamos al primer accidente, y quedamos clavados en la butaca. Decir gore es referirse a Planet Terror. Lo de Death Proof es salvajismo realista. Si la campaña de la DGT para el próximo verano está buscando imánges impactantes ya pueden recortar ese cacho de escena y emitirlo sin cortes (lamentable juego de palabras). Parece que el film va a subir el ritmo (lo que no es difícil, porque hasta ahora no existía), y juega a la autoreferencia con la presencia de ciertos actores y personajes del film de Rodríguez (que tambien aparecían en Kill Bill, todo muy deliciosamente endogámico), pero cae en los mismos errores al empezar de nuevo el film con un planteamiento similar.

Que sí, que la banda sonora es una maravilla, como de costumbre, pero es forzado que cada vez que sale una canción, para integrarla en la película, tenemos que ver el tocadiscos seleccionando el vinilo y pinchándolo en la aguja. Una y otra vez acaba siendo repetitivo, como los planos de las chicas de cuerpo entero, en plan vixens (aunque en este film no solo no estén muy dotadas sino que son bastante delgaditas y planillas), y los paseos arriba y abajo, pies descalzos en primer plano.



Pero no todo es malo, ni mucho menos. Está Rosario Dawson, una especie de imán que llena la pantalla en cada plano que sale, y está Snake Pilsen... quiero decir, Kurt Russell, interpretando a El Especialista Mike.



Es el Kurt Russell de Golpe en la Pequeña China y 1997: Rescate en Nueva York, aunque más autoparódico. Cada vez que asoma la cabeza (menos de lo que hubiera deseado), la película gana enteros. Y si además va conduciendo ese coche que por lo visto es el mismo de Pulp Fiction, uno se olvida que llevaba un rato aburrido escuchando conversaciones estériles.

En el apartado técnico, el envejecimiento de la película es menos notorio que en la de Rodríguez, y aparte de unas pocas quemaduras, un rollo en blanco y negro y algun que otro salto en el montaje, la estética recuerda a los telefilms setenteros de vengadores de la carretera (a mi me recordó a El Diablo sobre Ruedas, aunque por lo visto su referente es Punto Límite Cero).



Hay que ver Death Proof solo por una razón: su última media hora. Carreras de coches, acción polvorienta, asesinatos, paletos, cheerleaders, especialistas vengadoras, choques, persecuciones, tacos (muchos tacos) y música a toda leche son lo mejor de la función. El último tramo de Death Proof es magistral, nervioso y acceleradamente soberbio. Y es lo que deja el buen sabor de boca, más allá de la hora y media anterior de puro tedio.

Para acabar, decir que en el preestreno de ayer, a pesar de anunciarse con el cartelito de our feature presentations o algo así, se nos escatimaron los trailers escritos y dirigidos por Rob Zombie, Eli Roth (que hace un cameo en la película) y Simon Pegg, lo que me encendió un cabreo monumental. Si quereis verlos, corren por la red, y son:

Don't, de Simon Pegg
Thanksgiving, de Eli Roth
Werewolf women of the SS, de Rob Zombie

Thursday, August 16, 2007

Planet Terror, de Robert Rodríguez

Recuerdo el preestreno de Abierto hasta el amanecer, junto a una legión de fans de Tarantino y Rodríguez, aplaudiendo cada tontería, hablándole a gritos a los personajes, vociferando chascarrillos de complicidad, en una de esas sesiones absolutamente insólitas en nuestras salas. Abierto hasta el amanecer, el inicio de la relación entre Quentin y el amigo Robert, lo permitía.

Luego el tejano se ha ido perdiendo en dos tipos de películas: los homenajes a la serie B de sci-fi y pistoleros y los films infantiles. Dentro del primer tipo hay productos simpáticos como The Faculty o fallidos como El Mexicano, y en el segundo hay auténticas mierdas como Spy Kids. Empeñado en guionizar, dirigir, montar y musicar sus films, Rodríguez ha hecho bueno el dicho de quien mucho abarca poco aprieta.

