Thursday, March 29, 2007

Hannibal rising, de Peter Webber


Los villanos molan. Que se lo digan a Darth Vader, a Blofeld o a Fu-Manchú. Esa atracción por el lado oscuro que hace que acudamos en masa a los cines, y deseemos durante dos horas que se salgan con la suya. Casi siempre suelen ser más interesantes y poliédricos que los héroes.

Y además no suelen tener límites.


Así el personaje de Hannibal el Caníbal, casi un secundario de lujo en la fundacional El silencio de los corderos, se apoderó de la pantalla y nos preguntó, mirando a los ojos, si aún oíamos a los corderos chillar por la noche. La película de Demme es un thriller magistral, pulcro y directo, a veces tramposo pero siempre hipnótico. El malo es un enfermo, pero el que ayuda a cazarlo es peor, porque está cuerdo y es muy listo. Le gusta la carne humana y la venganza, sí, pero no por eso vamos a darle la espalda.

A partir de entonces, cada episodio de la saga ha ido dando protagonismo a Lecter, y ha hecho girar la historia a su alrededor, conscientes que el magnetismo que desprende el personaje es suficiente para llenar las salas. Anthony Hopkins le ha dado vida, y solo cabe preguntarse: ¿es Lecter el mismo sin Hopkins bajo su piel?

Ridley Scott orquestró con Hannibal una ópera al su alrededor, en la que de momento es la mejor continuación. Un film con una personalidad propia, grandguignolesca, que daba rienda suelta al sadismo y elevaba al psiquiatra a la condición de protagonista absoluto, malvado héroe de nuestras pesadillas.


Brett Ratner se limitó a fotocopiar el modelo original para componer El Dragon Rojo, una inquietante película de suspense que se queda en correcta, pero que produce la sensación de quedarse corto, de no aprovechar a fondo el mito, como Scott sí había conseguido.

Entonces vino el tito Stevie y decidió que Indiana Jones encontraría el látigo en un vagón de tren del circo. Y detrás de él aparecieron el joven Anakin Skywalker, el conflictivo Bruce Wayne o el Bond sin licencia doble cero. La fiebre por explicar el origen de los personajes más atractivos puede deberse tanto a la falta de ideas como a la seguridad que un nombre conocido siempre invita a comprar la entrada. Algunas de estas precuelas han resultado más acertadas (es el caso de Batman o Bond), otras navegan en aguas intermedias (de Darth Vader solo se salva el Episodio III) y algunas son simplemente horrorosas (la gilipollez sobre Leatherface). ¿Qué sucedería con Lecter? ¿Necesitamos conocer el origen de su perversidad?

No tengo la respuesta a esta pregunta. Porque Hannibal rising no comparte universo con ninguna de sus predecesoras. Es difícil imaginarse que el joven del film que nos atañe sea el psiquiatra gourmet que se enchocha de Clarice, porque sus mundos se mueven en coordenadas diferentes.

Hannibal rising es un relato de aventurillas escabrosas, filmado como una película de superhéroes, que sigue el patrón de infancia familiar, hecho traumático, aprendizaje y resurrección como un nuevo ser. Hannibal Lecter se convierte aquí en una versión gastronómicamente incorrecta de Punisher, 30 o 40 años antes. Un compendio de referencias pulp que aseguran el deleite freak, pero que se ven mermadas por la incompetencia de un director anodino (Peter Webber), al servicio del productor, el omnisciente Dino DeLaurentis. No hay rastro de personalidad en la dirección del film, ni siquiera de autoría, pero la cantidad de dinero invertido para explicar la historia (típica, previsible, pero no por eso menos interesante) se deja ver en cada fotograma de la película.

