Los sustitutos, de Jonathan Mostow. Sobre una buena idea argumental (los humanos usamos réplicas o avatares a lo James Cameron para nuestro ocio, trabajo o hasta para ir a comprar el pan) se construye este despropósito cuya única gracia es ver a Bruce Willis con peluca rubia. Mal narrada, mal montada y mal dirigida, uno no hace más que lamentarse por el potencial que tenía la historia. Se le ven las costuras por todas partes. Las escenas de acción están puestas como por obligación. Madre mía, qué despropósito.
Garbo, de Edmond Roch . La sorpresa de final de año. Un peculiar documental construido visualmente a base de retazos de películas de los cuarenta sobre la segunda guerra mundial y narrado a través de la voz de la gente que ha investigado su vida... o sus vidas. Lastrado durante la primera parte del film si ya conoces la historia (sobretodo en lo referente a la guerra en sí), la película despega cada vez que se habla de la red de espionaje inventada por Joan Pujol (esa "información" británica creada desde Lisboa). Retrato de un Zelig de carne y huesos.
La búsqueda del verdadero Garbo muchos años después de los hechos y las imágenes de este reencontrándose con militares británicos son de lo más emotivo. Se echa de menos que se hubiera profundizado en su egoismo (ese abandonar a su familia y crear otra sin decir nunca nada a ninguna de las dos) o en los datos que se ofrecen durante los títulos de crédito (suficientemente jugosos como para ser ilustrados y no solo escritos a modo de epílogo).
Moon, de Duncan Jones. Un clásico instantáneo de la ciencia ficción. Una película que aprovecha su bajo presupuesto para hablar de lo que hablan las mejores pelis de sci-fi: dónde reside el alma humana. Clásica, con aroma a los setenta, este cruce entre Alien, Atmósfera Cero y Blade Runner atrapa. La interpretación de Sam Rockwell es memorable. Fascinante.
REC2, de Jaume Balagueró y Paco Plaza. El bodrio del año. Si ya la primera no me convenció, aquí (sin aburrirme, ojo) se les va la mano con la tontuna. Ahora los zombies ya no son zombies, sino demonios. Las referencias cinematográficas (Aliens, El Exorcista...) están incorporadas de forma tan brusca que resultan burdas. Se podría quitar la subtrama de los niños que entran en el edificio (sic) y la película no notaría el cambio. Un churro, vamos.
District 9, de Neill Blonkamp. Y de golpe llega un sudafricano y nos habla del apartheid, de los prejuicios, de la xenofobia y de los encontronazos entre civilizaciones con un cuento de extraterrestres. Salvajemente pulp, divertidísimamente fresca, District 9 es un soplo de aire fresco. Un remake enloquecido de La metamorfosis de Kafka. A menudo se le critica que las dos partes en las que está dividida (una primera de estilo más documental y una segunda de puro shoot'em up marciano) no acaben de encajar. Personalmente, me metí en la historia con ese falso reportaje y luego disfruté como un niño en el festival desenfrenado de referencias cinéfilas y orgía de efectos especiales (y menudos efectos especiales) que es el tramo final. Además, la película no es en absoluto complaciente ni políticamente correcta. Y ese final... ay, ese final...
Terminator Salvation, de McG. Sus detractores dirán lo que quieran, pero ese plano secuencia del accidente inicial del helicóptero, esa guerra contra las máquinas sucia y apocalíptica, ese aroma a serie B (y a películas como Cyborg!!!), ese robaplanos que es Sam Worthington, esas continuas referencias a las dos primeras películas de la saga (el you could be mine, o el si quieres vivir, ven conmigo), ese remake encubierto del Frankenstein de Mary Shelley... vamos, que me emocioné hasta el punto de soltar una lagrimilla en la última escena.Si estais leyendo esto, sois la Resistencia...