Por fortuna, es con Sin City cuando Robert Rodríguez parece que encauza otra vez su carrera, y la razón es un cambio de mentalidad en sus obras. Si hasta ahora su cine era perecedero, puramente alimenticio y de dificil segunda digestión, el tejano ha logrado ir un paso más allá con la intencionalidad.

Robert Rodríguez hace sus películas con la intención de...

La adaptación de Frank Miller era un intento de fidelidad absoluta al cómic. Planet Terror tiene toda la intencionalidad de ser un film de serie Z (y no B, como se ha leído en prensa especializada), con todo lo que ello conlleva.

Planet Terror no es, ni de lejos, una obra maestra. Adolece de una primera hora en la que casi no pasa nada, con un ritmo mortecino de introducción que lastra la película. Pero sí es una gran carta de amor a las midnite movies, a la infrabasura fílmica setentera y ochentera, que se vale de sus mismas cartas pero las supera por la consciencia autoparódica del género.

Planet Terror es un Abierto hasta el amanecer multiplicado por veinte, un film no apto para todos los públicos no por su excesiva violencia (tan exagerada que resulta circense) sino porque solo será entendida por aquellos que alguna vez han disfrutado con esas pelis burracas que a menudo echan a las 3 de la mañana por la tele. En cierta manera, es al género lo que Top Secret supuso a las pelis de espionaje bélico.

Robert Rodríguez reune cuantos clichés hay disponibles y juega con ellos en la larga introducción del film. La tía buenorrísima que lo enseña todo a la mínima, el macarrilla misterioso, el sheriff duro, la chica aún más dura... y lo aliña con algo de humo verde (imprescindible) y una amenaza pustulosa. El que, como he leído en algun sitio, diga que Planet Terror tiene un guión estúpido o que la historia carece de trasfondo, es que no ha entendido aún de qué va el juego. ¡No importa el fondo, sino la forma! Esos planos alargados hasta la saciedad en que un peligro acecha, esos primeros planos de tetas y culos, esos zombies que no lo son y que aparecen cuando se quema la imagen... Incluso el discurso patriotero que larga el personaje de Bruce Willis es la misma tontería sensiblera que hemos oído mil veces: un refrito de Acorralado con Yo soy la justicia.

Como se nota que a Rodríguez le van los lap dance (Abierto... con Salma Hayek, Sin City con Jessica Alba y Planet Terror con la carachihuaha), se sirve de uno para abrir el metraje, y a partir de allí todo es un festival de descontrol. La filmación sucia, llena de grano y quemaduras, con saltos y colores saturados no es solo el canal, sinó tambien el mensaje. Planet Terror hay que verla con amigotes (y no se me ofendan las féminas) porque es un film macho macho men, hecho por colegas con ganas de pasarlo bien. Es la versión desmadrada de la cuadrilla de Clooney y Pitt, con Tom Savini y Cheech Marin en lugar de Don Cheadle y Andy García. Se agradece la capacidad de reirse de si mismo de Bruce Willis (sin duda, una de las estrellas a quien menos le cuesta entrar al trapo en este tipo de producciones), el acierto de Michael Biehn al ejercer con total seriedad su papel de policía del pueblo (¡recordemos que estamos hablando del padre de John Connor!), del descenso a los infiernos filmícos de Josh Brolin, otrora un sex-symbol. Acompañados por un reparto alocado que incluye a Naveen Andrews imitando a Victor de OT (y haciéndonos olvidar al Sayid de Lost), la enfermera rubia lesbiana (menudo morbazo), el cocinero chungo en busca de la salsa perfecta y las gemelas malvadas.

Planet Terror es irregular pero consigue lo que pocas, que son minutos largos de carcajadas y aplausos ininterrumpidos. En mi caso, desde la entrada de El Rey en el hospital armado con dos mariposas hasta la épica escena de la minimoto estuve llorando de risa con el estómago doblado, aplaudiendo cada ocurrencia que apareciera en escena. Fragmentos que, luego, puedes recordar con el latiguillo de “y cuando...” aplicado a la ausencia del rollo, a las réplicas mortíferas de algunos personajes (dale el arma, dadle todas las armas), a la pierna ametralladora de la protagonista (desde ya en el olimpo cinematográfico del siglo XXI, al lado del mono amarillo de la Thurma en Kill Bill), al pene descompuesto de Quentin Tarantino, al tiro del niño dentro del coche, a esas referencias apocalípticas a lo mad max...