Es fácil que algo funcione cuando hay nazis en pantalla. Si en los primeros minutos de film ya ha habido algunos tiros y un stuka precipitado sobre un tanque soviético, no nos vamos a quejar. Cuando observamos que la aristocrática familia Lecter vive en un castillo al más puro transilvano, celebramos ese guiño vampírico al origen del personaje. Si luego se suman un montón de referencias absolutamente inconexas e injustificables, pero que dan bien en pantalla, comprobaremos que estamos ante una historieta de Sax Rohmer, una realidad que no se toma en serio a si misma y que discurre por senderos alternativos a la nuestra. Un mundo siniestramente pop, de chaquetas de cuero y sombreros de ala ancha. ¿Qué demonios pinta una pariente japonesa que adiestra a su padawan antropófago en el arte del budokan? Pues que la iconografía oriental en un marco versallesco resulta visualmente impactante. ¿Por qué tanta referencia a máscaras, y ese predilección de Hannibal por vestirse con ellas? Da igual que en la película de Demme la careta fuera impuesta como protección para los que le trasladaban: aquí lo que importa es volver a verle con el rostro semioculto, aunque eso no signifique nada. ¿Y esas referencias constantes a jabalíes? Hannibal rising enseña muchas cosas, sí, pero no profundiza en ninguna porque no se sostendría.

Por eso, el trabajo de Webber es decepcionante en la mayor parte del metraje: el alma pulp se ve lastrada de una dirección para tontos. En el episodio de la muerte de la hermana, un servidor se hizo ilusiones al contemplar una elegante elipsis de ocho años. No duró mucho. La escena de la muerte de la hermana se reproduce unas quinientas veces en repetitivos flashbacks filmados como un videoclip de Latoya Jackson. Vemos al pequeño Hannibal caer una y otra vez sobre la nieve en una imagen bonita en el primer visionado, y cansina a partir del decimoquinto. Rhys Iffans se empacha en las sesenta y cuatro repeticiones de su ágape de codorniz cruda.

El guión, aparte de su recorrido absolutamente inverosímil, es una sucesión de frases cortas metidas con calzador, que solo sirven de nexo de unión con pasajes de otros films de la saga. Por no hablar de la historia paralela prescindible de la investigación policial (con un Dominic West que le quería joder la vida a Leónidas en 300, y que aquí carga con un personaje sin coherencia ni personalidad). La historia del inspector es tan volátil que ni siquiera tiene final en la película.

Hannibal Lecter se caracteriza por dos factores que le convierten en un ser terrorífico: su violento amor por la carne humana y su altísima capacidad intelectual. El Lecter que gusta es que el puede comer la cara a un policía para escapar, o los sesos a alguien que desprecia, pero también el que es capaz de hacer que se suicide un compañero de encierro por haber sido grosero. Hannibal rising solo menta la gran inteligencia de Lecter en una escena (una de las mejores del film, eso sí), en la que el joven aristócrata revierte el interrogatorio policial y acaba sacando los miedos de su interlocutor. Por lo demás, la personalidad se centra en la cara violenta de Lecter.

Gaspard Ulliel se convierte de esta manera en lo mejor del film. Sin copiar la interpretación de Hopkins, le da el aire inquietante de belleza salvaje que el personaje requiere. Y usa, dosificadamente, algunos tics y gestos del carácter original (un guiño, un saludo) que se convierten en la parte gratificante de la función.




Puede que Hannibal rising no sea un gran film. De hecho, no lo es. Pero tampoco es para echarlo a la quema. Es un relato folletinesco, una historieta delirante sobre un personaje que ha traspado la pantalla del cine para morder ( y masticar) el inconsciente colectivo.


Saturday, March 24, 2007

300, de Zack Snyder


Zack Snyder debutó con la sorprendente Amanecer de los muertos, remake del Zombi de Romero, y en mi opinión, muy superior al original. En ella, se narraba la historia de unos tipos encerrados en un centro comercial, que padecían el acoso de miles de muertos vivientes. El mensaje de la película era claro: no hay futuro. Zack Snyder no dudó en eliminar el happy end de su concepción del cine.

