Hay cuatro constantes en el cine de Natalli, y Splice las reune las cuatro:
- El concepto de un ente superior omnipotente cuya capacidad de control se ve entredicha.
- La frialdad emocional de sus personajes.
- La capacidad para crear imágenes y atmósferas perturbadoras.
- Cierta deriva hacia finales precipitados o descontextualizados.
Con Splice, Natalli sigue sus propias pautas para ofrecernos un relato incómodo e inquietante. Splice es un remedo de Frankenstein sin necesidad de disimularlo. El matrimonio protagonista se llaman Clive y Elsa, lo que no es baladí.
Como en Frankenstein, o como en un cualquier otra película de Mad Doctors, el cruzar los límites de la ciencia, impuestos por la ética personal del científico, llevará a sus protagonistas a pisar el pantanoso terreno de lo desconocido, en un viaje del que no habrá vuelta atrás. La pareja protagonista crea vida, en una especie de alegoría de la paternidad, mediante un experimento genético.
Lo que Natalli nos relata es el aprendizaje de un hombre y una mujer que van más allá de todos las fronteras conocidas. El enfoque no es el de dos seres endiosados jugando con su criatura, sino más bien el de dos padres que no saben cómo afrontar su nueva situación. Pero Natalli es perro viejo y decide envenenar poco a poco la trama, irla zurciendo de rencores y pesadillas, como es el caso de los antecedentes familiares de Elsa, que guiarán sus actos para con respecto a la criatura.
Así, lo que incluso puede parecer una versión cronenbergiana de Tres solteros y un biberón, se transforma en un relato de horror, una historia de maduración violenta tanto del ser creado como de sus creadores, que no solo tomarán conciencia de sus actos sino que deberán pagar por ellos. ¿No les recuerda mucho al viejo cuento de Mary Shelley?
Splice da algunas pinceladas sobre el peligro que representa no solo la experimentación genética (que puede ser beneficiosa en su búsqueda de curas para enfermedades), sino también sobre los pocos escrupulos que demuestran las grandes compañías en busca del beneficio económico por encima de lo ético. Se utiliza como trasfondo de la historia, pero aporta una de las escenas más impactantes de la película: el momento de la presentación de Fred y Ginger al gran público.
Y es que, desde que despedazó a aquel pobre infeliz que se había equivocado de portezuela en el minuto uno de Cube, Natalli sabe cómo dejarnos anclados en la butaca con unas pocas imágenes.
Vicenzo Natalli es capaz de pintar cuadros terroríficos que se quedan marcados en nuestra corteza cerebral. Véase (spoilers, pero no muchos) ese ojo de Dren mirando a través de un agujero de la caja cuando la transportan a la granja, o el despliegue de alas durante la cópula.(fin de spoilers). Son esos fotogramas los que el espectador retiene una vez finalizada la proyección, y a los que recurrirá como en una pesadilla a partir de entonces. El tono enfermizo, irreal y paradójicamente bello de Splice choca de frente con el estilo frío tras las cámaras.
Natalli no suele implicarse emocionalmente en lo que cuenta, ni permite a los espectadores sentir empatía o predilección por ninguno de los personajes. En ese sentido, nos convierte en un Tercer Científico, un observador que presta atención clínica a todo lo que ocurre ante sus ojos, pero no toma partido por nada. Entramos dentro de la historia, sí, pero de una forma aséptica. Esto puede suponer cierto rechazo, pero también es de agradecer que el director no juzgue a sus personajes, sino que los exponga. El espectador tiene los suficientes datos como para tener sus propias opiniones sobre lo que está viendo. Natalli nos trata como a adultos. Créanme, es algo de agradecer en el cine actual.
Tan solo los últimos cinco minutos, más en la línea de una monster movie que de una fábula postmoderna, rompen un poco la coherencia estilística de la película. Aunque, a decir verdad, esa parte también me ha gustado. Pero sepan que soy un entregado a Cube y a Cypher, a pesar de reconocer los múltiples defectos que ambas tienen.
Así que les digo que se den prisa si desean verla en cine, que Splice va a durar poco en cartel, aunque es una película perfecta para un sábado noche en deuvedé. Disfrutarán del talento de Greg Nicotero, adorarán a Sarah Polley y se enfadarán con la sobreactuación habitual de Adrien Brody.
Splice no es una gran película, ni falta que le hace.
3 comments:
A mi me pareció un bodrio importante. Excesivamente pretenciosa y mucho más pobre de ideas de lo que parece.
Y Adrian Brody no ayuda nada. Menudo muerto.
A mi me pareció un bodrio importante. Excesivamente pretenciosa y mucho más pobre de ideas de lo que parece.
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