Que Robert Rodríguez haya compuesto una banda sonora tan carpenteriana dice mucho del espíritu del film. No me cuesta imaginar al maestro viendo la sangre brotando a borbotones después de cada disparo, y dando su aprobación con la cabeza.

Será difícil que Death Proof, de QT, iguale o mejore el festival psicotrónico que ha representado Planet Terror. Y más conociendo el gusto por el reposo y los diálogos de de su realizador. Pero tendremos el aliciente de ver los trailers que hasta ahora nos han escatimado, más allá del fantástico Machete, del mismo Rodríguez, plagado de frases fabulosas como “Si le contratas para matar al malo, asegúrate antes que el malo no eres tú”, o la lapidaria “¡¡¡Pensé que era un campesino, no un general!!!”, mientras Danny Trejo se trajina a dos chicas de muy buen ver que son la esposa y la hija de su enemigo. Bravo.


Saturday, August 04, 2007

Transformers, de Michael Bay

Los que fuimos niños durante los ochenta disfrutamos de los primeros pasos de las nuevas tecnologías en el cine y la televisión. Levantarse por la mañana y ver un capítulo de los Transformers antes de ir al colegio, soñar que con el spectrum seríamos capaces de modificar las notas como el chaval de Juegos de Guerra, o ver en cada coche una máquina del tiempo o un auto parlante eran el pan de cada día. Además, había juguetes disponibles en kioskos y papelerías para reproducir las aventuras que veíamos en las pantallas. El argumento solía ser siempre parecido: chico joven con problemas de adaptación salva al mundo con cuatro nociones de basic y una máquina con muchas luces.

Nunca fui muy fan de Transformers, pero sí fui niño, y los juguetitos de robots increibles que se metamorfoseaban en coches, aviones, camiones etc me volvían loco. Supongo que, en parte, era porque por el precio de uno tenía dos cachibaches.

Veintipico años después... ¿qué sentido tiene recrear el mundo ochentero de los autobots y los decepticons? Pues seguramente porque los que éramos niños entonces hemos crecido, porque la tecnología en el cine tambien ha avanzado que da gusto (imposible imaginarse este film en su momento) y porque habrá una horda de críos enganchados a las consolas a los que convencer que alguien como ellos pueden salvar el mundo.

Transformers es, en una idea básica, una peli de robots gigantes dándose de hostias. Sin más.

¿Qué directores tendrían las agallas de coger por los cuernos semejante premisa? A día de hoy, se me ocurren al menos dos. Tony Scott y Michael Bay. Las dos caras del mismo estilo: la épica ultraanfetaminada y mastodóntica al servicio de la bandera. Si descartamos a Scott porque tiende cada vez más a convertirse en un rara avis de la superserie B, entonces nos queda el (interesante) Bay.

Michael Bay necesita de un buen productor detrás. Si sus primeros films con Bruckheimer eran atractivas action movies (de Bad Boys a La Roca), el mayor fracaso se debe a ridículas imposiciones de la Disney (como fue esa primera hora y media de mierda antes del impresionante ataque a Pearl Harbour en la peli del mismo título). Ahora ha conocido a Tito Steven, y parece que este debe haber visto algo en él, porque no solo le ofrece proyectos, sino apoyo de talento. La Isla se merecía mucho más que la tibieza con la que fue recibida. Transformers es un puñado de los ochenta arrancado de cuajo de las manos de Reagan.

Bay se modera, como se intuía en La Isla, gracias a la mano de Spielberg. Se atreve a contenerse en el uso del plano plano plano, e incluso planta la cámara para planificar secuencias. Y, como en La Isla, elabora dos películas: la del productor y la suya. La del argumento y la pirotécnica.