Poco después, el gran éxito de las adaptaciones de cómic al cine, y la posibilidad de hacer realidad las viñetas gracias a los efectos digitales, abrió las puertas a Frank Miller a llevar su obra de culto Sin City, de la mano de Robert Rodriguez. Sus buenos resultados en taquilla debieron servir de luz verde para adaptar 300, la personal visión de Miller sobre la batalla de las Termópilas. Faltaba encontrar el director capaz de explicar con suficiente solvencia la historia de unos tipos encerrados en un desfiladero, que padecen el acoso de miles de monstruos orientales...

Y así es como Zack Snyder nos trae su Amanecer de los persas.

Personalmente, Frank Miller me aburre. Sus historias siempre tratan lo mismo: el héroe asocial, que es repudiado por la misma gente a la que protege. Ya sea Batman, Hartigan o el Rey Leónidas. Pero dentro de este esquema siempre encuentro algo, sobretodo en los diálogos, en cierta pedantería narrativa, que me atrae.

Por lo que tenía mis miedos con 300. Tras ver el trailer, temía que se tratara de un peplum estático, aviñeteado, donde los protagonistas gritarían mucho. Atrás queda el canónico Gladiator de Scott, o la Troya de Petersen (que solo se puede ver en clave western, haced la prueba). ¿Sería capaz de insuflar la suficiente vida y personalidad Snyder al film?

La respuesta es sí.

300 es todo un espectáculo de principio a fin y, sobretodo, algo nuevo. Toma cierta distancia con la fantasía épica tradicional en la imaginería, pero sigue los patrones de los clásicos en el fondo. A saber, la lucha por la libertad y la negación al sometimiento de la mencionada Gladiator o la infravalorada Braveheart. Comparte también con el film de Gibson un gusto por la violencia fuera de la corriente imperante en USA los últimos años. Si bien una violencia estilizada, distante, que permite ser salpicado por la sangre sin sentir repulsión.



Porque en ningún momento Snyder intenta recrear un episodio histórico. El director, apoyado fielmente en el comic-book de Miller, crea un nuevo mundo, con sus propios códigos, sus propias leyes físicas, con razas e imperios que nos son conocidos, pero que no pertenecen a nuestra realidad. El rey Leónidas puede escalar una montaña a base de brincos, las persas pueden lanzar granadas contra los espartanos, un ser deforme puede cambiar el curso de una guerra. Dentro de ese mundo, son hechos no solo posibles, sino verosímiles. Un mundo de color ocre, de fotografía desaturada y textura granulada, aceitosa como los torsos de los espartanos.

Amanecer de los persas es un festival homo con tintes homofóbicos. Una gay parade de renegados del armario. Los espartanos, los "buenos" del film (una panda de psicópatas entrenados para luchar y morir luchando), son gym-aholics, adictos al fitness y a la dieta de arroz con pollo a la plancha. Lucen chocolatinas esculturales y peinados ridículos, van pintados como muñequitos de plomo en un diorama digital, y se vanaglorian de protegerse las espaldas los unos a los otros. El villano de la función, el faraón de Stargate hipertrofiado, es una reinona de cuidado, segundo puesto en el Festival Drag de Tenerife. Suyo es el único momento hilarante del film (del que dudo que esté hecho adrede), cuando advierte -por la espalda- a Leónidas que lo que menos debe temer es su látigo...

La narración es llevada en voz en off, en un recurso milleriano fácilmente reconocible, con ese tono literario exagerado, pero que se adhiere a la perfección a las imágenes. Snyder logra escenas realmente bellas, impactantes o sobrecogedoras. El plano de las flechas ocultando el sol (y los espartanos riendo como locos bajo los escudos) es estremecedor. Pero también lo son aquel en el que Leónidas contempla el último amanecer en paz de su vida, completamente desnudo, en su palacio. O el árbol cosido a cadáveres. O el orgiástico campamento de Gerges el Persa. Los diálogos delatan su origen en el papel dibujado: frases concisas, respuestas rápidas y efectividad camerunesa ante portería. No es necesario nada más, porque lo que realmente importa es la virtualidad de las acciones. Ver, sentir lo que está ocurriendo, más que por qué está ocurriendo. Si hiciéramos una lectura política (que podríamos) quizá veríamos que el film de Snyder es más reaccionario de lo que aparenta a primera vista. Pero eso ahora es lo de menos. Necesitamos ver nuevas batallas, después de haber llegado al clímax con la trilogía de los anillos de Jackson. Y necesitamos verlas diferentes. Zack Snyder se recrea en la coreografía de la violencia. No importa tanto quien hace qué, sino cómo lo hace. El movimiento preciso, fluido, reproducido al ralentí, convierte el sudor y la sangre, las amputaciones y la muerte, en algo elegante.

Los personajes empiezan siendo mayoritariamente humanos, para ir apareciendo en escena más y más bestiales progresivamente. Los orcos inmortales, el ejecutor con manos de cangrejo, el gigantón de la cúpula de trueno... se suceden en una pesadilla interminable para el grupo de espartanos locos por el fitness. Es imposible tratar de decir que tal casco no corresponde a esa época, o que los elefantes no entraron en Europa hasta el año tal... las típicas cosas que hacen los listillos que van al cine a dar lecciones de historia a sus amigos en lugar de a disfrutar de la película. Que lo intenten siquiera con Amanecer de los persas.


En el apartado actoral, a destacar la fuerza con la Gerard Butler arrastra el peso de la película con su personaje de rey Leónidas. Y sin caer en el ridículo por ir todo el metraje en taparrabos. Hay que destacar su notable dominio de la batalla cachulinia, con el dientes dientes que es lo que les jode. A su alrededor, aparte de los chicos que salen en todos los anuncios de Adidas y en cualquier catálogo de batidos para culturistas, están David Wenham con un pelucón ridículo y sin cuello (la cabeza le empieza en los hombros, es muy inquietante), y Lena Headey como la Reina Loreal, porque yo lo valgo (y que me dejaba bastante frío en todas las escenas). Poco más hay que reconocer (nadie va a ganar un oscar por la interpretación, eso está claro), a excepción de un tipo con pinta de ser el Hugh Jackman Italiano, y que da rabia solo de verlo.

300 es a la vez hiperviolenta y poética. Habla de grandes hechos y mima los detalles. Las gotas de sangre saliendo disparadas hacia delante cuando una lanza se clava en el enemigo, las sandalias hundiéndose en la arena al resistir la primera embestida, el vello de la espalda de la reina antes de la batalla, el caballo blanco apareciendo de la nada para dejar un espartano sin cabeza, de pie, muerto sin saberlo.

Amanecer de los persas confirma la ascención de Zack Snyder como uno de los cineastas más interesantes de la actualidad, buen recopilador de cultura freak reciclada a blockbuster. Cine de masas bien facturado, diferente y fresco, cuya proxima parada parece ser otra adaptación, el Watchmen de Alan Moore.

Sentaos en la sala, olvidaos de los niñatos que teneis al lado y que gritan cada vez que aparece un pezón, y dejaos llevar por la historia de un puñado de macarras empeñados en morir antes que arrodillarse, en su peculiar mundo ocre de respeto y honor.


Wednesday, March 14, 2007

The Host, de Joon- Ho Bong


Siendo simplistas, hay dos tipos de cine político: el de corbatas y el de bichos. El de salones ovales con carpesanos marcados por un top secret, de periodistas indiscretos y asesores maquiavélicos. O el de ataques de alienígenas, mutantes y ultracuerpos que ponen en peligro la raza humana, la galaxia o, lo que es peor, el american way of life.

Siento predilección por el segundo.

Siendo simplistas, entre las metáforas sobre las pelis políticas con bicho (y no me refiero a los parlamentarios), las hay de tres tipos: de ideología ambigua , de ideología marcada y de brocha gorda.

The Host pertenece a este último pedazo de género.

Y además casi no tiene monstruo.