La primera parte de Transformers me ha sorprendido más que gratamente. Comedia juvenil a lo Ferris Bueller, Bay ofrece dosis generosas de robots intercaladas con las andanzas del protagonista, un fantástico Shia LaBeouf. Parece que estemos ante una de las primeras producciones de Spielberg para Zemeckis o Dante. Roberto Orzi y Alex Kurtzman ejercen de lo que mejor saben: rellenar argumentos simples con secuencias que combinan humor y épica, costumbrismo y acción. Lo hicieron con Alias y Armaggedon, con La Isla y MI:3, y repiten la fórmula de manera ejemplar. Escenas como la del coche que usa las canciones para ayudar al prota a conseguir a la chica, o el delirante diálogo sobre la masturbación brillan con luz propia en un producto que el mismo Bay hubiera estropeado pocos años atrás.

También es cierto que gran parte del éxito reside en Shia LaBeouf, cuyo enorme carisma traspasa la pantalla. Otro chico de los ochenta que con un gran sentido del tempo cómico y un desparpajo inusual en la gran pantalla se gana nuestra confianza y consigue el más difícil todavía: que nos identifiquemos con él. Podemos respirar tranquilos: será un magnífico hijo de Indy. A su lado está Megan Fox, chica bombón que cumple a la perfección el cometido de tía buenorra que le mola al prota (y no le pidáis más, porque sea lo que sea, es de mente sucia). John Turturro se lo pasa teta haciendo el payaso, el doble de descocado que en El Gran Lebowsky, con un personaje risible parodia de los militares conspiranoicos que secuestraron a ET hace más de veinte años. Y John Voight repite el papel que ya le hemos visto hacer no sé cuantas veces en el cine de político que tiene que tomar decisiones críticas (en este caso el secretario de defensa). De los soldados (una suerte de G.I. Joe) no cabe mirar mucho su actuación: gritan y corren de forma efectiva.

La segunda parte resulta más mecánica y, a pesar de su aplastante poder visual, incluso aburrida. Es la hora de las tortas, y flipar más de una hora con engendros metálicos del espacio exterior ahostiándose y llevándose por delante media ciudad es una idea apetecible para, como mucho, treinta minutos. Llega un momento que te desvinculas por absoluto de lo que ocurre en el plano, y asistes a un gran espectáculo de pirotecnia vacío pero no exento de atractivo. La lástima es que las transformaciones son demasiado rápidas, y no se dejan ver muy bien (Bay ha dosificado su habitual uso de la cámara lenta más que de costumbre), y el elenco de autobots y decepticons es muy modesto (un tanque, un helicóptero, un avión, un par de cochecillos). Eso sí, en DVD será una gozada revisitar estos momentos para verlos como debe ser: en un gonzo de fx dosificado en perlas, en secuencias, de diez minutos. Entonces se podrá disfrutar al cien por cien de set pieces magistrales como el combate aéreo contra el caza robot, de lo mejorcito en efectos que se ha podido ver en el cine hasta la fecha.

Criticar el argumento de Transformers es como criticar al pobre de Ingmar Bergman porque en sus películas no hay persecuciones ni monstruos gigantes. Ya sabes lo que vas a ver. Si bien es cierto que hay lagunas del tamaño de un pequeño sistema solar (la historia del hombre de hielo y las guerras del planeta de origen son un poco confusas), sucesos altamente inexplicables (dicen que han aprendido inglés en internet… ¿mientras entraban ardiendo en la atmósfera terrestre?), macguffins estúpidos (la chispa vital, un nombre más propio de una campaña de marketing de la coca cola) y subtramas irrelevantes (John Turturro, por favor, baje del escenario), la película acaba siendo la definición perfecta de blockbuster veraniego, la enésima confirmación que Michael Bay es un entertainer nato que necesita un buen productor que le guíe, y la excusa perfecta para vender juguetes a preadolescentes que han salido flipando de la sala, imitando el sonido de los disparos con la boca y hablando con la solemnidad de Optimus Prime, como los que una vez fuimos al cine, en los ochenta, y deseamos conducir un DeLorean… porque ya sabeis que, sí hay que construir una máquina del tiempo, al menos hacerlo con elegancia.