El film del coreano no se toma en serio en ningún momento, ni en su simpsoniano planteamiento inicial, ni en el desarrollo de unos sucesos que no llevan a ningún lado. Uno podría decir que arrinconar el argumento de la aparición de un pescadito de ocho metros que se dedica a asediar a domingueros, para potenciar la trama político conspiratoria es un acierto.

Meeeck! Error.

La presunta metáfora política deviene en una historieta de trazo grueso, un mira lo que hace el gobierno para acojonar a la población que se queda en la superfície, en el apunte grotesco más que en el mecanismo del control de la paranoia.

Por planteamiento y desarrollo, The Host comparte similitudes con La guerra de los mundos del tito Steve. Y si aquella desarrollaba una trama paralela al miedo que los atentados del 11S habían ocasionado en los USA, con los trípodes extraterrestres persiguiendo a una humilde familia desestructurada, y fallaba en el final por meloso y precipitado, la cinta del coreano es lo mismo pero fallando en cada uno de los géneros que intenta asaltar. A saber:

Comedia. Es más que posible que yo no entienda el sentido del humor coreano. Pero esa panda de desarrapados propia de la cuarta parte de Torrente no hace gracia en ningún momento. Y sus gags visuales son tan graciosos como Buster Keaton escupiendo a un niño ciego. Quizá menos.

Ciencia ficción. La excusa del vertido tóxico de los americanos es tan barata como la de La divertida noche de los muertos vivientes. Luego, excepto el plano de la trepanación (gratuito y olvidado en dos minutos), no hay la sci-fi que la película requeriría. El agente amarillo (¡oh, denuncia política!) es cutre, sin más.

Bestialidad. Peter Jackson intentó humanizar al monstruo con King Kong, pero esa no era una peli de terror (aunque contuviera escenas fantásticas como el ataque de los insectos). El pez mutante de The Host, sin embargo, no es ni chicha ni limoná. Es tan ridículo como el cocodrilo de Mandíbulas, y ni mucho menos tan aterrador como los Aliens. Joder, que es un pez vulnerable a todo! Que lanzándole una lombriz ensartada en un gancho, el pescao ya pica y te lo llevas para el cesto antes de lo que tarda el protagonista en freir un calamar. El diseño es bonito, sí, y creíble, también, pero no es amenazante. Es como hacer una peli de monstruos con un golden retriever amaestrado.

Terror. Es que lo se siente al ver lo malos que son los actores coreanos.

En definitiva, de las dos horas largas que dura The Host, se salvan un par de planos bien conseguidos y cierta belleza plástica, que son absolutamente lastrados por un ritmo cercanías de RENFE, la previsibilidad de un prospecto de champú, y un contenido que intenta ser crítico y resulta ser tan duro como cualquier actuación de Barbara Streisand (de la que Yentl sí era una peli con monstruo en toda regla).

Thursday, March 01, 2007

Apocalypto, de Mel Gibson

Mel Gibson no engaña a nadie. Si hay algo tanto en su vida privada como en su filmografía es una honestidad que roza el paroxismo.

Si se dedica a conducir borracho rodeado de putas, o insultar a todo judío viviente al tiempo que recibe misa en latín es algo que no debería influir en el juicio a sus películas, a pesar de los intentos de tanta gente de mezclar lo uno con lo otro.


Su cine es franco y directo. Mel Gibson busca la emoción a través de la imagen, plasmar el sentimiento en pinturas en movimiento, y depura cualquier atisbo de complejidad (argumental, psicológica, narrativa...) hasta convertir sus films en piezas sencillas, que no simples. Salvo su desmarque con El hombre sin rostro, drama intimista protagonizado por él mismo con el que pretendía hacer olvidar su imagen de sargento Riggs de Arma Letal, el resto de su filmografía es absolutamente visual y salida de las tripas. Su mensaje es evidente: un hombre es capaz de enfrentarse a un imperio y derrotarlo, aunque le cueste la vida. El individuo como motor del cambio. De ahí el Cristo de La Pasión, el William Wallace de Braveheart y, en menor medida, el Garra de Jaguar de Apocalypto.

Apocalypto es la deuda pendiente de Mel con su amigo George Miller. Una versión de Mad Max, más allá de la cúpula del trueno, en lo conceptual y en la dirección. Garra de Jaguar es Max Rockatansky, en el papel de superviviente en una civilización decadente, arrancado de un confortable mundo de familia y pueblo, y enfrentado a hombres parecidos a bestias. La violencia, el pesismismo, la sensación de apocalipsis inminente, están tan presentes en la obra de Gibson como lo estaban en la de Miller. Exclamarse por la profusión de vísceras en pantalla, hoy, es no recordar esos films, cuando los complejos eran mucho menores. En Apocalypto no vemos nada que no mostrara Spielberg en El Templo Maldito, y nadie recuerda las aventuras de Indiana Jones como algo desagradable.

La tan polémica película es un remake encubierto de Buscando a Nemo. Claro que si Pixar habla de la historia de un padre que pasa apuros y peligros para ir a rescatar a su hijo, son unos genios, pero si lo hace Mel, es un sádico.


Si cambiamos las peceras por el imperio maya y el oceano por el Amazonas, con un sentido del humor que los niños pueden entender (esos chascarrillos a costa del pobre grandullón y su infertilidad, suegra mediante), unos personajes definidos por su aspecto físico y dos rasgos básicos (el malo cruel de rasgos pérfidamente disneyanos, leptosomático, en contraposición del malo noble, más atlético y altivo), y una concepción de la familia como centro del universo, Apocalypto es un viaje en la misma dimensión que las películas producidas por Lasseter... sin el prestigio de este.


A partir de aquí, el film puede gustar más o menos, y uno puede disfrutar en mayor o menor medida de su planteamiento. Mel Gibson declaró que su pretensión era hacer una gran persecución... a pie. Y a fe que lo consigue. Para ello se sirve de un ritmo frenético, con la cámara inquieta, moviéndose contínuamente pero sin llegar a marear al espectador. Nos muestra todo lo que necesitamos ver, y nos situa justo en el lugar donde deberíamos estar. Mel Gibson nos lanza a la selva, pero no nos abandona, se situa a nuestro lado para que no perdamos detalle.

Con una mezcla de terror y acción, en el sentido más atávico del término, Apocalypto atrapa durante dos horas y medias que pasan en un exhalo, con la respiración contenida en muchos de los pasajes. Empatizamos desde el primer momento con Garra de Jaguar y su bondad, la del pueblo pacífico e inocente que se ve destruido por una civilización, en teoría, superior. Esa confrontación de dos estilos de vida queda en lo meramente superficial, y Gibson no parece pretender aleccionar a nadie. Solo quiere decir: mira qué buenos son estos, mira qué miedo dan esos. Pero tampoco es necesario, porque su capacidad para generar miedo, asco, repulsión y excitación es vertiginosa. Escenas como el sueño premonitorio (recurso al que ya acudió en Braveheart) o la calma de la selva antes del desastre ayudan a generar un clima de desasosiego. La entrada al templo maya a través de los túneles (pintados de azul, como en el film sobre William Wallace), mientras contemplan su futuro dibujado en las paredes, destila terror. La segunda mitad del film es pura dinamita. El pistoletazo de salida lo da Wally, y Garra de Jaguar se transforma en Ronaldinho contra Depredador. El jaguar comiéndole la cara a uno de los perseguidores, el salto en la catarata o las trampas de caza usadas contra sus perseguidores conjugan momentos de realismo naturalista con acción al más puro estilo del Perseguido de Schwarzenegger.

Puede que Mel no nos intenta decir nada con su película. Puede que esté vacía de contenido. Pero esos primeros espectadores que se espantaron al ver entrar un tren por la pared del cinematógrafo de los hermanos Lumiere tampoco sintieron que debían aprender algo. Solo se estremecieron. Y Mel Gibson, sin engaños, nos da emociones de las buenas.